La nueva cortina de humo del gobierno de Pedro Sánchez es la ley trans. Cualquier cosa vale para tapar el debate sobre las razones que han impulsado una reforma de la tarifa eléctrica que va a empobrecer aún más a la clase media, lo que a su vez significa agrandar la bolsa de vulnerables energéticos, sin que Podemos haya dicho esta boca es mía, y menos aún se haya pronunciado la parte socialista del Ejecutivo. Menos mal que son la izquierda progresista, porque si fuese la derecha quien cometiera el atraco ciudadano generalizado, ya habrían encendido los otros la pira en la que quemarlos y anunciado toda suerte de connivencias de esos sujetos indeseables con las empresas del Ibex..

Pero, aunque sea una cortina de humo, la ley trans plantea problemas. Para empezar, al presidente Sánchez dentro de su propio partido. Afirmar jurídicamente que el género es algo distinto del sexo y que se puede elegir (uno, otro, uno por otro, dos, ninguno o terceros alternativos) dinamitará con un solo BOE, cuando el anteproyecto se haga ley, la parte del movimiento feminista que se ha dedicado durante décadas a decir, con el mismo escaso rigor científico que tiene lo del género electivo, que la violencia de ídem, es decir, la violencia de género, es una categoría antropológica. Y ciertamente, va a ser difícil afirmar que el macho maltrata a la hembra por el hecho de serlo, si la hembra como categoría se diluye en la confusión de la libre y coyuntural elección de cada individuo sobre qué sea. Así, dos feminismos han entrado en combate y el de siempre ha devenido conservador. Porque conservador es el feminismo de Carmen Calvo, de Amelia Valcárcel o de Lidia Falcón y otras señoras, que ha bramado contra la prostitución y los vientres de alquiler con la misma beligerancia que lo podría hacer Vox, frente a ese feminismo queer o posmoderno en el que las estructuras se tambalean frente a la siguiente frase: “Yo soy del género (o del no género) que quiero ser, nadie debe tildarlo de disforia cuando no coinciden mi fisiología y mi cabeza y, por tanto, no hace falta que nadie lo certifique para que yo pueda exigir que conste lo que yo quiera al respecto en los registros públicos” (todo seguido y sin respirar).

Afirmar jurídicamente que el género es algo distinto del sexo y que se puede elegir dinamitará con un solo BOE la parte del movimiento feminista que se ha dedicado durante décadas a decir que la violencia de género es una categoría antropológica

Pero además de para Sánchez con su gente, elevar los deseos a la categoría de derechos aloja un problema nuclear, es decir, para el conjunto, y es que la categoría desaparece. Conseguir la satisfacción de un colectivo que, a juicio de la comunidad científica (aunque ya sé que esto de la ciencia se acoge solo si nos da la razón), se cifra en una de cada cuatrocientas mil personas, puede pagarse muy caro, incluso por quienes creen que de ese modo han conquistado alguna meta. Al final, será difícil saber por qué tienen derecho las personas a ser tratadas de acuerdo con lo que piensan y, en cambio, no tienen derecho alguno las que los ven a tratarlos de acuerdo con lo que piensan sobre lo que ven. No sé si soy capaz de explicar la dificultad de graduar qué sentimientos tienen mayor legitimidad de ser juridificables. La confusión no ayuda ni siquiera a quien cree que en ella encontrará mejor trato a su persona. Al final, el respeto por cada ser humano nada tiene que ver con eso, radica en la concepción trascendente y sagrada de lo que somos, de modo que así se haga execrable pecado tratar a cualquiera de modo degradante. Y eso ya lo prohíbe la Constitución y una pléyade de leyes de desarrollo en materia de igualdad. No hacía falta montar este follón.

Pero era previsible el final de esta polémica, si quien abandera el cambio legislativo acumula a partes iguales soberbia y pobreza intelectual, la ministra del ministerio vacío, Irene Montero. En el fondo, no podía esperarse más de quien solo puede mirar la vida desde el prisma en el que el dogma (propio) se fragua con palabras como contingencia, relativismo, hedonismo y emoción. Aunque, no descartemos que aún nos pueda deparar momentos hilarantes quien hace de su vida personal una contradicción constante con su discurso, cuando sus hijos lleguen a la edad en que las hormonas y la confusión son tónica general. Tal vez reflexione por un momento en que dar libertad para decidir en estos temas a quien aún no puede trabajar, comprar tabaco o votar, a quien más alegrías va a provocar es a las farmacéuticas que puedan vincular de por vida sujetos atenazados entre fondo y forma. Tal vez esta cortina de humo tenga más que ver de lo que pensamos con las grandes corporaciones que pagan la fiesta a la mayor parte de los partidos políticos. Al final tarifazo y ley trans tampoco están tan lejos.