Para aliviar el ánimo del sufridísimo lector independentista y ahorrarle tiempo, contravendré las normas más elementales de escritura y empezaré el artículo directamente con las conclusiones. Todo este ridículo que ocurre últimamente en el mundo de la política catalana resulta una magnífica noticia y lo es porque la consecución lógica de los hechos siempre es una cosa a celebrar. Como ya he escrito manta veces, las luchas de salón entre Esquerra y Junts son el resultado natural del autonomismo, un sistema creado y urdido desde España para que los políticos catalanes tengan como simple incentivo alcanzar el poder en Plaça Sant Jaume. El actual Olimpo procesista es la última diarrea de una generación de burócratas que ha manifestado repetidamente que no tiene ningún incentivo para dejar de mentir sus electores y que nunca jamás sacrificará sus intereses personales por la libertad del país.

Resulta muy fácil jugar a la esgrima paralímpica para ver si el actual desbarajuste de los partidos gobernantes es culpa de Aragonès, de Puigneró o de la Virgen María. Todo eso no tiene ningún interés; desde que Puigdemont y Junqueras convocaron el 1-O (aprobando las Leyes de Transitoriedad y del Referéndum) con la absoluta convicción de que no aplicarían el resultado de la votación, prostituyendo así el sacrificio de los electores en la defensa de las urnas, los políticos catalanes viven en la mentira permanente. Ellos son los primeros responsables de toda la fraudulencia posterior. La mesa de diálogo es humo, porque todo el mundo la sabe inútil, como también es mentira que la cúpula de Junts tenga un camino más efectivo o ambicioso de cara a la secesión con España; los políticos os han tangado desde el inicio del procés, les habéis ido riendo las gracias, y no se sienten mínimamente obligados a deciros la verdad. ¿Por qué cojones tendrían que hacerlo?

La situación actual, por lo tanto, no es importante por el ridículo, sino por la mentira. Esta semana me lo he pasado pipa leyendo y escuchando editoriales que, todavía tímidamente, empiezan a hablar de impostura. Bienvenidos al mundo de los hechos, compañeros, pero todo eso tocaba hacerlo hace cinco años, cuando sólo cuatro gatos osamos ajustar las cuentas con la esquerrovergéncia mientras vosotros os dedicabais a hacer pornografía periodística sobre la vida en la prisión de los mártires y sus huelgas de hambre detox. Reírse de los cojos es opción de cobardes; así sigue actuando la clase plomera catalana, la mayor parte de la cual no sé cómo tiene la valentía de levantarse por la mañana, pues muchos de los que hoy reclaman fuego nuevo en las filas de los partidos indepes serían los mismos que situaron a algunos de los diputados más ilustres del Parlament en la silla. El papeleo del periodismo los últimos años es material de tesis.

La última y la más importante de las lecciones del 1-O: ni la violencia física extrema (sea policial o judicial) puede parar un movimiento cívico de millones de personas dispuestas a defender su voto.

Pero bueno, todo eso es morralla y no nos tenemos que alejar de las cosas fundamentales, que estamos de aniversario y hay que hablar del 1-O. Aparte de las experiencias de cada uno en la defensa de las urnas, el referéndum es todavía hoy importante por dos motivos. Primero, porque demostró que se puede organizar una votación estrictamente válida y que ninguna burocracia estatal puede impedirlo (lo cual, con las nuevas tecnologías de autoría deslocalizada, sólo ha hecho que mejorar; para hacer un referéndum actualmente, no se necesitan ni urnas). Segundo, que toda nuestra educación política denominada catalanismo (basada en la premisa pujolista según la cual, si osábamos liberarnos, los españoles vendrían a inflarnos a hostias y todo el mundo correría a casa o a abrir la tiendecita) también es falsa. El referéndum es válido y amplió la base porque sus electores vieron claro que se jugaban la libertad.

Esta es, pues, la última y la más importante de las lecciones del 1-O, y hay que repetirla de nuevo. Ni la violencia física extrema (sea policial o judicial) puede parar un movimiento cívico de millones de personas dispuestas a defender su voto. Cuando los partidos catalanes hablan de superar la memoria del 1-O para matizarla con un nuevo referéndum o nos venden la moto con votaciones de carácter más inclusivo, nos regalan una pista maravillosa de qué no quieren que hagamos: memoria. El 1-O votó mucha más gente de la prevista (incluyendo a muchísimos españolistas) porque cuando la gente tiene que escoger entre la democracia y la fuerza bruta siempre se pone del lado de los resistentes. El 1-O es válido porque dinamitó la caricatura colonial del catalán tendero miedoso con que Pujol y Maragall nos habían educado durante lustros. A medio referéndum, la policía española se retiró del territorio catalán. Haz memoria.

Esto de ahora no es ridículo, que también. Es mentira. Y hasta que no paréis de votarlos seguirá siendo mentira. Hace cinco años uno podía hacerse el sueco. Ahora ya no. Vosotros mismos.