En un libro que he encontrado apasionante, Europa, del británico Timothy Garton Ash (Arcadia, 2023), uno de los subcapítulos lleva el nombre de "El motor de memoria", dentro del capítulo "Destrozada (1945)", que narra cómo estaba Europa al acabar la Segunda Guerra Mundial. En un subcapítulo anterior, el autor reflexiona a propósito de aquellos años posbélicos y de implantación del telón de acero sobre el hecho de que los seres humanos no han conseguido construir nunca el cielo en la tierra, de hecho, ni siquiera —y quizás sobre todo— cuando lo han intentado. Pero han creado repetidas veces el infierno en la tierra. La Europa destrozada de 1945 es una imagen muy simbólica de esta creación del infierno en la tierra.

Garton Ash se fija para hablarnos del motor de memoria en la figura de Bronislaw Geremek (1932-2008), una persona hoy demasiado olvidada, pero que fue una figura clave de la lucha por la libertad de Polonia durante las últimas décadas del siglo XX y uno de los grandes líderes europeístas de aquel periodo. De confesión judía, malvivió en el gueto de Varsovia durante el periodo de ocupación nazi, y consiguió escaparse dos veces. La primera vez, en agosto de 1942, enfermo, fue recogido por unos amigos de la familia hasta que consiguió recuperar la salud, y una vez restablecida, volvió al gueto para reencontrar a sus padres. La segunda vez lo hizo aprovechando que formaba parte del séquito de un entierro que iba al cementerio judío. Gracias a eso salvó la vida, consiguió sobrevivir. Parte de los suyos no lo pudieron hacer, su padre fue asesinado en un campo de exterminación nazi y su hermano fue enviado al campo de Bergen-Belsen.

Su madre también sobrevivió, y lo crio, con la ayuda de un padrastro católico, que lo encaminó a hacer de monaguillo y a ser educado por un cura de las Congregaciones Marianas. Rebelde y amante de la justicia, Geremek se inscribió en el Partido Comunista Polaco a los dieciocho años, organización que abandonaría dieciocho años después, como protesta por la invasión por los tanques soviéticos de Checoslovaquia en 1968. Se refugió entonces en su vertiente profesional como medievalista. En 1997 fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y, como tal, firmó el tratado por el cual este país se convirtió en miembro de la OTAN y también tuvo un papel clave para llevar a Polonia a la Unión Europea. Desde el 2004 y hasta su muerte en accidente de tráfico fue miembro del Parlamento Europeo.

Demasiado a menudo, creemos que la Europa libre y pacífica formada sobre todo por democracias liberales se da por supuesta; y no ha sido así ni está ganado para siempre

Su europeísmo, su idea de Europa como espacio de libertades y justicia, podemos considerarlo típico de las diversas generaciones de constructores de la Unión Europea que hicieron de nuestro continente lo que era a principios del siglo XXI. De aquellas generaciones que, salidas del infierno, querían aspirar a estar en un estrato mejor de su historia, tanto personal como colectiva.

Como escribe Garton Ash, "es verdad que tenemos que ir con cuidado con no convertir la historia de Europa después de la guerra en un cuento de hadas en que héroes virtuosos aprenden de sus experiencias en el infierno para crear el cielo. La historia verdadera está llena de estados que persiguen sus intereses nacionales, imperios decadentes, retorcidas luchas por el poder, grupos de presión empresariales dispuestos a abrirse paso a codazos, intercambios diplomáticos, ambiciones personales y, en último lugar, pero no por eso menos importante, la suerte histórica, que según Maquiavelo supone la mitad de la explicación de la mayoría de cosas que pasan en la política. Pero en algún lugar de todo eso, a lo largo de cuatro generaciones, existía el motor de memoria, que funcionaba en los corazones y en las mentes de millones de europeos".

Me temo que, demasiado a menudo y de manera quizás más acentuada en las generaciones más jóvenes, creemos que la Europa libre y pacífica formada sobre todo por democracias liberales se da por supuesta. Y no ha sido así ni está ganado para siempre. Quizás nos hacen falta "transfusiones de memoria" por parte de personas que tengan recuerdos de las cosas que han visto y oído, que han disfrutado o soportado en persona, porque eso es una fuente de motivación de una fuerza incomparable. Tenemos que hacer funcionar el motor de memoria, porque la justicia y la libertad, aunque imperfectas, son un combate de cada día, y porque los catalanes, para decirlo suavemente, no hemos tenido la suerte histórica a la que se refería Maquiavelo.