No puedo dejar el tema. Cuando, como le ocurrió a la covid y a la guerra en Ucrania, ya paletadas de noticias frescas han enterrado la bofetada de Will Smith a Chris Rock, aquí sigo yo, perpleja con la hipocresía de ese Hollywood que he adorado y que me tiene muy cabreada con el ninguneo a Spielberg y con este asunto. Sí, la presión social ha sido grande, tanta como para que todos los que reían durante la gala de los Oscar fueran después a morder los tobillos a este actorazo mayúsculo que unos dicen que no supo contener su impulso y otros, que actuaba según lo que prescribe la Iglesia de la Cienciología. En un supuesto, mal y en el otro, peor.

Esta sanción de ostracismo oscaresco puede provocar de nuevo la absurda condena a la obra del artista

Ese Hollywood que ha dado la espalda a Kevin Spacey y a Johnny Deep sin luego retractarse cuando se supo que fueron víctimas de acusaciones falsas, ha sido en cambio contemporizador durante años con el Harvey Weinstein que es hoy objeto de todos los ataques sin que nadie se pregunte si las que triunfaron aceptando su acoso deberían también devolver sus premios ganados de una manera tan prostituida. El Hollywood que primero rio la gracia y luego temió a una opinión pública colérica ha decidido quitarle su Oscar y, no se lo pierdan, echar de la Academia durante 10 años a Will Smith. ¿Qué harán durante ese tiempo? ¿No nominarlo? Y nominándolo, si por ese azar caprichoso de unos jueces contracorriente, fuera para él la estatuilla, ¿quién pasaría a recogerla? ¿Su cobarde mujer? Esa que, después de torcer el gesto ante la broma, y quedarse sentada después del bofetón, sale ahora a decir en el único momento de gloria de su vida que su marido no tenía que haber actuado así, que en ningún caso tenía que defenderla y, para acabar de rematar la faena, que nunca quiso casarse con él. De traca.

Esta sanción de ostracismo oscaresco puede provocar de nuevo la absurda condena a la obra del artista. Por la misma razón habría que eliminar de la cartelera todas esas obras maravillosas que produjo el abusador Weinstein y ya, de paso, las del colérico Will al que dedico esta pieza, las del mago Polanski y así hasta, al estilo Colau, acabar no solo con cualquier homenaje a Copito de Nieve o con el visionado de Lo que el viento se llevó, sino incluso con las pirámides de Egipto, símbolo de toda esclavitud. No quedará piedra sobre piedra, ni espacio habitado en el que no se siembre una nueva estupidez.

Menos mal que Will Smith es de color. Tal vez en unos años, recuperado el sentido común, se hable de este ridículo incidente, de la demasía de la sanción por parte de quienes han ocultado abusos de “galanes” que eran todo menos caballeros (¡o damas!). Tal vez entonces el protagonista de Soy leyenda pueda decir, sin miedo a equivocarse, que piensa volver a serlo.