Ayer, mientras pensaba que indefectiblemente habría de dedicar esta pieza a hablar sobre el PP, el mundo perdía la esperanza de que la guerra de Ucrania se quedara en un mal sueño. Así que el orden de prioridades noticiables cambió, y con él, en parte también el mío. El fiasco de Casado, la entronización de Feijóo, el análisis sobre los efectos colaterales de una guerra desatada en uno de los partidos protagonistas de la Transición, todo quedaba arrinconado frente al alcance que se presume a una contienda que, si bien se parece a otras producidas en la zona, ha adquirido esta vez dimensión planetaria, quizás porque algunos de los que intervienen están especialmente interesados en que así sea.

No conozco la política soviética, ni la que vino después, más que en el nivel aficionado de quien en su día, además, visionó la serie Chernobyl, y que comparte la humana preocupación por el hecho de volver a comprobar que la guerra parece la única constante universal. Quizás por eso, desde la perspectiva del lego, se me puede antojar, como a Karl Marx y al historicismo que domina buena parte del siglo XIX, que la historia se repite una y otra vez, y nos recuerda que era también un frente ruso aquel contra el que se estrellaron de forma sucesiva y mimética Napoleón y Hitler. Ahora el tono imperial parece estar solo en el bando ruso, pero, en el fondo, todas las potencias, reales o pretendidas, adoptan la solemnidad con la que se reviste el poder para serlo más, o para aparentarlo.

El proyecto europeo, otra vez pospuesto. Jaque mate

La OTAN no tiene legitimidad para atacar en razón de sus propios estatutos, porque Ucrania no forma parte del pacto. Pero Estados Unidos ha invadido en numerosas ocasiones territorios esgrimiendo o inventando circunstancias alarmantes para sus intereses o para los de la humanidad. ¿Es en ese contexto Biden un líder débil? ¿Acabará por añorar su pueblo un Trump del que nadie sabe cuánto tiene que ver con esta situación? ¿Tomará nota China de la escasa capacidad de respuesta que suponen unas sanciones por parte de la Unión Europea, que, en todo caso, Rusia está dispuesta a soportar en la medida en que lo son más para los propios intereses de los países democráticos, que deben responder ante su opinión pública por el hecho de provocar perjuicios graves para su bienestar?

USA y Rusia han recuperado un protagonismo que habían perdido, pero el coste puede ser enorme. Otros gigantes contemplan el escenario con atención, reordenándose los aliados sobre el mapamundi. Aquí en el mejor de los casos nos llegarán los efectos de la actuación de una serie de personajes que esperemos que no gasten la cobardía de los que tuvieron que decidir hace 80 años y se hizo tarde. Entonces fueron 50 millones de muertes.

Mientras escribo escucho a Josep Piqué. De su análisis se puede concluir que Ucrania caerá del lado ruso. Y que China se quedará Taiwán. El proyecto europeo, otra vez pospuesto. Jaque mate. Y, por cierto, en el fondo sí se parece la situación geopolítica mundial a la que vive el PP en nuestro pequeño espacio: Rusia y China comparten intereses, como Ayuso y Feijóo. Como en su día podía pensarse que los compartieran Alemania y Rusia. Porque siempre une tener un enemigo común. Pero, ¿serán capaces después de seguir de la mano quienes tienen la misma ambición de ejercer el poder? Por lo pronto, Chernóbil ya ha caído.