Últimamente, se están acumulando los episodios de hostilidad violenta en contra de artistas y poetas como, realmente, hacía tiempo que no se veía. Es verdad que estas polémicas quedan artificialmente amplificadas por la resonancia que encuentran en el mundo de las redes sociales, donde de manera muy fácil corre la pólvora verbal sin que, en muchos casos, los responsables de las perdigonadas hayan dedicado un minuto a documentarse sobre aquello que denigran. No tiene más importancia que un simple síntoma del ahora y aquí, como una especie de termómetro de la sensibilidad estética, sin embargo, por eso mismo, también tiene un punto de alarmante si es que marca tendencia.

Empezó, de manera simultánea, aunque aquello, en la distancia, aparece sólo como un conato, con la escultura a los castellers del artista Antoni Llena en la plaza Sant Miquel de Barcelona en 2012  y, en la misma semana, con la inauguración de la Filmoteca de Catalunya en el Raval: iniciativas recibidas, en ambos casos, con virulentas manifestaciones en contra del artista y la escultura y en contra de nuestra cinemateca nacional. Se recriminaba, en un caso, el precio, la falta de diálogo con los vecinos, la calidad y la forma de la obra e, incluso, su abstracción; y, en el otro, la intrusión en un barrio que, por lo visto, no necesitaba para nada de una institución como esta, reclamada en realidad durante décadas por los aficionados al cine. Es igual que la escultura de Llena sea una de las mejores intervenciones de arte público en la ciudad de Barcelona y que la Filmoteca ya sea, a estas alturas, una institución cultural de referencia indiscutible. En el fondo, tanto la una como la otra irritaban, y parece que profundamente, a quienes reconocían no necesitar ni la una ni la otra. Siguió, con menor intensidad, con la escultura de homenaje a Salvador Espriu de Frederic Amat, en los Jardines de Passeig de Gràcia, por encima de Diagonal, que recibió, de nuevo, escarnios y burlas con comparaciones soeces y símiles escatológicos, prácticamente igual que lo ha recibido su proyecto (¡un proyecto!) de intervención en la fachada del Liceu.

La temperatura de los insultos subió considerablemente de tono con la lectura del poema “Mare nostra”

La temperatura de los insultos subió considerablemente de tono, ahora hace un par de meses, con la lectura del poema “Mare nostra”, del libro Missa pagesa (Premio Gabriel Ferrater, 2006), a cargo de su autora, la poeta Dolors Miquel, una de las voces indiscutiblemente más brillantes de la poesía en nuestro país, en la entrega de los Premis Ciutat de Barcelona En este caso, la furia demagógica en contra del poema y de la poeta, a la que se le dijo de todo (¡y todo es todo!), venía exacerbada por el tono mojigato y puritano que acababa acusando al poema de lo que realmente no decía, cosa que cualquiera que lo leyó podía observar de forma meridianamente clara. La cuestión, sin embargo, era que una vez que se había desatado la furia contra una poeta que había recitado un poema que dicen que decía que parece que quería decir que aunque no lo decía se reía de la virgen, etcétera, etcétera, ya todo parecía justificable. ¡Y a ver quién la podía decir más bestia! No es que la polémica se alimentara de la discrepancia estética o de gustos literarios respecto del poema, cosa que no plantearía ningún problema, ya que todo el mundo está en su derecho de que un poema le guste o no. Es, más bien, que gente sin ningún tipo de competencia hermenéutica o literaria ofrecían, gratuitamente, como complemento a los insultos dedicados a la poeta y su poema, auténticos tratados de retórica poética sobre lo que tiene que ser, o no, un poema, y de qué y cómo tiene que hablar, aliñado, de paso, con una crítica textual, de ambición semiológica, respecto al uso de algunas de las expresiones contenidas en el poema en cuestión. Realmente delirante, seguro que lo recuerdan.

