Qué hacemos del tiempo que nos ha sido dado. Cómo llenamos de vida las horas y vaciamos de dudas el espíritu. Qué hacemos de las verdades a medias y de las medias mentiras, de las palabras precipitadas garganta abajo y de las que se dispararon antes de tiempo. De los cambios de tiempos repentinos y el diluvio que nos pilla sin paraguas. De las fotos enmarcadas que ahora sólo son un trozo de pared cuadrada y decolorada. De las cartas que todavía no hemos enviado, de los viajes en el cajón. Qué hacemos de las personas volcánicas que aleatoriamente nos embellecen y complican la existencia y del magma amontonado que queda una vez restañada la erupción.

Vivimos tiempos convulsos, días agitados. El mundo hierve y las personas estamos dentro de la olla cociéndonos. Los protagonistas de la novela Viaje al centro de la Tierra se adentran en el corazón del planeta y al final, Jules Verne, los hace emerger en Estrómboli, un impresionante volcán que da nombre a la pequeña isla que lo acoge, allá por el mar Tirreno, en la costa norte de Sicilia. Renacer en una isla, bonita manera. ¿Y si también emergemos nosotros? ¿Y si aprovechamos estos tiempos de cambio para cambiar los tiempos? El corazón humano es energía en movimiento. Un terremoto que resquebraja el alma creando rendijas de profundidad inexplorada. Somos criaturas mundanas hechas para temblar, para explotar, para amar, para vivir.

Cuando los intestinos de la corteza terrestre se remueven, el planeta recibe una sacudida. Entonces terremotos y volcanes se sacuden el sueño y la fuerza de la naturaleza nos recuerda que nosotros, pequeños seres humanos, somos solo –y gracias– puntitos de vida a la intemperie. Si la Tierra tiembla, qué no nos puede pasar a las personas, más frágiles y menudas, más inexpertas y altivas. También nosotros, habitantes del mundo, nos estremecemos como la memoria de Jesús Moncada, como el globo terráqueo que el ente habita. También a nosotros, la vida nos escupe desde sus entrañas y nos echa a la aventura del fuego sin ropa ignífuga.

Hay personas que son volcanes: su erupción ilumina el cielo a borbotones de rojez candente y puedes llegar a danzar encima, como el ou com balla sobre el chorro de agua en el Corpus. Entran en acción de manera inesperada y son todo un espectáculo, sobre todo de noche. Pero si te acercas demasiado a menudo se te queman los pies y el azufre, a base de bocanadas, se te engancha a los pulmones y no te deja respirar. Tienes que esperar a que se detenga la actividad desde una distancia prudencial, y cuando vuelves encuentras sentimientos grisáceos arrugados por el suelo, como lava reseca fundida en repliegues desperdigados. Son personas con magnetismo y magmatismo: te atraen primero y se enfrían después. Volcarse en los volcanes es un riesgo precioso, una paz intermitente, un oxímoron que no lo es. Hipnosis y vigilia. No intentéis perpetuar las vivencias, la única eternidad perdurable es nuestra propia conciencia.