Probablemente hayamos construido en sitios inadecuados, sí, todo el mundo y unos más que otros, no nos engañemos. Pero no vayáis ahora a Les Cases a decirle eso a decírselo a quien ha perdido el negocio. No vayáis a Ulldecona a quien se le ha llevado un trozo de finca, ni a La Ràpita a quien tiene que empezar de cero. No vayáis a Alcanar a quien tiene ahora la casa bajo el barro. Una casa, por cierto, humilde, de pescadores, de una planta (dos como máximo) y que pertenecía a los yayos y reyayos. Quiero decir que no estamos hablando de especulación, ni de rascacielos, ni de Torrevella o Peníscola (qué pena ver en qué se ha convertido su urbanismo). Hablamos, simple y tristemente, de que cuando las generaciones antiguas construían quizás no eran conscientes del peligro que vendría, entre otras cosas porque el cambio climático ni sabían lo que era, ni la revolución industrial y el capitalismo habían hecho estragos todavía. Ahora, sin embargo, sí que lo sabemos y no podemos seguir dando la espalda a la realidad.

Llevamos tanto tiempo maltratando la Tierra que ahora, por mucho que parásemos el mundo en seco, tardaríamos en ver los efectos positivos. Para revertir esta situación, probablemente, hoy ya no basta con frenar: también tenemos que retroceder, porque hay una inercia que no se detiene de golpe. Las maldades del pasado aparecen ahora y las que actualmente todavía hacemos, las notaremos en el futuro. Es como dejar de pedalear sin tocar el freno: la bici seguirá avanzando con el empuje que le habíamos dado y, si está cuesta abajo, quizás ya ni la pararás tampoco. En todo caso, un manillar lo puedes girar rápidamente en el mismo momento en que tomas la decisión de cambiar de dirección. Pero si lo que tienes entre las manos es un timón, y de los grandes, el transatlántico necesita muchas más vueltas para ejecutar la orden. No virará de hoy para mañana.

La gente de l'Ebre no queremos ser los primeros refugiados climáticos de Europa

La maldita pandemia tuvo la única virtud de marcarnos el camino del decrecimiento que, rápidamente, los humanos hemos vuelto a olvidar. La lección no parece aprendida, mas bien al contrario. El ritmo frenético de destrucción del entorno y de vivir deprisa ha vuelto. Hace décadas que oímos decir que vamos tarde, que el semáforo naranja está a punto de ponerse rojo y nosotros, en lugar de frenar para evitar la infracción, aceleramos, a ver si podemos ser los últimos en pasar y después que el lío se lo encuentren los que van detrás. El problema es que los que van detrás son nuestros hijos, sobrinos, nietos... Somos nosotros mismos: la especie humana. No es el futuro cambio climático: es la emergencia climática que ya tenemos encima.

El Delta del Ebre está afectado por tres grandes problemas: regresión, salinización y subsidenciaRegresión: la línea de costa retrocede, el mar se nos come, el mapa cambia. Salinización: el agua de mar entra Ebre adentro y el río empieza a ser más bien una ría, la sal aflora en el suelo de los almacenes cuando sale humedad. Subsidencia: la plataforma deltaica se hunde poco a poco, los estratos adelgazan. Las tres problemáticas (hay más, pero estas serían las principales) vienen del mismo mal: la falta de agua del río, que no lleva bastante caudal líquido ni sólido para mantener el equilibrio histórico entre mar y tierra, entre agua dulce y salada. Las playas no se regeneran solas porque el río no desemboca sedimentos, la cuña salina se establece cada vez más arriba de la desembocadura porque el río ya no baja con suficiente fuerza, el Delta sufre un hundimiento lento y regular de la corteza terrestre a causa de la compactación inestable del poco limo que llega.

A todo eso, sumadle el calentamiento global y la subida del nivel del mar. Os puede parecer poca cosa que suba unos 4 milímetros por década, pero si os digo que buena parte del Delta del Ebre está solo un medio metro escaso por encima del Mediterráneo, entonces las cifras empiezan a ser preocupantes. Id sumando. Haced números, a ver hasta cuándo duraremos. Y eso suponiendo que el proceso de inundación no se acelere y esta dinámica se mantenga, cosa dudosa vista nuestra ineptitud. Para quien tiene la casa, la vida, los cultivos y su historia familiar levantada solo un palmo y medio, estas cifras supondrían que la mitad del Delta podría quedar derrumbado y nuestros ojos, ancianos y tristes, lo verían. Como ya hace tiempo que vamos diciendo y se nos tilda de exagerados: la gente del Ebre no queremos ser los primeros refugiados climáticos de Europa.

Nuestros yayos plantaban árboles sabiendo que no disfrutarían de su sombra. Hagamos nosotros lo mismo con el medio ambiente

Ha llegado un punto en que ya nos interesa bien poco si bajan o no bajan políticos cuando tenemos una desgracia, que últimamente es muy a menudo, y nos da exactamente igual el partido que representan. Solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, nunca mejor dicho. Desfilan cuando hay catástrofes, prometen y se van. Que sí, que gracias por venir. Que sí, que si no hubiesen venido todavía lo criticaríamos más, pero nos importa mucho más que tomen las medidas adecuadas y que las cumplan porque mientras ahora se está estudiando qué ayudas se darán por la borrasca Dana, aquí abajo —siempre aquí abajo— todavía esperamos parte de las subvenciones por los aguaceros de 2018, por no hablar del Glòria o el Filomena. Cuando no es una tronada, es una gota fría, una barrancada o un temporal, pero a sufrir siempre las mismas coordenadas geográficas y cada vez más a menudo y de manera más virulenta.

Quien más defiende el medio ambiente es quien más sufre las consecuencias del cambio climático. Paradoja dolorosa e injusta que, probablemente, podrían pronunciar otros preciosos y frágiles rinconcitos de mundo. Ojalá el Delta tuviera la mitad de la atención mediática e institucional que está teniendo el aeropuerto de Barcelona. Una reserva de la Biosfera que cuida el entorno versus una infraestructura de cemento para seguir creciendo más de lo que podemos. Las Terres de l'Ebre y las tierras del Sénia dicen basta. El Delta dice basta. Basta de mirar hacia otro lado, basta de prometer y no cumplir, basta de estudiar y estudiar: proceded y poned en práctica medidas que ya están validadas por los científicos. En el sur querríamos no tener que resistir tanto y poder vivir más en paz. Tenemos que empezar a actuar diferente hoy para que los cambios en positivo puedan empezar a notarse mañana. Nuestros yayos plantaban árboles sabiendo que no disfrutarían de su sombra. Hagamos lo mismo, es lo mínimo. Se lo debemos. Nos lo debemos.