Más que esa pregunta, la que tal vez debamos hacernos es la de qué partido político no participa de la técnica populista para fidelizar a sus votantes. El otro día en una tertulia de radio coincidí con un miembro destacado de Ciudadanos, que dijo sin reparo alguno por antena que aunque el partido tenga (dice) una ideología centrista, el ambiente de barricada les obliga ahora a hablar con tonos de radicalidad, aceptando, como es obvio, que su discurso intenta emular el de Vox, dado que es Vox el partido político que ha impuesto su relato a derecha e izquierda, sea para emularlo, sea para cargar contra él. Y lo dijo sin pudor alguno, con el cinismo que podría destilar la justificación maquiavélica de los medios por los fines, asumió que los partidos pueden ser hoy una cosa y mañana otra distinta. Y si no, que se lo digan a cada uno de ellos después de las elecciones.

Pero, ¿es eso la política? Porque si la política consiste en la caza inmisericorde del voto al precio discursivo que sea, la responsabilidad formativa que partidos y medios de comunicación compartían en la formación de una opinión pública libre habría perdido también este último agente pensado para la consecución del bien común, la elevación ciudadana, o al menos, eso que llamamos la cultura política. Pero nada parece importar mucho, lo sé, es la pura guerra al estilo Gila y, por tanto, evitemos escandalizarnos por algo que comparten todos los partidos políticos y aceptemos que no hay discursos más o menos populistas en razón de los partidos, sino en razón de los principios que estamos dispuestos a vender.

En el decálogo de Vox se apunta un modelo de Estado (centralista) y de sociedad (conservadora) que nunca antes había sido defendido por nadie en voz alta

Ninguna contienda electoral ha dejado de clamar que “si tú no vas, ellos vuelven”. Lo único que ha ocurrido es que en una concreta ocasión, que quedará registrada como hito en la historia de la comunicación política, alguien lo puso negro sobre blanco, desnudo de cualquier aderezo. Y acertó. En la batalla de los “zascas” alguien acertó de lleno. Quizás el populismo, visto desde esa perspectiva, no será tanto la facilidad del eslogan, como los elementos ideológicos que lo acompañan. Entre el Partido Popular y Ciudadanos no hay gran distinción sobre el papel, aunque luego gobernar sea otra cosa, mientras que en el decálogo de Vox se apunta un modelo de Estado (centralista) y de sociedad (conservadora) que nunca antes había sido defendido por nadie en voz alta. Bueno, sí, el propio Abascal desde Danaes y el partido Familia y Vida ya lo había hecho antes con escaso éxito. La fortuna actual de ese mismo mensaje ha venido determinada por la unión de esfuerzos, por la apuesta suicida del independentismo unilateralista en Catalunya, pero también por la irresponsabilidad del resto de partidos, que dijeron mucho para no hacer nada o que dijeron una cosa ayer y otra hoy creyendo que nadie se apercibiría.

Porque si no aceptamos que el nivel de populismo que detectaremos en las inminentes campañas electorales es una responsabilidad compartida, ¿tendremos que llamar imbéciles a los millones de personas que decidan votar en estas próximas elecciones al partido político mentado y escupido por todos los demás?

Ni que decir tiene el favor que esto le hace al PSOE, pero ya lo habíamos visto antes, que para intentar aplastar al PSC se alimentó al partido naranja en Catalunya, y así se alimentó también en el resto de quienes aborrecían a la “brigada Aranzadi”. Ahora todo el mundo parece haber aprendido una lección, aunque ya sabemos que ese “todo el mundo” es un mundo muy pequeño en medio de un terreno abonado para el desenfrenado crecimiento de la posverdad. Por eso hoy, como ayer, del cínico en política se dice sencillamente que es pragmático y el coronel no tiene quien le escriba.