Cada Navidad, más allá de ruido, regalos y comilonas, o quizás contra todo eso, la interpelación que nos llega en cuanto nos mantenemos un segundo en silencio, es la misma: ¿Cómo se puede ser a la vez buena cristiana y liberal? ¿Cómo se compadecen el conservadurismo y el amor misericordioso de Dios? Y por intentar ir centrando el tema, ¿de qué manera casan la justicia social y las fronteras que ponen impedimentos a quien, incluso arriesgando la vida, intenta saltarlas?

Hace casi veinte años se produjo uno de esos incidentes que marcan una generación y que, a pesar de eso, ya casi se nos habría olvidado, si no fuera porque alguien lo ha devuelto a la actualidad plasmado en un libro. Juan Manuel Pardellas lo describe con pluma periodística y cercana en las páginas de “En este gran mar”: 53 jóvenes se embarcaron la Nochebuena de 2005 en Cabo Verde en una embarcación que no reunía las condiciones de seguridad mínimas para la navegación, con la promesa de su capitán de que, previo pago de 1.000 euros por cabeza, conseguirían llegar a las costas canarias antes de que acabase el año. Pero no fue así: varios meses después, el barco a la deriva embarrancó en las costas de las islas Barbados con solo 11 cuerpos momificados a bordo; la conexión entre aquellos 53 y estos 11 la lleva a cabo Pardellas en su investigación de casi veinte años, que concluye en las páginas de su libro. Pero en el fondo, da igual dónde fueron a parar aquellos infortunados: pagaron con su dinero y con su vida un sueño que solo podía ser el de prosperar, y la tierra que, como a María y José en Belén, debería haberlos acogido, no lo hizo, aunque ni siquiera tuvo oportunidad de negarse, porque concluyeron su vida en ese cementerio vergonzante que es, para ya tantos, el mar.

Seguiremos viviendo la contradicción mientras echamos unos rezos por los desfavorecidos

Sin duda hay razones de seguridad (Marlaska), normatividad europea (Von der Leyen), discurso político (cualquiera de los partidos que argumentan la conveniencia de denegar la entrada a quienes no encontrarán aquí el sueño que buscaban, ya que casi no hay sueños para nadie), que en el plano de la racionalidad solo pueden ser compartidas: ni cabemos todos en el mismo lugar, ni se puede sostener un sistema donde el desequilibrio entre países es tan grande como para propiciar esas oleadas migratorias masivas. Pero ¿y el amor al prójimo? ¿Y la ayuda mutua? ¿Y la caridad cristiana? Para el ateo es todo más fácil, porque en un mundo sin Dios, la moral es lábil, relativa, tan flexible como la conciencia, que somos capaces de adormecer con razones que no lo son. Pero frente el mandato de Jesús de Nazareth, que emerge desde el mismo miserable pesebre en el que aceptó venir al mundo en remisión de nuestra soberbia, avaricia y pereza, eso ya no es tan fácil. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”

Seguiremos viviendo la contradicción, seguiremos exacerbando la fiesta, saturando el armario y cebando el estómago mientras echamos unos rezos por los desfavorecidos, para quienes cada día es esa Nochebuena eterna en la que dos llamaron a cien puertas y ninguna se abrió.