Ya llegan a casa las listas de las diferentes candidaturas, aunque quizá mejor decir “algunas” candidaturas. Difícil es que lleguen las de los partidos que nunca han tenido representación, porque el dinero que cuesta el buzoneo es, para la mayor parte de los candidatos, un imposible. Se ve quién tiene más o menos también por la configuración de los sobres: si en ellos hay imágenes, más si son en color, está claro que el dinero abunda, y también la personalización de las candidaturas nos da idea de ese poderío económico, o del apoyo sobre individualidades: salen Rivera y Junqueras, pero no Pedro Sánchez. Peor es el caso del PP, que durante años no se atrevió a poner en Catalunya ni el logo en los sobres. 

La posibilidad de poner en el buzón no un sobre, sino uno por cada potencial votante que pueda existir en un domicilio incrementa el dinero gastado en la candidatura, en muchos casos de forma inútil, pues van directamente sin abrir y en masa a la basura, o en el mejor de los casos, al correspondiente depósito de reciclaje. Nunca han llegado a ponerse de acuerdo los partidos en lo de enviar un solo sobre con todas las candidaturas, porque de ese modo habría que incluir también aquellas que no tienen representación. Pero es que ni siquiera en el caso de las representadas hay consenso respecto de un solo envío que consiguiera evitar parte del gasto descomunal que suponen unas elecciones.

Unas listas, por cierto, que, al abrir el sobre, ya permiten vislumbrar que se cierne en exclusiva sobre los primeros nombres y si acaso sobre el ritual de quien las cierra. El resto, hasta donde llega la expectativa de la elección, están ordenados de acuerdo con una jerarquía que el partido impone. La lista en esos primeros nombres (o en las provincias con expectativas para los “cuneros”) es así el resultado de una lucha interna por conseguir un lugar significado y un sueldo, o por la pertenencia a una facción que sea dominante, y a ello se añade que los partidos suelen enviar los sobres y las listas, premarcando, por lo que hace al Senado, a los propios candidatos, con una más que dudosa manipulación del voto justo en la Cámara que permitiría la elección libre.

Ahora ya las cosas no circulan solo por esos trillados espacios, del buzoneo y el debate excluyente

Hay quien dice que eso significa falta de pluralismo, pero ahora ya las cosas no circulan solo por esos trillados espacios, del buzoneo y el debate excluyente. Es cierto que permiten a los partidos con representación mantenerse bastante y ser visualizados antes que cualquier otro, pero las redes, los espacios digitales en general, han acabado por tomar protagonismo en la contienda, proyectándose sobre los dudosos y haciendo difícil la predicción de las encuestas. Entre eso, los que mienten y los que olvidan, la incógnita es cada vez mayor, aunque a buen seguro hay quien maneja información real.

Las listas son además cerradas y bloqueadas, lo que supone un orden impuesto por el partido, a pesar de que muchos casos nos dicen que han hecho unas primarias donde casualmente el que manda o sus designados acaban copando los primeros lugares. Para evitar o hacer ver que se quiere evitar esta dictadura del partido, se debate a menudo sobre las famosas y nunca empleadas listas abiertas, que son más bien listas desbloqueadas, porque en ellas el votante solo puede escoger dentro de la candidatura entre quienes están y según sus preferencias. Evidentemente esto tiene una incidencia menor de la que se le supone, porque la posibilidad de conocer quién es quién dentro de la lista se agota en los primeros nombres. ¿O es que alguien conocería el segundo de Cayetana, si no fuera porque ha sido además tertuliano en televisión, o a una cierta escritora si no fuera la mujer de un candidato preso? 

Con la fragmentación que se está produciendo otra vez, como en la Transición, entre distintas opciones políticas, partidos los partidos como nunca, acabará, pues, siendo difícil encontrar personas que se quieran presentar en cada una en tal cantidad como para poder cumplir el mandato electoral en cuanto al número. Cada vez más gente sabe qué se cuece en la trastienda.