La última sentencia judicial obliga al Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) a restituir en la sala capitular del Monasterio de Villanueva de Sijena —un monasterio al que han borrado cualquier origen o pasado catalán—, las pinturas murales que de allí fueron extraídas. En nuestra versión, la de los catalanes y catalanas, salvadas y pagadas; y, en la de las aragonesas y aragoneses —y, por lo tanto, de todo el Estado español en conjunto, también de la judicatura—, expoliadas.
Dos relatos enfrentados en los que, a pesar de las evidencias que hubieran hecho inútil la batalla en cualquier otro sitio o con otro protagonista que no fuera Catalunya —por ejemplo, andaluces y gallegos—, Catalunya no podía ganar. De hecho, hay otras obras del patrimonio cultural que no están donde tendrían que estar, pero el criterio cambia y se adapta en función de los protagonistas de cada sainete. De hecho, no hay, sainete: lo que hay es un silencio incómodo.
En el Estado español todo sigue una lógica más o menos legal y democrática, excepto aquello que tiene que ver con ir en contra de Catalunya; en este caso, todo está permitido. También ir contra la racionalidad y la veracidad de los hechos y aunque pueda suponer, desde todas las perspectivas, también la artística, una auténtica barbaridad.
Que tomen el testigo desde Aragón
Ahora bien, hay que señalar esta verdad también molesta en Catalunya: los y las catalanas que hacen equilibrios con una supuesta neutralidad limpia de pasiones patrióticas que engalanan de superioridad moral para esconder la cobardía y la vergüenza de doblarse ante los relatos inventados que insultan a todo tipo de inteligencia; aunque no me pronunciaré sobre el artificial. El panorama, desolador, se sabía ya de entrada; cada instancia judicial solo ha reiterado lo que estaba escrito de antemano, pero los y las catalanas somos tozudos por naturaleza. Aparte que nos acogemos a la esperanza de que la razón tendrá que brillar en algún momento; como las películas de Hollywood de una época que ya no es y que tampoco ha sido nunca la nuestra.
La consejera de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón, Tomasa Hernández, dice que en Aragón están muy “contentos” y dice que el escenario es de “absoluta colaboración” con Catalunya. De hecho, el presidente, Salvador Illa, se pronunció en este sentido la semana pasada, solo conocerse la sentencia. Para él, en un caso tan importante, no solo desde el punto de vista cultural, sino también político, solo quedan flequillos técnicos. No opinaré sobre la altura de la figura política de Illa porque por él mismo habla, pero sí que quería hacer una pregunta sobre los aspectos técnicos.
¿No tenemos nunca bastante, de verdad tenemos que participar ahora en el debate “técnico” de preservación de las obras e incluso comandarlo? Queda bien claro que hemos amado y tenido cura de estas pinturas cuando a nadie le importaban un rábano, pero ahora ya no está en nuestras manos. ¡Retirémonos con dignidad! ¡No tenemos que saber más que los otros sobre qué se tiene que hacer con las pinturas y cómo se tiene que hacer el traslado! Los juzgados nos han dicho una y otra vez que no es cosa nuestra, pues asumimos donde estamos y que cojan al testigo desde Aragón. Aparte que, en mi casa, ¡a eso se le llama ser cornudo y apaleado!