Sílvia Orriols ha ganado en Ripoll explotando la herida del 17-A y intentará propagar su discurso al resto del país desde la herida del procés. Antes de explicar los porqués de todo esto, hay que hacer unos apuntes preventivos —refritísimos, por otra parte— para situar al lector: el músculo de la extrema derecha en Catalunya es Vox, Aliança Catalana ha reunido el 30% de votos en Ripoll y si alguien utiliza este ejemplo para remachar el cliché de que el movimiento independentista trabaja sobre una base racista es porque este alguien es nacionalista español. Dicho esto, que haya gente —no sabemos cuánta, pero están en las tertulias— predispuesta a ponerse de perfil ante un discurso como el de Orriols, es el resultado de la ineficiencia de una clase política que todavía no ha encontrado las palabras para marcar ninguna posición.

Si en una nación minorizada por un estado como el español, la mejor solución que se te ocurre para "salvar Catalunya" es atacar a los musulmanes, es que das gato por liebre

Uno de los precios a pagar por no haber hecho la independencia en 2017 es el de la frustración. La abstención es una muestra de ello. Y también lo es que en los sofás del país hay quien pone 8TV y está dispuesto a obviar el racismo de la nueva alcaldesa de Ripoll porque ofrece un discurso nacional aparentemente sólido. Digo aparentemente, porque, si en una nación minorizada por un estado como el español, la mejor solución que se te ocurre para "salvar Catalunya" es atacar a los musulmanes, es que das gato por liebre. Pero en este país hace tiempo que no se ve buena materia y eso acaba desorientando al personal, que se agarra a cualquier liderazgo que "diga las cosas por su nombre" para curarse los miedos de sentirse perdido, aunque las cosas que "diga por su nombre" sean las que dice Sílvia Orriols. Pienso en Pilar Rahola, por ejemplo, que ha alabado a Orriols por "hablar de lo que nadie habla" como si eso fuera, per se, una contribución positiva. Si quieres hablar de demografía, Pilar, hablemos de demografía. O exijamos que la clase política independentista se ensucie las manos para garantizar, por ejemplo, políticas lingüísticas que remen a favor de la adscripción nacional catalana. Pero si la parte que gusta es la que señala a comunidades para culparlas de los males del país, eso ya es otra cosa.

No hay nada que combata mejor la extrema derecha —española y la catalana— como una clase política independentista competente

Hace seis años de la rendición de los líderes independentistas y el país se ha ido consumiendo poco a poco. Nuestra clase política es incapaz de ofrecer ninguna victoria a su electorado. No lo hace ahora ni lo hizo entonces, cuando arrió las banderas para encargarse de la gestión del mientras tanto. La política catalana ha construido un discurso vacío que no la compromete, abandonó el nacionalismo de base porque no le parecía lo bastante integrador ni movilizador y ha acabado abalanzándose a la administración material del país sin mejorar nada: las cifras en el ámbito lingüístico son cada vez peores, TV3 paga series bilingües que relegan el catalán a un chiste, la brecha territorial y centralista es honda, utilizar Rodalies es un insulto diario y la comprensión lectora de los niños catalanes pronto será un unicornio. Mientras tanto, Pere Aragonès es un hombre que vive obsesionado con su gobierno-escaparate, con convertir la imagen de la gestión eficiente del Govern en producto electoral, en poner nombres de conselleries que transmitan estabilidad y poder ganarse la confianza de un sector que, en el fondo, preferiría que Pere Aragonès no existiera. Políticamente hablando, el país es un páramo. Por eso es tan profundamente cínico ver según qué proclamas de "No pasarán" contra Orriols: le han abonado el terreno para que pase.

Sílvia Orriols no está en condiciones de arreglar nada. Se dedica a magnificar problemas paralelos y vender su nombre como la solución para distanciarse de la incompetencia de los políticos independentistas

Junts no sabe reorganizarse, ERC quiere dar la estocada final con su estrategia de la Catalunya entera y la CUP maniobra en silencio para salvar los muebles elección tras elección, envolviéndolo todo con retórica obrerista, empalagosa y caduca. La enésima escenificación de la derrota son las maniobras para configurar las listas a las elecciones españolas, donde figuran Francesc-Marc Álvaro o Eduard Pujol como propuestas ilusionantes. O el pensamiento silencioso con el que muchos se habrán ido a la cama hoy, el de saber que, en el fondo, el independentismo de Xavier Trias y el unionismo de Jaume Collboni no son cosas demasiado diferentes. Sílvia Orriols no está en condiciones de arreglar nada de eso, y se dedica a magnificar problemas paralelos y vender su nombre como la solución para distanciarse de la incompetencia de la clase política independentista, hurgando la herida en el corazón del independentista que se siente traicionado. No hay nada que combata mejor la extrema derecha —española y la catalana— como una clase política independentista competente. A nuestros partidos, sin embargo, les interesa más seguir adornando tuits con el emoji del puño alzado que tomar una decisión y procurar reunir aquello que a partir de 2017 se rompió y de hacerlo con un discurso rearmado ideológicamente, que se estructure, sin dudar, desde la nación.