Tras la ceremonia ritual de la investidura imposible de Pedro Sánchez, todo se ha puesto peor en la política española. Todo lo que es inútil termina siendo destructivo; y como este acto era inútil desde su origen para la finalidad que la Constitución le atribuye -elegir a un presidente del Gobierno-, sus efectos sólo podían ser contraproducentes para esa misma finalidad.

Tras este debate, todo ha quedado peor que antes entre el PSOE y Podemos; se ha abierto un foso entre el PP y Ciudadanos; Iglesias ha sacado del cajón la pintura de guerra, ha regresado a la Puerta del Sol y ha hecho volar los puentes emocionales con los socialistas; Rivera se ha prohibido a sí mismo cualquier acuerdo con el PP que pase por Rajoy; y éste, en su patético aislamiento, ha quedado encastillado en una defensa numantina de su gestión de gobierno sin aceptar la necesidad de reforma alguna y presentando como única oferta un contrato de adhesión a su persona del que la primera víctima es su propio partido.

Tras el debate de investidura, todo ha quedado peor que antes entre el PSOE y Podemos

Utilizar el mecanismo destinado a formar gobierno para abrir la vía que resultaría de su imposibilidad es sólo una de las paradojas del momento que vivimos. Hay al menos otras dos que alimentan y en parte explican el enquistamiento:

Los partidos están gestionando simultáneamente una negociación de alianzas para formar gobierno y una precampaña electoral. Pero todo lo que es necesario hacer para alcanzar acuerdos de gobierno tiene contraindicaciones electorales, y todo lo que favorece la competitividad electoral es enervante para una auténtica negociación.

Para negociar una coalición de gobierno hay que mezclar propuestas y programas, ceder en las posiciones propias y aceptar como válidas y legítimas las ajenas, desdibujarse voluntariamente para que todos los que participan en el acuerdo se vean reflejados en el dibujo resultante. La lógica de una campaña electoral es exactamente la contraria: en ella se trata de afirmar tu propia personalidad y subrayar la que te singulariza y distingue de tus adversarios.

Los partidos están gestionando simultáneamente una negociación de alianzas para formar gobierno y una precampaña electoral

 

Una negociación de gobierno pivota sobre las coincidencias y una campaña electoral versa sobre las diferencias. Los socios naturales en una negociación de gobierno son los partidos más próximos; pero precisamente esos son los principales rivales electorales porque hay un electorado fronterizo en disputa. Tu posible aliado de hoy será tu seguro adversario dentro de un mes si se repiten las elecciones. Y lo que te invita a aproximarte a él en la negociación te impulsa también a mantener las distancias ante una probable contienda electoral.

El resultado casi inevitable es lo que estamos viendo: la parálisis. La principal causa del bloqueo político en España es que desde la misma noche del 20-D la negociación de gobierno está contaminada por la perspectiva de una probable repetición de las elecciones.  Por eso los partidos aparentan negociar un acuerdo cuando en realidad están preparándose para obtener una posición ventajosa en el escenario del desacuerdo.

El efecto más nocivo de esta contradicción lo padece quien ha decidido protagonizar esta función, que es Pedro Sánchez arrastrando con él a su partido. Su operación sólo le será beneficiosa si finalmente consigue ser presidente, lo que cada día parece más lejano. Pero si no lo logra, todo lo que ha hecho hasta ahora carga a su partido con hipotecas que debilitarán seriamente su posición competitiva en las elecciones.  

Al comprometerse hasta las cejas con un acuerdo programático con el centro-derecha del que ya no podrá desprenderse, ha abierto un amplio espacio para que Podemos colonice el espacio de la izquierda y, por tanto, se ha debilitado en ese flanco. Pero a la vez, al casarse con C’s y asumir como propios muchos de sus postulados, ha blanqueado a ese partido ante los votantes socialistas; Sánchez ya no podrá decir que Rivera es “la versión moderna de la derecha de siempre” y Ciudadanos  “las nuevas generaciones del PP”. El contenido del programa común y, sobre todo, los discursos de ambos líderes en la investidura contienen una invitación para que un votante moderado del PSOE dé una oportunidad a Rivera el 26 de junio.

Sánchez ha blanqueado a Ciudadanos ante los votantes socialistas

 

En su intento por alcanzar La Moncloa, Sánchez ha desprotegido a su partido por la izquierda y por la derecha; y además, carga con el peso de que él es el único líder que ya ha medido sus apoyos en la Cámara y ha sido derrotado de forma aplastante. Si el 2 de mayo el candidato Sánchez es el presidente Sánchez, todo se dará por bueno. Pero si ese día hay en el BOE un decreto de convocatoria de elecciones, los socialistas tendrán mucho que reflexionar sobre su propuesta, su mensaje y su candidatura.

La segunda paradoja es que, al parecer, nadie desea que se repitan las elecciones; pero como no puede descartarse que ocurra, ninguno de los actores está dispuesto a asumir el precio que se requiere para evitarlo. Y la consecuencia es que el temor de todos a unas elecciones repetidas puede ser justamente lo que las haga inevitables. Como en una profecía autocumplida, cada vez que  se evoca y se conjura el fantasma de las elecciones se avanza un paso más para que finalmente se produzca.

 

Como en una profecía autocumplida, cada vez que  se evoca y se conjura el fantasma de las elecciones se avanza un paso más para que finalmente se produzca

 

El PP tiene motivos para contemplar con aprensión las elecciones, especialmente si en ellas tiene que cargar con la doble mochila de Rajoy y la corrupción. El PSOE, como ya he dicho, se ha hecho aún más vulnerable con un líder que se lo ha jugado todo a una carta, una dirigencia vacilante y un electorado tradicionalmente lábil y ciclotímico; y a Ciudadanos parece favorecerle la coyuntura, pero ha demostrado que su base electoral es frágil y una simple renovación del liderazgo en el PP –también en el PSOE- pondría en peligro su expectativa de crecimiento. En cuanto a Podemos, las encuestas muestran que muchos de sus votantes no comprenden su estrategia negociadora y se sienten incómodos ante el histriónico exhibicionismo de Pablo Iglesias.

Un racionalista diría que, puesto que nadie las quiere, estos dirigentes evitarán las elecciones, aunque sea en el último segundo. Puede ser, pero la historia está llena de ejemplos de lo contrario. Y es que se olvida con demasiada frecuencia que el factor humano pesa en la política más que ningún otro y nada hay más irreductible a la razón que el miedo.