Pero la última semana ha estallado otro incendio, todavía más furibundo que los precedentes y que, si hubiera que juzgarlo por los decibelios de las redes, realmente correríamos peligro serio de sordera. En este caso, el destinatario de las diatribas airadas ha sido el artista Àngel Jové, a causa del cartel que ha hecho para las fiestas de Sant Anastasi de Lleida . Se ve una panorámica nocturna de la capital de Ponent, a los pies de la Seu vella, en una fotografía borrosa, al estilo de algunos trabajos suyos, en los cuales la fotografía de la fotografía acaba difuminando los contornos de lo que se muestra, muy en la línea, en eso, de lo que un artista como Gerhard Richter hizo en algunos paneles de su Atlas. Como en los otros casos, nadie discute aquí el derecho de cada cual a la hora de opinar sobre sus gustos artísticos ni la legitimidad con la que alguien pueda expresar que una obra le gusta o no, ¡faltaría más! Sin embargo, de nuevo, sorprende la violencia desatada contra la obra y contra el artista con insultos sobre la calidad, la oportunidad y la forma de la imagen, así como también sobre la calificación o la trayectoria de la persona que lo ha hecho, y que configuran, hasta el momento de escribir estas líneas, el ejemplo más grotesco de linchamiento público reciente, entre nosotros, de un artista.

Àngel Jové, como sabe cualquier persona mínimamente informada, es uno de los artistas más singulares que tiene este país. Con obra en el MACBA (menos de la que debería haber), pionero del videoarte en Catalunya con “La primera muerte” (1969), pionero del arte conceptual desde sus intervenciones en el espacio mítico de La Petite Galerie de Lleida a partir de finales de los sesenta, Jové ha sido un artista al margen de modas, reconocimientos institucionales y capillitas de críticos, comisarios y museos, y autor de una obra con muy pocos paralelismos en el panorama del arte catalán contemporáneo de la generación posterior a Tàpies. Dotado de un talento artístico descomunal, una inteligencia visual fuera de serie y una sensibilidad estética de una intensidad muy poco habitual, ha hecho su camino al margen de todo y de todos mientras legiones de artistas hacían cola servil ante los policías del arte y de los mercaderes de legitimidades.

Él, sin embargo, ha ido haciendo y desplegando proyectos artísticos de una ambición realmente impresionante, desde la Fundació Joan Miró o la Fundació Suñol hasta el Centre de Lectura de Reus o la capilla de Sant Roc de Valls. Durante años, fue la imagen de las portadas de la editorial Anagrama y ha dejado trabajos memorables como Metafísica (1975), Quaderno italiano (1976-1981), Capiscar la fior de la mà morta (1990), Oli pels pobres (1998), Breviari de Franja pur (2000, éste, con textos de Carles Hac Mor) o el impresionante trabajo, homenaje a Leandre Cristòfol y Cesare Pavese, Cristòfol Pavese 1908-2008 (2008), que se pudo ver, entre otros lugares, en la Fundación la Caixa de Lleida. Sin ningún tipo de duda, uno de los grandísimos artistas, que podemos alinear con otros de las dimensiones de Gerhard Richter o Sigmar Polke, por mencionar sólo dos nombres indiscutibles. Su obra, sin embargo, está lejos de tener el reconocimiento público que merece y que, sin embargo, le reconocen las voces más exigentes del arte en nuestro país, que lo reconocen como un artista de culto. El panorama desolado que dejan las reacciones a su última obra recuerdan “estas aguas viles y malolientes” que Joan Miró ya denunciaba, refiriéndose al panorama artístico local, en una carta en Ricart en 1919. Fue Miró, precisamente, quien en el año 1932 escribió, pensando en la irritación y el desprecio que sus obras merecían, unas palabras que quizás convendría releer estos días: “cada día me dirijo a un número más restringido de gente, más íntimamente restringido, a los que puedo frecuentar. La imbecilidad humana no tiene límites”.

Friedrich Schiller escribió en 1790, en plena resaca del baño de sangre durante el reino del terror que siguió a la revolución francesa, que la educación estética era la tarea más urgente de nuestro tiempo. Ingenuamente, pensó que, para ello, había trabajo para dos siglos. Realmente, vistas algunas cosas, al menos aquí, parece que se quedó muy corto. El panorama, realmente, da miedo.