En la polémica sobre la lucha de sexos, cualquier cosa que no sea ponerse unilateralmente en el bando feminista es inmediatamente tildado de machista; y al revés, en cuanto alguien critica una conducta masculina, sale algún energúmeno a hablar de mujeres mal folladas con histerias no resueltas. En ese jardín se ha metido el magistrado Antonio Salas, del Tribunal Supremo, y mira por donde, me voy a poner del lado de la minoría.

Salas ha dicho que la violencia machista no existiría si la mujer no fuera más débil que el hombre, y ha añadido que en general el hombre que maltrata a la mujer, lo hace en general con quien sabe física o psíquicamente más débil. Creo que las dos afirmaciones tienen fundamento y no en una actitud machista por parte de Salas, sino en factores objetivos, nos gusten o no.

La tesis de Salas es que no maltrata el machista sino el malo; y en efecto, quien maltrata a su mujer (perdonen las feministas, si digo “su mujer”, pero lo digo de la misma manera en que ellas dicen de alguien que es amigo suyo sin considerarlo de su propiedad), quien se comporta así con la mujer con la que comparte subida, suele maltratar a sus hijos (también sin sentido patrimonial), a los animales, a los subalternos, a todo aquello que de algún modo considera que existe a su disposición; quizás incluso quien maltrata así al más débil es por esa razón despreciativo con el medio ambiente al que sin duda considerará también a su servicio.

El mal existe, por más que le pese a quien la culpa de todo la atribuye a la sociedad, y nunca al libre albedrío, o a la patología, y no a la ausencia de virtud

El mal existe, por más que le pese a quien la culpa de todo la atribuye a la sociedad, y nunca al libre albedrío, o a la patología y no a la ausencia de virtud. Y es verdad que existe un perfil criminológico específico para quien, con apariencia de no haber roto un plato, resulta ser el diabólico pederasta, violador o asesino en serie. Es verdad que esas son manifestaciones sectoriales y en general irreversibles del mal, su propia encarnación, pero también se ha descubierto ese tipo de anomalía psicopatológica en los maltratadores, algunos de ellos incluso descritos magistralmente en el cine. La maldad como categoría, el maltrato como anécdota.

Sin duda que la “anécdota”, ese considerar el aniquilamiento de mujeres a manos de sus exparejas como parte de la manifestación del abuso y la prepotencia, requiere análisis complementarios, y Salas de hecho también hablaba de ello en sus criticados breves en Twiter (¿quién le mandaba cometer el error de meter tal tema en ese foro?) Para empezar, es cierto que en el origen de la desigualdad existe una diferencia física. Negarlo sería tanto como negar la diferencia de roles biológicos (sólo las mujeres paren, al menos mientras los hombres no construyan una realidad aberrante sobre un también aberrante por inexistente derecho suyo a hacerlo), y no recordar cómo la antropología estudia esas diferencias físicas para comprender las ulteriores diferencias sociales, generadas en el hecho de que la mujer tuviera que permanecer en la cueva, amamantando durante muchos meses al recién nacido cuando aún no había “nannys”, ni amas de cría a las que endilgárselo (las ricas, claro….al final de la secuencia, siempre una mujer alimentando a la prole).

Si no fuera por una endémica diferencia física ¿qué sentido tendrían categorías deportivas diferenciadas para hombres y mujeres?

Si no fuera por una endémica diferencia física ¿qué sentido tendrían categorías deportivas diferenciadas para hombres y mujeres, o unas pruebas físicas con requisitos distintos para acceder a los cuerpos policiales o simplemente cómo se explicaría que la mujer no se alzase al primer tortazo dando una paliza al osado? Es, como dice acertadamente Salas, la acción del cobarde contra el que sabe débil, pero no se admite porque obliga a reconocer que tal debilidad también se ha dado, y se da, en sentido contrario aunque por la propia realidad biológica, esa alternativa sea mínima: mujeres corpulentas afrentando, apaleando, aniquilando (incluso más porque su sociedad les presupone muy machos) a sus parejas masculinas.

La estadística mortal demuestra año tras año, además, que la siniestra situación no acaba por el hecho de poner medidas legislativas de todo tipo para acabar con ello: el machismo continúa en las aulas, colaboran activamente mujeres de toda edad que se conciben a sí mismas como instrumento de otro, y no hay medidas de seguridad ni siquiera en el quimérico supuesto de que conociésemos todas las situaciones de riesgo. Pero a ello se añade, por otra parte, la desgraciada realidad de la denuncia falsa, cuya estadística no parece importar a nadie, como si la otra realidad lo justificase, y por el hecho de que en este país la denuncia falsa suele salir gratis a quien la perpetra.

Al margen dejo lo que esa realidad biológico-antropológica descrita por el magistrado Salas ha generado sobre el universo femenino a lo largo de los siglos: aunque Nefertiti i Ermesenda fueron reinas poderosas, y Merkel ha sido considerada más poderosa que toda la Unión, y conocemos algunas artistas, deportistas, o intelectuales de relieve, muchas potencialidades femeninas se han visto limitadas (o autolimitadas) y la diferencia en el trato laboral, suele ser importante. Koplowitz, Daurella, o Sandra Ortega lo notan poco, pero para el común de las mujeres la irrelevancia o el alejamiento sistemático de las posiciones de liderazgo dan un color mayoritariamente masculino a las direcciones y los consejos de administración de las empresas, tanto más cuanto más grandes. Pero intentar resolver el atavismo de siglos en unos cuantos decenios y a golpe de crítica a cualquiera que los recuerde es un mal camino para la reconciliación de las dos realidades complementarias que hacen posible la existencia de la humanidad: lo masculino y lo femenino. Lo que no obsta para añadir que la mujer es el centro, como si de un neutrón, con su inmensa energía, se tratase. Negarlo, lo haga el hombre o la mujer, es necedad, y hacer a la mujer por ello una realidad digna de mayor consideración, una mayor. Salas, no sé en otras posiciones suyas, pero en ésta, no está solo.