Si hay algo que nos iguala como humanos es la muerte y la conciencia de finitud. Estamos aquí de paso. Todos nos tendremos que marchar en algún momento y los que se quedan nos tienen que poder dar el último adiós sin arruinarse. Y nosotros tenemos que poder irnos sin hipotecarnos. Exceptuando las pequeñas empresas familiares —diversas de ellas centenarias— que todavía mantienen un trato humano y unos precios razonables, la gestión de los servicios funerarios en el Estado y en Catalunya se ha convertido en un negocio indecente que se aprovecha del dolor de la gente en uno de los peores momentos de su vida.

Todavía con el cuerpo caliente del padre, madre, hermano o abuela, te hacen tomar decisiones sin entender exactamente qué estás firmando y tener alternativa. Con el duelo recién empezado, los asesores —más bien diría comerciales— sobrevuelan la familia afectada como buitres esperando la presa. De mala gana te toca asumir gestiones necesarias y resolver una burocracia pesada cuando no estás en disposición. Te encuentras en un estado anímico vulnerable y medio te obligan a ser generoso en la contratación del despido. Que el difunto se lo merece, te dicen. Y ya te han tocado la fibra. También tendríamos que ver en qué condiciones laborales se encuentran los trabajadores de estas grandes empresas, en las que presiones y precariedad ya han sido denunciadas.

Se trata de una imposición de la cual no te puedes escapar porque el funerario es bien diferente del resto de servicios a la sociedad existentes. Si tú vas a una tienda de ropa y la camisa no te va bien, puedes volver para cambiarla o comparas precios y eliges el comercio o la marca que más te interesa. Aquí no. Te encuentras en un callejón sin salida porque si no pagas lo que te dicen, no hay entierro digno y juegan con el chantaje emocional de la pena y el cansancio. No puedes devolver el producto, el servicio ya está ofrecido y ve y reclama a toro pasado. Además, no todo el mundo se lo puede permitir y entonces hace falta pedir ayudas públicas (subvenciones para pagar un funeral, dónde hemos llegado) o conformarse con una fosa común o un nicho básico de alquiler situado arriba de todo, donde nadie los compra. Además de arrastrar el estigma de la pobreza llevado al extremo de la defunción.

Te encuentras en un callejón sin salida porque si no pagas lo que te dicen, no hay entierro digno y juegan con el chantaje emocional de la pena y el cansancio

A menudo, el precio final no lo conoces hasta que acaba toda la tramitación y recibes la factura, donde aparecen conceptos de dudosa comprensión, siendo lo más caro el ataúd, que ronda los 1.300 €. Además, en el catálogo de cajas, flores y urnas que te muestran para que escojas no siempre consta el precio y vas escogiendo a ciegas. Todo es exageradamente caro: tanatorio, incineración, lápida, coche fúnebre e incluso se pretenden cobrar en torno a 250 € por poner un usb con música durante la ceremonia. Un simple pendrive. Y pagas y callas mientras todavía no tienes asumida la pérdida. No tienes más remedio. Con todo, y a pesar de intentar escoger los productos más económicos, a día de hoy en Catalunya se están pagando entre 6.000 € y 10.000 € por funeral. Una indecencia.

Cada vez son más las personas afectadas que se atreven a levantar la voz, ya sea en público o en privado. Hay denuncias interpuestas, perfiles en redes sociales y colectivos diversos que han dicho basta ante la opacidad y el abuso. Para redactar este artículo hemos bebido de todas estas fuentes y otras oficiales, como webs de las mismas compañías, asociaciones o ayuntamientos. Así, la empresa que genera más dudas e indignación entre los usuarios es Mémora, que lidera los servicios funerarios en España y Portugal. Se trata de un grupo detrás del cual hay un fondo de inversión inglés, que gestiona el 80% de los sepelios en Barcelona y que, junto con Altima, se queda el 30% del pastel mortuorio catalán. Las dos empresas (Mémora y Altima) tienen unos beneficios netos de unos 100 millones de euros el año. Una cifra lo bastante desorbitada, porque una cosa es tener derecho a ganarse la vida con un trabajo y otra es lucrarse con la muerte y a costillas de la aflicción de los ciudadanos.

Dentro de la Unión Europea, España tiene un lamentable triple récord: es el único estado donde existen pólizas de deceso (que tampoco baratas son), es el lugar donde son más caros los servicios funerarios y es el único país donde se aplica un IVA del 21%, como si morirse fuera un lujo (era del 8% pero en 2012 el PP de Mariano Rajoy lo subió). El podio de la vergüenza. Y todo eso a pesar de que en 1996 en el Congreso de los Diputados se aprobó una ley que liberalizaba el mercado y abría el sector, aunque en 2016 el Síndic de Greuges elaboró un código de buenas prácticas al respecto y aunque hace pocos años el ayuntamiento de Barcelona marcó un tope de 2.500 € por funeral. A pesar de todos estos pequeños avances, todavía se hace difícil la elección libre por parte del ciudadano, todavía se juega a la desinformación y el mercado todavía continúa dominado por grandes empresas, que tratan la muerte y el difunto como si fueran un simple número del que sacar un beneficio inmoral.

En nuestro país, Catalunya, se calcula que hay 60.000 defunciones anuales, de las cuales más del 60% están cubiertas por un seguro (aquello que las personas mayores llaman el Ocaso), que te pasas media vida pagándote un funeral y quizás cuando mueres —si tienes la suerte de morir de viejo— ya te lo has pagado y repagado cinco veces. En este caso, sin embargo, la diferencia no se te devuelve, claro está. Cosa que a la inversa sí que suele pasar. De todo este cafarnaúm, las administraciones son cómplices en tanto que consienten un monopolio escandaloso que nadie es capaz de romper, a pesar de haber leyes que apuntan en dirección contraria. Haría falta regular los precios de manera efectiva y eficiente, generar una especie de tarifa plana, crear un servicio de titularidad pública y evitar el espolio continuado. Alguien tendría que parar esta espiral, porque todos moriremos, tarde o temprano, y no podremos huir de la falta de escrúpulos de los que gestionan a conveniencia un nicho de mercado que ya tendría que estar muerto y enterrado.