Hace unos años tuve ocasión de conocer a un intelectual singular. Juan Carlos Castillón tiene un libro sobre su vivencia americana, titulado Extremo Occidente, que con esas dos palabras resume a la perfección su tesis: en Europa creemos que ese mundo y el nuestro son parecidos, pero lo cierto es que Tocqueville estuvo allí, como la mayoría cuando hemos pisado aquellas tierras, sólo de viaje. De hecho incluso algunas plumas europeas, supuestamente expertas en aquel país, incluso afincadas en él, han demostrado saber tan poco como el resto de lo que se cuece en América.

Trump ha ganado en sus primarias y ahora lo ha hecho en las elecciones, y en éstas ha conseguido la victoria en número de delegados y en el Congreso, y también por la mínima en el Senado. Es lo más parecido que se ha visto a lo que se reflejaba en el título de una película de la principal estrella de los republicanos, Clint Eastwood: Poder absoluto. Poder absoluto del sujeto que hace migas con Putin, y que junto a él puede construir el polo garantista en la “terror war” que formulasen los Bush contra el terrorismo islamista, ese que de puro global ha cambiado las reglas de la guerra.

Poder absoluto del sujeto que hace migas con Putin y que junto a él puede construir el polo garantista en la “terror war” que formulasen los Bush contra el terrorismo islamista

La contundencia numérica del resultado favorable a Trump hace todavía más ridículos los análisis que daban a Hillary Clinton alguna posibilidad, sobre todo fundamentada en los deseos personales, en los miedos más o menos justificados, en el más puro voluntarismo. Él era el outsider, él quien rompía en cierto modo unas reglas del juego que cada vez han asimilado más a republicanos y demócratas hasta el punto de que el Premio Nobel de la Paz, Obama, tiene un récord histórico belicista en tiempos de paz relativa.

La Europa meridional, de raigambre católica, no puede entender que se llame “corrupta” a una candidata por haber usado el correo electrónico personal para enviar mensajes de trabajo, y se escandaliza de que diga que hay mujeres que se dejan manosear por quien tiene dinero, aunque personalmente reconozca que ese perfil de mujer también existe. En España, en cambio, ahora se empieza a calibrar cómo evitar que el personal laboral use los medios de trabajo para asuntos privados y que se dedique a hacer la compra on-line desde la oficina o el escaño de diputado. Su moral está basada en el éxito que se levanta sobre el fracaso, en ocasiones sin escrúpulos, y la nuestra, en la alegría envidiosa que hace leña sobre el árbol caído y busca justificación para criticar el éxito. No entendemos su concepto adolescente y básico de la vida, sus mínimos pero sólidos símbolos de unidad, su consideración de la propiedad privada como el santuario sagrado defendible hasta con armas y su desconfianza absoluta por el Estado. Un Estado al que demandan que se involucre lo mínimo en sus vidas, porque ha sido ancestralmente el enemigo de las libertades. Esa manera de pensar tiene ventajas (entre las que se encuentra su inquebrantable unidad nacional o un respeto por las instituciones que no les priva de capacidad crítica y por supuesto su lugar puntero en innovación, creatividad y capacidad de recuperación económica), pero también genera pesadillas entre las que no es pequeño el enfrentamiento racial, pero sobre todo es peligrosa socialmente y moralmente ominosa la constatable desigualdad social.

América (al menos la América que ha votado) ha quedado dividida en dos, polarizada por un sistema electoral que se debate a blanco o negro

Es, sin embargo, cierto que bajo todo eso late de forma permanente el factor humano, y desde ese punto de vista América (al menos la América que ha votado) ha quedado dividida en dos, polarizada por un sistema electoral que se debate a blanco o negro y que ha hecho a Trump salir tras su lección a instar la unidad como síntoma de fuerza. Nadie allí, por ese bipartidismo de resultado, niega sin embargo la democracia. Aquí en cambio sin duda han salido ya a pasear quienes no entienden de “radicalidad democrática” más que cuando ésta les da la razón, tildando cualquier resultado que les contradiga como manipulación de la opinión pública, triunfo del populismo y alarma para el futuro de la humanidad. Y tal vez sea cierto en este caso o en cualquier otro que cantidad y calidad no siempre van unidas, pero eso debería prevenirles contra la idea (falsa) de que por el hecho de que lo decida una mayoría algo es necesariamente bueno. A la vista está la duda.