Se dice del blanco que es nuclear cuando no tiene matices, como si eso fuera posible. Del mismo modo, podríamos preguntarnos si alguna forma de obtención de energía puede ser verde en absoluto. Y la respuesta es que ninguna lo es. Desde la producción a la distribución, pasando por el almacenamiento, aunque el principio físico es que la energía ni se crea ni se destruye, lo cierto es que en su transformación algún residuo siempre queda.

La ciencia no es neutra, decía Popper. El debate recientemente abierto por el presidente Macron sobre la energía nuclear es un buen ejemplo de ese componente ideológico escondido tras cada decisión en materia de investigación científica o en la aplicación de los descubrimientos que se vayan produciendo. La pregunta sobre cuán verde sea la energía nuclear tendrá distinta respuesta en razón de que se haga hincapié en uno u otro de los ámbitos que puedan verse afectados por su generación o uso.

Nadie niega el hecho de que la construcción de centrales nucleares supone un enorme coste energético, en gran parte producido con recursos fósiles y, por tanto, generadores de grandes volúmenes de CO2. Pero también existen cuando se construye una central eléctrica, un túnel o un puente. Nadie niega tampoco los riesgos inherentes a unas instalaciones que en el pasado han significado muerte, destrucción y secuelas para generaciones. Sabemos, en todo caso, que han sido numéricamente menos que las del tsunami de Tailandia de 2004, en el que el humano solo intervino para morir. Menos aún puede obviarse la naturaleza casi eterna de los residuos de esa energía y la necesidad de encontrar cementerios donde enterrarlos que no estén demasiado cerca de nadie. Aunque esa condición casi perpetua también cabe predicarla de todo el plástico que nos rodea, inunda y ya digerimos en nuestra dieta diaria.

La pregunta sobre cuán verde sea la energía nuclear tendrá distinta respuesta en razón de que se haga hincapié en uno u otro de los ámbitos que puedan verse afectados por su generación o uso

En contraposición a todas las críticas que habitualmente recibe la energía nuclear, debería aceptarse también que ésta se produce con un coste de emisiones de CO2 tendente a cero y que, en consecuencia, si el objetivo es reducirlo, no habrá más remedio que primar la investigación en ese sector, de modo que los riesgos se reduzcan a lo aceptable y los residuos sean, dentro de la nueva fórmula circular de la economía, reutilizables en la generación de más energía. En este último ámbito llevan algunos años investigando en Alemania, aunque no tengan ni de lejos las centrales nucleares que exhibe Francia con orgullo y contumacia.

Dice Jordi Freixa, experto de la UPC en el tema, que el dilema no se da entre energía nuclear y renovables (que han venido para quedarse y en el que Catalunya ya va con retraso), sino entre aquella primera y el gas. Y dicho dilema se resuelve en razón de cuáles sean nuestras prioridades, sabiendo que nada es inocuo en la humana toma de decisiones: debemos decidir si queremos ser, en la medida de lo posible, soberanos energéticamente o dependientes de los países que tienen gas y lo venden en un mercado libre a precios que pueden resultarnos inasumibles. Debemos también decidir si nuestra economía podrá de una vez apoyarse sobre sectores tecnológicamente avanzados que complementen los que ya practicamos y que en situaciones como la de pandemia se han visto seriamente afectados. Debemos, en suma, tener visión para la misión que la humanidad tiene encomendada en el planeta.

Una alternativa, de creciente adhesión, es considerar al ser humano un animal más (en la misma familia, la mascota, el niño, el árbol, como parece desprenderse de la inminente ley sobre animales) y, en esa medida, el mayor depredador de la cadena evolutiva sería un virus o plaga para el planeta que debe ser limitado e incluso, en bien de Gaia, exterminado. Algunos ecológos profundos ya se apuntan a la idea de dejar de tener descendencia, que sorprendentemente también proponía hace poco en TV3 el presidente de la Autoridad Catalana de la Competencia, afirmando que una solución sería la limitación del número de hijos que pudiera tener cada familia. Una idea (a la china, ahora que China ya ha visto su error) que complementaba con otra más razonable como es la necesidad de repensar nuestro consumo desaforado de energía en un planeta en el que todas las energías son limitadas. Todas, excepto la nuclear.