Nos levantamos por la mañana y conectamos la radio o ponemos un disco o abrimos el Spotify. Escuchamos la canción aquella que tanto nos gusta. Sonreímos y la tarareamos todo el día, casi sin darnos cuenta. La música se graba en el cerebro de una manera bien curiosa, quizás por eso recordamos poemas en los cuales alguien ha puesto melodía. Quizás, incluso, por eso recordamos las tablas de multiplicar, porque nos las hacían memorizar con aquella simple cancioncilla. Sí, y ahora mismo lo estáis canturreando: dos por una, dos; dos por dos, cuatro (sí, a mí me lo enseñaron en castellano, ¡qué os vo a contar!). Las canciones nos transportan a momentos, a personas, como si fuera aquel hechizo de Harry Potter, la aparición, el arte de, mágicamente, desaparecer de un lugar e instantáneamente reaparecer en otro (qué bien nos iría eso ahora, por cierto...).

Y mientras no nos sacamos la mencionada canción de la cabeza —da igual cuál sea, todas son válidas y cada uno tiene su historia— encendemos el televisor y miramos una película que nos transporta (más aparición) a un nuevo mundo, a un viejo amor, a uno nuevo futuro todavía por avistar. Y nos emocionamos y reímos y (re)vivimos. Al mismo tiempo, la criatura de casa conecta el Youtube en su habitación y, en el ordenador, mira una serie. Después, hacemos una visita virtual y familiar al museo aquel al que no hemos podido ir nunca o disfrutamos de un espectáculo de danza online. Leemos poesía o novela en el balcón y otra criatura hace un dibujo o un garabato en una hoja en blanco, llenando de color siluetas que antes estaban vacías. Quizás será pintora. Y cuando acaba el día, aquel que hemos empezado cantando, volvemos a poner música para recibir la noche y relajarnos mientras cerramos los ojos.

Paradójicamente, ahora que más gente está consumiendo cultura, peor está el sector. Fuimos los primeros en parar, el 11 de marzo, y probablemente seremos los últimos en poder volver a abrir

Los trabajadores del mundo de la cultura fuimos los primeros en parar, el 11 de marzo, y probablemente nos toque ser los últimos al volver a abrir. Todavía sin fecha de retorno, tardaremos en recuperar espacios cerrados con aglomeraciones: teatros, cines, auditorios, salas de conciertos. En cambio, sin embargo, desde hoy mismo (mañana en Catalunya) miles de trabajadores podrán volver a llenar metros, buses, trenes, oficinas y fábricas. Ya me perdonaréis pero no se entiende mucho. ¡Ep! Y que cada gremio se sabe lo suyo, eh. La lucha por la cultura no es excluyente, simplemente tiene unas particularidades concretas, es una lucha sectorial (no de clases) y, sobre todo, nos alimenta a todas, a todos. Nunca estás del todo solo al lado de una buena canción o de un buen libro. A todo esto, el ministro de Cultura (que sólo hay que cambiar un par de letras para convertirlo en siniestro) diciendo que no se tomarían medidas concretas para hacer frente a la situación. Él, que tiene el sueldo asegurado y el alma vacía. Él, licenciado en derecho y, por lo tanto, gran experto en eso de la cultura, claro está. Es como si a mí me pusieran a hablar de leyes y jucios. Probablemente, también sería siniestra.

Paradójicamente, cuando más gente está consumiendo cultura (desde casa y en gratis), peor está el sector cultural. Sin conciertos a la vista, con obras de teatro suspendidas, festivales aplazados, espectáculos parados, librerías cerradas. Todos somos cultura, no es sólo cosa de los que vivimos de ella. Y digo somos, no consumimos, que entonces quizás pareceremos una industria y de aquí puede venir alguno de nuestros males: la industria tiene chimeneas y la cultura limpia el aire. La cultura es más un elemento educacional y forjador de caracteres y no un producto de consumo y ocio y lya está. En estos tiempos convulsos e inciertos compartimos de forma gratuita nuestro trabajo en las redes pero eso no quiere decir que no valga nada nuestro trabajo. Mal me está el decirlo pero somos de los sectores más solidarios y generosos. Siempre estamos cuando hace falta arrimar el hombre y colaborar en festivales benéficos y solidarios con causas mil. Quizás, sin embargo, tal como van las cosas, cuando todo eso pase —que es la frase más oída últimamente— hará falta que se sea solidario con nosotros y quién sabe si hacer un festival benéfico para los músicos, para los actores, para los creadores que, a pesar de todo, seguimos creando. Para renacer. Para alimentarnos y alimentaros. Que eso es recíproco, tengámoslo siempre presente.

El ministro de cultura dice que no se tomarán medidas concretas para hacer frente a la situación. Él, que tiene el sueldo asegurado y el alma vacía. Él, licenciado en derecho y, por lo tanto, gran experto en eso de la cultura, claro está

La dimensión de la cultura trasciende épocas y razas, márgenes y caminos. Es esencial e imprescindible. Define quiénes somos y cómo queremos ser. La cultura nos ayuda a clavar las raíces más hondas para que nunca ningún mal viento no nos tumbe la casa, la vida. Si bebemos vino no es sólo porque esté bueno sino también porque así nos bebemos el paisaje y contribuimos a la economía rural. Si comemos cultura es también para llenarnos de energía, para masticar emociones. Para ser como somos. La cultura es como las raíces de la higuera, que pueden recorrer decenas y decenas de metros bajo tierra en busca de agua y que son capaces de partir el tabique de una masía y levantar baldosas del pavimento. Rompe fronteras, nos hace pensar, nos devuelve al origen, a la tierra. Y, además, da fruto, claro está. Por poco que la riegues te alimenta meses y meses. Quizás de por vida. Cuando todo falla, la cultura nos abraza. Salvarla es salvarnos.