Explica Corinna Larsen —la más oficial de las amantes del rey— que Juan Carlos le decía que no hacía falta que se pusiera tan dramática. Ella estaba asombrada de ver la ligereza, visibilidad e impunidad —interpreto de su versión— con la que el rey español mostraba sus negocios delante de ella y, quizás, de muchos más. Corinna dice que el rey llegaba a casa o se iba de viaje —y no es la primera— con bolsas y maletines llenos de dinero; cosa que inquietaba a Corinna y que el rey bloqueó con un "no entiendes cómo funciona España".

Diría que lo entendió y bien, porque la cosa duró. En todo caso, la cuestión importante es si nosotros lo entendemos y, especialmente, qué haremos. La porquería ha empezado a salir de una forma más transparente y evidente de lo que era previsible; tal y como cuando llueve y las alcantarillas rebosan por todas partes, sin freno.

Las bolsas de dinero que asociábamos, más allá de los narcos, al alcalde de Marbella a partir del juicio popularmente llamado "a la Pantoja" —y por las últimas noticias, quizás también a la actual alcaldesa—, parece que son un rasgo recurrente de esta España real; pero ni el único ni el más escandaloso, a la espera de las próximas entregas del podcast de Larsen.

Hay más de un "país" que normaliza todo lo que tendría que ser inadmisible en democracia; cosa que es todavía peor que los mismos delitos, que lo son mucho

Las declaraciones de Barrionuevo se han situado en competencia directa con la corrupción de la monarquía. El exministro del Interior, con total tranquilidad —tanto por su parte como por parte del periodista del diario El País que le hacía la entrevista— y bastante orgulloso de sí mismo, ha explicado cuál era el papel del Estado en el funcionamiento de los GAL. Todo, escandaloso, más allá de los hechos. Sí, hay más de un "país" que normaliza todo lo que tendría que ser inadmisible en democracia; cosa que es todavía peor —o por lo menos, bastante grave— que los propios delitos, que lo son mucho. Las anomalías de la democracia española son tantas y tan estructurales que explican perfectamente el porqué, a pesar de ser tan gordas, el sistema ha aguantado, después de la Transición, tantos años.

La contribución del PSOE es inconmensurable, impagable; por mucho que determinados partidos ahora pongan el grito al cielo. Pedro Sánchez ni se despeinará —bueno, en él, eso no tiene ningún mérito— ni tampoco Felipe González, ni ningún otro miembro del partido. Tampoco se despeinarán sus votantes, porque este podridero de España no sería posible —cuando menos, tanto tiempo a pesar de las evidencias— sin la desidia fatalista de la ciudadanía española que —aparte de una indignación de barra de bar o de tuit que no es más que impostura— naturaliza y normaliza y, por lo tanto, deja pasar todo lo que el poder hace.