“Los experimentos, con gaseosa y en casa”. Esta frase acuñada en la sabiduría popular tiene una formulación pseudocientífica en el presente, como casi todo lo que expresamos: a la capacidad de mantenerse inalterable ante el embate de las circunstancias ahora se le llama resiliencia; a la dudosa cualidad de colocarse en el lugar de otro, inteligencia emocional; y al susto que nos entra tras una decisión tomada a la ligera, es decir, habiendo hecho los experimentos fuera de casa y con dinamita, le llamamos “posverdad”. Y así nos hemos quedado tan a gusto describiendo las muestras de insatisfacción británicas tras el Brexit, o las manifestaciones de rechazo a la elección de Tump, desde la óptica, por supuesto, de quienes no han conseguido que su opción se hiciera con la victoria. Por supuesto el mundo entero comprendió muy tarde la amenaza que significaba Hitler en aquel, dice Zweig, mundo de ayer. Incluso de posverdad se puede vestir a los actuales críticos de la transición española para ver con qué facilidad se reniega de una etapa histórica que no se ha vivido. La posverdad de la transición es mucho más sencilla que hacerla.

Nos hemos quedado tan a gusto describiendo las manifestaciones de rechazo a Trump, desde la óptica de quienes no han conseguido que su opción ganara

La posverdad pretende amparar tras un término de apariencia técnica el reconocimiento de nuestra irreflexiva manera de tomar decisiones, en el fondo, una muestra más de que la libertad para decidir es un concepto vacío, si no viene pertrechada de información consistente, contrastada, rigurosa y plural que caiga como lluvia fina y persistente sobre una población previamente bien formada, inquieta intelectualmente, lectora pertinaz, crítica y autocrítica. ¿Todo eso se da en nuestro entorno? Con generaciones de acción política voluntariosamente avezada en manipular la gente a través de la educación es harto difícil que una buena información sea bien recibida. Y sin todo eso ¿cómo no vestir de “posverdad” el autoengaño?

Existirá posverdad mientras la ciudadanía sea un instrumento arrojadizo o un medio para alcanzar el poder, entendido ese poder como fin en sí mismo. Existirá posverdad mientras sigamos alimentando de mentiras el imaginario colectivo: que las decisiones referendarias son más democráticas que las que toman los representantes parlamentarios, que tenemos derecho a todo sin la correspondiente obligación; que la pobreza es una magnitud absoluta cuando sólo tiene sentido relacional; que la economía lo determina todo, cuando son los pecados capitales los que hacen de ella el pasto del delito; que la libertad es anatema y que quienes la defendemos la concebimos sin límites.

La posverdad ¿hace mentira la verdad previa, o la confirma, siquiera en una segunda instancia de conocimiento? No sé, pero existirá posverdad en proporción directa a nuestro gaseoso estadio civilizatorio, y metafísicamente hablando, al menos tendrá una ventaja: quienes niegan la verdad afirmando que cada cual tiene la suya, al hablar de posverdad tal vez acepten que, por  muy difícil que sea encontrarla, la verdad existe y que sólo la (pos) verdad nos hace libres.