Hoy es 1 de octubre y algunos recordarán con orgullo la movilización democrática que protagonizaron millones de catalanes en defensa del derecho colectivo a decidir su futuro como pueblo. Han pasado seis años y, además de los homenajes, también convendría, para ser honestos, hacer balance sobre cómo ha evolucionado el estado de ánimo colectivo y la voluntad política democráticamente expresada de los catalanes. Y, mira por dónde, un estudio que acaba de publicar el Centre d’Estudis d’Opinió dice que a la hora de indicar cuál es el principal problema que tiene Catalunya el más mencionado por la gente es "la insatisfacción con la política".

El Barómetro del CEO ofrece otros titulares también significativos: el apoyo a la independencia ha caído en picado, especialmente entre los jóvenes. Los contrarios a la independencia vuelven a ser mayoría e, insólitamente, la minoría independentista suspende al Govern de la Generalitat que se postula como independentista. ¿Alguien se imagina que los socialistas suspendieran a un gobierno socialista? Así pues, de los 2.079.340 catalanes que votaron en 2017 partidos independentistas, ya han perdido la fe más de la mitad, que han preferido partidos comprometidos con la unidad de España. Y esto se ha producido cuando los poderes del Estado han desplegado todos los esfuerzos para seducir a los catalanes a base de represión y maltrato económico, cultural y, sobre todo, lingüístico.

Así que sabe mal tener que decirlo, pero la gestión del procés ha sido un desastre y sus responsables, en términos empresariales, habrían merecido el despido sin indemnización. Y hay que destacar como principal fuente de descrédito la absurda competición entre Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, dos partidos inmersos en una relación tóxica, que, compartiendo supuestamente la misma causa, no suman fuerzas como hacen los castellers, sino que se neutralizan y contaminan la política catalana hasta convertirla en algo irritante, desagradable e inútil.

Constatando la voluntad de acuerdo de Sánchez y Puigdemont y la ofensiva en contra de los poderes del Estado, la retórica vacía de los milhombres que se hacen los independentistas puede hacer descarrilar el pacto

Ahora, sin embargo, la misericordia de los dioses ha hecho que los resultados de las elecciones del 23-J levanten nuevas expectativas esperanzadoras. Todo el mundo sabe que no es por la independencia, ni la autodeterminación, que, con lo mal que se gestionó el proceso soberanista, han quedado aplazadas indefinidamente. El optimismo del 23-J se refiere a la posibilidad de curar heridas, resolver la injusta situación de tantos represaliados y, a continuación, recuperar la normalidad política lejos de los tribunales, defendiendo cada uno sus posiciones sin tomar daños innecesarios.

Y consta que Pedro Sánchez y Carles Puigdemont tienen, aunque sea por necesidad mutua, una voluntad de acuerdo determinante. Y esto que desde Catalunya se ve como "una gran oportunidad" presenta dificultades enormes, porque a pesar de los esfuerzos del presidente en funciones y el president exiliado, todos los poderes del Estado se han movilizado en contra. No solo la derecha, la extrema derecha, la vieja guardia felipista y la corte. También el presidente del Tribunal Supremo, los fiscales colectivamente e, incluso, los obispos. En esta circunstancia, todas las precauciones son pocas y cualquier error no forzado puede hacer fracasar una operación tan difícil. Y si no hay acuerdo y se tienen que repetir las elecciones españolas, habrá en Catalunya una nueva frustración colectiva de consecuencias imprevisibles.

En este sentido, los discursos inflamados de los líderes de ERC y algunos de Junts solo contribuyen a caldear el ambiente para que las negociaciones acaben descarrilando y esto es lo que ha pasado esta semana en el Parlament, con nuevas iniciativas para seguir engañando a la gente como si no hubieran tenido bastante.

La resolución del Parlament pactada por ERC y Junts propone el mismo referéndum que ofreció el PSOE en 2014

La resolución transaccionada por Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, donde se supone que ponen como condición el referéndum de autodeterminación para dar apoyo a la investidura de Pedro Sánchez, es una frivolidad, pero, sobre todo, una engañifa política. Es una frivolidad porque no aporta más que ruido inoportuno y es una engañifa porque hace ver que ERC y Junts impondrán la autodeterminación a Sánchez alimentando los titulares de los medios contrarios al acuerdo, cuando no lo piensan hacer y el texto no dice nada de eso.

Se juega a la confusión cuando se dice que "se afianza en la defensa del ejercicio del derecho a la autodeterminación", que no pasa de ser una mera declaración que ya defendía el propio Parlament en los años ochenta con mayoría convergente. Y a continuación se vuelve a hablar de referéndum, pero entonces claramente desvinculado de la autodeterminación: "Un nuevo referéndum acordado con el Estado" y se pronuncian "a favor de que las fuerzas políticas catalanas con representación en las Cortes españolas no den apoyo a una investidura de un futuro Gobierno español que no se comprometa a trabajar para hacer efectivas las condiciones para la celebración del referéndum".

Esto es decir nada, pero si consultamos la hemeroteca, comprobaremos que este tipo de referéndum ya lo proponía Alfredo Pérez Rubalcaba el año 2014, para resolver el desastre de la sentencia del Estatut. La Constitución preveía que el Estatut se aprobaría definitivamente con un referéndum vinculante. Como la sentencia tumbó lo que los catalanes habían aprobado en referéndum, el pacto constitucional se había roto y Rubalcaba proponía rehacerlo, pactando un nuevo Estatut y someterlo a referéndum. "No estoy de acuerdo con el derecho a la autodeterminación ni la independencia —dijo Rubalcaba—, lo que no quiere decir que no haya propuestas que estoy dispuesto a recoger. Algunos aquí piden votar para irse, pero nosotros pedimos votar para seguir juntos. La lógica de un proceso como este es que votemos juntos. Primero dialogar, segundo pactar y tercero votar. Claro está que votaremos. Defendemos la votación, de acuerdo con las pautas que estoy defendiendo".

La sensación es que Catalunya se encuentra inmersa en un periodo demasiado largo de ficción política. Hay un Govern que finge que gobierna y hay un Parlament que solo gesticula, llenándose las bocas de autodeterminación y de independencia tomando a la gente por idiota; pero la gente ya se ha dado cuenta del engaño, porque no hay espectáculo más patético que el de personajes irrelevantes haciéndose los milhombres.