Antes de que Pere Aragonès compareciera, el miércoles, ante el Parlament para explicar los cambios de consellers a raíz de la salida de Junts per Catalunya del Govern, ya había estallado el primer gran escándalo político de la difícil travesía que afronta con el apoyo de sólo 33 diputados. La cuestión de los Mossos no es un asunto menor, ni un sobresalto más en el camino. Es un asunto muy delicado y grave. Que los Mossos no dejen de protagonizar malas noticias, y que los comisarios jefes y el resto de comisarios se hayan convertido en carne de telediario es, sin duda, negativo. Recordemos que estamos hablando de los encargados de garantizar nuestra seguridad, la de los ciudadanos, misión para la cual pueden usar legítimamente la violencia. Recordemos que estamos hablando de unos dieciocho mil hombres y mujeres. Recordemos que una de las pocas cosas que podemos denominar estructura de estado son los Mossos, presentes, sobre el terreno, en toda Catalunya. De norte a sur y de este a oeste.

El desánimo y el cansancio aumentan en el interior del cuerpo; a los jueces y fiscales les surgen dudas sobre si contar o no con los Mossos, y los otros cuerpos policiales, del Estado o internacionales, levantan las cejas

Cabe decir que la crisis actual hace años que se está incubando. Y tiene varios factores que se combinan de forma explosiva. Es por eso que no creo que ni Elena ni Aragonès, vista la precariedad en que vive el Govern, puedan arreglar gran cosa. Además, para devolver los Mossos a la plena normalidad hace falta, además de mucha habilidad, un esfuerzo sostenido a lo largo de los años. Hay, según mi opinión, tres grandes factores que finalmente provocan una situación insostenible. Los diré por orden, pero no quiere decir necesariamente que el primero sea el más importante:

  1. La cúpula de los Mossos tiene mucho poder. Manda mucho. Esta cúpula ha ido ganando más y más influencia desde los tiempos del tripartito (del 2003 hasta hoy ha habido nueve consellers). Sobra decir que los constantes cambios de consellers no han hecho más que reforzar y consolidar este poder de los máximos responsables policiales. Es el síndrome que podríamos llamar del "Sí, ministro" (los altos funcionarios se mantienen y acaban haciendo y deshaciendo más que los políticos, que son coyunturales y duran sólo un tiempo). Los miembros de la cúpula de los Mossos se han ido fortaleciendo también gracias a algunos consellers que, la verdad, no han querido complicarse la vida (en vez de pararles los pies, los han mimado, los han consentido). Elena seguramente se refería a todo esto cuando el miércoles declaraba que no admitirá "interferencias policiales" en las decisiones que corresponden al conseller y al Govern. Tengo la impresión de que algunos altos mandos de los Mossos desdeñan íntimamente el poder político, del cual, hay que recordarlo, la policía depende. Es más: del cual la policía tiene que depender en un contexto democrático.
     
  2. Por otra parte, no tengo ninguna duda —ni una— de que, como han denunciado varios periodistas y también el exconseller Sàmper, los políticos han intentado —y seguramente han conseguido más de una vez— entrar en cuestiones que no les correspondían. Adentrarse en terrenos prohibidos. Son las famosas "injerencias políticas". Estas injerencias, por lo que hemos ido sabiendo, han sido sobre todo intentos de acceder a información sobre determinadas investigaciones sensibles. Habrá que ver si se producen denuncias formales ante la justicia. Bien puede ser que algunas de estas actuaciones tildadas de injerencia no puedan ser consideradas como tales. Las disputas entre los responsables políticos y los policiales sobre el poder de cada uno y sus límites es la razón de fondo de las constantes pérdidas de confianza y relevos al frente de los Mossos (seis cambios en cinco años).
  3. Los últimos tiempos, para el país, pero de forma muy particular para los Mossos, han sido muy difíciles y han puesto en tensión al cuerpo. Destacan la aplicación del 155 y el procesamiento de Trapero, de fuerte impacto. Eso ha hecho que las relaciones personales entre muchos de los protagonistas de este penoso culebrón se hayan ido deteriorando a veces hasta el extremo, hasta resultar irreparables. Un ejemplo lo encontramos justamente en esta última crisis, que tiene como detonante el enfrentamiento entre el comisario jefe, Josep Maria Estela, y su teórico segundo, Eduard Sallent. En la cúpula de los Mossos, sí, muchas relaciones se han envenenado y se han formado bandos. Un entramado de pasiones que será muy difícil de desmontar.

Ni Elena ni Aragonès, como decíamos, podrán solucionar este enorme lío. Pero cabe desear que, al menos, sean capaces de reconducir la situación y hacer que no empeore más. Mientras tanto, el desánimo y el cansancio aumentan en el interior del cuerpo; a los jueces y fiscales les surgen dudas sobre si contar o no con los Mossos, y los otros cuerpos policiales, del Estado o internacionales, levantan las cejas.

Adenda: Una bajeza y dos ridiculeces que no dejan de tener un regusto también amargo: el director general Pere Ferrer queriendo hacer pasar insidiosamente el destituido Estela como boicoteador del proceso para feminizar del cuerpo, es decir, como un machista. Las otras dos vienen del lado político. Hablo de Vox, que ha propuesto que los Mossos pasen a depender del ministro del Interior, y de la CUP, que no pierde ocasión para criticar robóticamente a la policía aunque no venga, ni por casualidad, a cuento.