La UE ha dicho, este martes, no a la oficialidad del catalán, y el Supremo, este jueves, no a las obras de Sijena. Convendremos que no han sido unos días especialmente exitosos para el catalanismo, independentista o no. Hemos recibido por todos lados. Pero, como de lecturas catastrofistas, vamos sobrados, los catalanes, me gustaría hacer otra, no diré que positiva, claro, pero sí, hasta cierto punto, constructiva. Vamos.

Es necesario remarcar, de entrada, que eran dos batallas difíciles de ganar. La del catalán es una decisión que requiere la unanimidad de los estados miembros de la UE. Parece que todavía no hemos convencido a unos siete o diez —o que otro, que empieza por P y acaba por P, los ha convencido de lo contrario. La decisión sobre Sijena contaba también, de entrada, con serios obstáculos: la tenía que tomar el Supremo —un tribunal perteneciente a un sistema judicial, el español, que, a todos los efectos y estadísticas en mano, podríamos decir que no es propenso a pronunciarse a favor de tesis con componentes catalanistas— y ya venía en parte condicionada por lo que habían decidido las instancias judiciales inferiores. En definitiva, en ambos casos ha ocurrido lo que era más probable que ocurriera.

Sin embargo, que fueran batallas difíciles no excluye que se hayan perdido y que tengan repercusiones muy negativas: el catalán continuará, de momento, sin reconocimiento oficial a escala europea y cada vez le queda menos tiempo de vida a aquello —la legislatura española— que explica que el PSOE dedique esfuerzos al catalán en Europa. Además, en estos momentos, ya se han expuesto y justificado ante los socios europeos todos los argumentos favorables a la oficialidad del catalán: los políticos —el catalán es cooficial en una parte de España y reconocerlo no tiene que generar, necesariamente, un efecto llamada de otras lenguas—, los demográficos —lo habla mucha gente—, y los presupuestarios —pagará el coste de la medida España, es decir, Catalunya. Poco más les podremos explicar para tratar de convencerlos.

En cuanto a las obras de Sijena, ya se ha agotado, con la sentencia del Supremo, lo que se llama la fase declarativa del procedimiento, aquella en la que se declara y se decide —se dice— quien tiene derecho a las obras: no lo tiene el MNAC y eso, en principio, ya no se puede modificar. Ahora se abren dos escenarios: que el MNAC cumpla la sentencia voluntariamente y entregue las obras, en el plazo legal de 20 días y sin que nadie lo requiera expresamente para hacerlo, o que no lo haga. Debo decir que, conociendo cómo conozco la jurisdicción civil —trabajo allí desde hace más de veinte años— el primer escenario es muy poco probable. Primero, porque casi nunca los condenados cumplen voluntariamente las sentencias —sí, la capacidad de persuasión de nuestras sentencias es escasa, parece—, y segundo, porque, precisamente en el caso de Sijena, la complejidad y los riesgos —quién sabe si, directamente, la imposibilidad— que comporta la extracción, el transporte y la nueva instalación de las obras hace que sea prácticamente inviable, de facto, el cumplimiento voluntario de la sentencia en el plazo legal. Nos veremos abocados, por tanto, todo apunta, a una ejecución judicial —llamada forzosa, en contraposición al cumplimiento voluntario—, que promete ser muy interesante.

La nueva negativa de la UE le muestra, al catalanismo, que está solo

Volvemos al catalán y empezamos, por fin, la parte constructiva de mi reflexión. Detecto, en el no europeo, un aspecto paradójicamente positivo: la nueva negativa de la UE le muestra, al catalanismo, que está solo. Ya debería tenerla asumida, una obviedad como esta, pero ya está bien que, de vez en cuando, alguien o algo la recuerde: nadie —salvo que tenga un interés directo importante, algo poco habitual, y menos en pleno siglo XXI— te ayudará en un proceso de emancipación nacional. Tampoco lo hará la UE, una sociedad de estados. Es importante tenerlo presente, todo esto, porque hasta no hace tanto se oía el clamor de "Europa no lo permitirá", clamor que no acaba de encajar con no decisiones como la del catalán u otras noticias recientes igualmente negativas para el catalanismo, como dos resoluciones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos: una inadmitiendo la demanda que tenía que analizar si el Tribunal Constitucional español había vulnerado algún derecho fundamental al impedir en 2017 los debates en el Parlament, y otra relativa a las decisiones del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya precisamente sobre el catalán. Habría que asumir, por tanto, que el catalanismo está solo. Pero, mirándolo bien, ya lo estaba. Siempre lo ha estado y siempre lo estará. Es aquí donde veo el aspecto positivo para el catalanismo de la no decisión de la UE: lo puede ayudar a darse cuenta de esta realidad, tal vez dolorosa, pero que hay que tener constantemente presente: el hecho de estar solo. Es positivo porque entonces estarás en mejores condiciones de actuar en el futuro, por ti mismo, con mayor conocimiento de causa y, quién sabe, quizás con más decisión. En todo caso, seguro, con mayor madurez política.

Termino con la reflexión constructiva sobre Sijena. Como decía, la partida continuará en la fase de ejecución y, en contra de lo que suele ocurrir, será una ejecución con mucho partido. Una especie de prórroga. Habrá que exigir, más concretamente, al MNAC y a la Generalitat que agoten hasta el final la tesis de la imposibilidad de la ejecución de la sentencia. Es un supuesto que se da muy poco: normalmente, las sentencias pueden cumplirse. Costará más o menos, se tardará más o menos, pero, por lo general, se pueden cumplir. En el caso de Sijena ya se dispone, por el contrario, y podrán complementarse, de informes técnicos que apuntan, con solidez, a la inviabilidad del traslado de las obras sin riesgo de dañarlas irreversiblemente, ya sea por el tratamiento químico al que ya han sido sometidas o por los riesgos inherentes a la extracción, al transporte y a la nueva instalación. Y en el caso de obras de gran valor artístico, son unos riesgos que deben ser valorados, por razones evidentes. En definitiva, si los tribunales que tengan que decidirlo son realmente imparciales —esto habrá que seguirlo de cerca—, todavía debería haber opciones de que las obras permanezcan, físicamente, en el MNAC.