Hace cuatro días, si no me he descontado —que últimamente todos los días son iguales y ya no sé ni dónde estoy— el Gobierno del Estado decía, literalmente, que España había adoptado las medidas más estrictas de toda Europa. Sí, señor, que no sea dicho. Claro, y por eso ahora anuncian un confinamiento total y un paro de país de dos semanas. ¡Epa! ¿Pero que no éramos (son) los mejores? ¿Ahora resulta que se podría haber hecho más? ¡Vaya! ¿Pero no teníamos el confinamiento más severo del continente? ¡Ah, no, calla! Mira tú que eso no lo dijeran porque la cuota de autónomos se tendrá que pagar este mes caiga quien caiga. Esta debió ser la rigidez a la que se referían, que se ve que los burros somos nosotros  y no entendemos nada. ¡Espabilad, mortales!

Pero no sufráis, que hay una explicación para todo. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha dicho que esto (las nuevas medidas excepcionales) son, en realidad, "una prolongación de la Semana Santa", y ahora no sé si quiere decir que tendremos procesiones cuando todo eso acabe —si es que se acaba nunca del todo, que ya empiezo a dudarlo— o si lo dice así para no tener que reconocer que se habían equivocado (maldita prepotencia) y que el president Torra (y el de Murcia, y la de Balears, y los científicos, que también lo pedían, ¡eh!) tenía razón desde el principio y resulta que vamos quince días tarde en el cierre total. Pero no, gente, no, España nunca va tarde. ¿Dónde se ha visto? Se ve que Catalunya lo pidió a destiempo. No había ninguna prisa. Ahora, en cambio, con más de 5.500 muertes y decenas de miles de contagiados parece que la cosa ya es más urgente.

Equivocarse es humano, pero la ignorancia no justifica la ineptitud y el desconocimiento inicial no excusa la mala praxis posterior cuando hay vidas en juego

Además, dicen que estos quince días que los trabajadores tendrán que estar encerrados en casa sin poder trabajar los cobrarán igualmente, pero (siempre hay un pero con esta gente) el dinero lo tendrán que devolver haciendo horas después de la crisis. ¡Pues claro! Del mismo modo que a la banca se le exigió que devolviera los 60.000 millones de euros del rescate, que se dice rápido: 60.000 (aquí también me descuento, como con el día en el que estoy).

Ahora, no sé por qué me escandalizo ni de qué me extraño si también repitieron a diestro y siniestro que España es una democracia consolidada, mientras en paralelo las teles de todo el mundo mostraban su violencia de estado en el referéndum del 1 de octubre y el Borbón (ese que rima con ladrón) aplaudía el 'a por ellos'. Por no hablar de cómo la ministra de Exteriores, González Laya, justifica que el material defectuoso comprado en China es porque se ve que se trata de "un mercado desconocido" y que "nos ofrecen gangas". Claro, ¿quién no ha comprado nunca el regalo del amigo invisible en un Todo a cien y después se ha sentido estafado? ¿Y de Fernando Simón, qué me decís? Desde el Ministerio de Sanidad, diciendo hace un mes —¡un mes!— que España, como mucho, tendría algún caso aislado de coronavirus. Sí que aislado, sí. ¡A él lo tendrían que aislar! Y de repente he tenido una especie de déjà vu y he recordado aquello de los "hilillos de plastilina". Que no, que no se trata de partidos o de siglas. Es la podredumbre del Estado. ¿Qué credibilidad tienen? ¿En manos de quién estamos?

La normalidad de la que venimos nos ha llevado hasta donde estamos hoy como especie humana. Ni el mundo ni nosotros seremos los mismos cuando eso acabe

Que sí, que ya sé que estamos ante una crisis inaudita, una pandemia global que nos pedirá lo mejor de nosotros mismos y que ni los propios gobernantes se habían encontrado nunca en esta situación y que es humano dudar y equivocarse. Vale. Pero rectificar no siempre es de sabios si no eres capaz de hacer propósito de enmienda y reconocer que fallaste. La condescendencia y la paciencia tienen un límite cuando hay vidas en juego. La ignorancia no justifica la ineptitud. El desconocimiento inicial no excusa la mala praxis posterior. La excepcionalidad del momento no legitima medidas fuera de lugar, a destiempo y recentralizadoras cuando has demostrado que desde el centro sólo sabes centrifugar.

Oigo decir mucho eso de "volver a la normalidad" y no estoy muy de acuerdo. La famosa normalidad de donde venimos nos ha llevado donde estamos hoy, como especie humana. No sé yo si repitiendo la manera de vivir que llevábamos hasta ahora saldremos del pozo en el que nos hemos metido nosotros solitos. Hará falta desacelerar y ser resilientes. Ni el mundo ni nosotros seremos los mismos cuando  eso acabe. Y ojalá, como sí que ha pasado últimamente en las crisis, no aumente la desigualdad y los ricos no salgan más ricos y los pobres más pobres, ni que se esto se aproveche para recortar derechos civiles y sociales, que nos conocemos. Esta normalidad tan anormal no la querría.