El gobierno central ha acusado al catalán de pretender llevar a cabo un golpe de estado de carácter normativo: amparándose en leyes del Parlament (carentes, añadirían, de legitimidad competencial) se pretende subvertir el orden constitucional establecido, un orden que está llamado a impedir la desintegración territorial (se entiende, claro, que del territorio en tanto que elemento del Estado, no como ente puramente físico) en razón del principio de indivisibilidad de la única nación que en la Constitución se reconoce con trascendencia político-jurídica.

Dice bien Rajoy cuando afirma que este tipo de jugadas son propias de los países con democracia débil. Hemos visto como los populismos indigenistas latinoamericanos se han hecho fuertes en el poder (siempre con la aquiescencia estadounidense en el fondo de la escena) gracias a reformas constitucionales que blindaban e incluso perpetuaban dirigentes pertrechados en el hecho inequívoco de que se les había votado, incluso de forma masiva. Si el gobierno catalán decidiera, amparado en el mandato del pueblo (catalán, único al que reconoce legitimidad en Catalunya, por otra parte), llevar a cabo a su modo, sin encomendarse a más protocolo que el que le sugiriera dicho mandato, una reforma institucional parte de la cual fuera negar la vigencia de la Constitución en Catalunya, sin duda nos encontraríamos ante un juego de espejos del estilo del que pudiera atribuirse a Chaves, a Morales o a Perón, por no aludir a ejemplos peores que inciten la polémica: en todos esos casos el poder se ampara en el axioma de que si el pueblo da un mandato, el mandato no se cuestiona (porque el pueblo no se equivoca o porque es necesario correr el riesgo de que se equivoque); el dirigente obedece sin hacer juicio alguno sobre la consistencia normativa del mandato respecto del marco del ordenamiento jurídico vigente y que, además, le vincula, le limita y le legitima.

Nos encontraríamos ante un juego de espejos del estilo del que pudiera atribuirse a Chaves, a Morales o a Perón: en todos esos casos el poder se ampara en el axioma de que si el pueblo da un mandato, el mandato no se cuestiona 

Hasta aquí todo bien. O todo mal. Porque la insania democrática que podría predicarse de esa forma de transitoriedad jurídica que necesariamente tiene que arrancar de negar legitimidad a la Constitución y a sus prácticos tiene su correlato al otro lado; esa falta de corrección argumentativa de quienes creen que si el referéndum no se convoca, la no pregunta puede sustituirse por la respuesta  y a partir de ese supuesto absolutamente ficticio hacer arrancar una república desgajada de la monarquía constitucional española, esa incoherencia que no se soportaría si otro la pretendiera con finalidades distintas (véase, por ejemplo, una dictadura del proletariado, o una falangista sociedad sin partidos gravitante sobre Dios, pan y justicia), tiene un contrapunto sin el cual el edificio de la “falta de diálogo” (estructuralmente imposible) no se sostendría. Porque debe añadirse a todo lo anterior que, como diría mi madre, dos no se pelean si uno no quiere. Y en este caso, el otro (también) quiere pelear, en realidad es lo que más quiere. Con enorme tristeza para la nación española, gobierno tras gobierno suyo no ha sido capaz más que de pelear para que nadie se fuera, e incluso eso algunos lo han hecho lo peor que han podido, o sabido, o querido.

El relato está llegando al final del nudo (¿recuerdan?: planteamiento, nudo y desenlace). La tensión verbal puede desembocar en otra mucho más tangible, pero que nadie se equivoque: a diferencia de aquel “win-win” al que aludía el president Mas hace aproximadamente un lustro como fórmula para que nadie se sintiese incómodo en la solución del problema catalano-español, la presente situación no generaría ni un solo ganador; nadie puede salir ganando con la imagen de un Estado de la Europa del siglo XXI peleando en torno a la esencia nacional del todo o la parte. Se trataría en todo caso de un “lose-lose”, y ese sí sería a mi juicio el peor golpe de Estado normativo que pudiera sobrevenirnos.