Grecia impacta, por su luz, pero también por habernos ofrecido el inmenso regalo de la filosofía. Grecia nos obliga a pensar. En este país de los dioses, Delfos es uno de los lugares más magnéticos que nos ofrece. No es casual que se considerara el ombligo del universo. He estado sólo una vez físicamente, pero vuelvo muy a menudo, mentalmente. Sobre todo con la máxima "conocerte a ti mismo", que tiene pocos rivales. Conocer. Gran concepto. El conocimiento hoy está bajo sospecha. ¿Conocer, por qué? ¿Y conocer los valores, la religión, la identidad de los otros, qué sentido tiene? En el mundo inseguro en que nos movemos (tanto si lo escogemos como si no), la religión —especialmente la de los otros— es una desconocida, un personaje que se presenta en nuestra fiesta sin haber sido invitada.

Según el Barómetro sobre la religiosidad y la gestión de la diversidad 2016, encargado por la Direcció General d’Afers Religiosos de la Generalitat de Catalunya, un 68% de catalanes considera "muy importante" conocer las religiones, todas. Un 65%, además, considera también necesario que las administraciones públicas promuevan el diálogo interreligioso del país. Conocer como antídoto a despreciar, ignorar u odiar. Porque el desconocimiento lleva a recelos y miedos. Las administraciones han de facilitar —sin sacar protagonismo ni fagocitar— puentes de entendimiento entre comunidades y ciudadanía. Es reconocer la realidad, y anticipar tensiones. Una administración preventiva es mucho más deseable que la reactiva, que suele ser torpe y llega siempre tarde. La religión, las creencias y la espiritualidad son aspectos sensibles pero reales. Configuran la vida de miles de personas, personas que están a nuestro lado.

Conocer mejor la religiosidad de los otros no es un antídoto contra el racismo ni la discriminación, pero es un paso que se tendría que hacer, con cierta urgencia, desde pequeños

Los encuestados por el Centro de Estudios de Opinión (1.600 personas mayores de 16 años escogidas de manera aleatoria y representativa) también han destacado (72,1%) que están a favor de que el sistema educativo incorpore una nueva materia sobre religiones del mundo. Las 8 principales conclusiones son, por una parte, que la ciudadanía "es más consciente" de la importancia del hecho religioso. Segundo, hay un freno en el crecimiento de las minorías religiosas. Una tercera constatación es que se consolida la apuesta por la cultura religiosa en la escuela. En cuarto lugar, me parece destacable que el número de personas que no tienen ningún amigo de una religión diferente se mantiene "estable", por lo tanto, el diálogo todavía es frágil y pobre y los núcleos cerrados se mantienen (yo estoy con los de mi religión y no me relaciono con los otros). Inquietante, a pesar de que muy menor, es la cifra del 5% que confiesa haberse sentido "ofendida" en ataques a sus sentimientos religiosos. La percepción de discriminación por motivos religiosos se mantiene en cifras muy bajas. En cambio, mejora la percepción con respecto a las relaciones entre las diferentes comunidades religiosas. Finalmente, aumenta el apoyo a una mayor colaboración entre las instituciones públicas y las confesiones religiosas.

Catalunya se preocupa y gestiona esta diversidad y hace falta que nos lo digamos y lo celebremos. Conocer mejor la religiosidad de los otros no es un antídoto contra el racismo ni la discriminación. Pero es un paso que se tendría que dar, con cierta urgencia, desde pequeños. La alteridad tendría que ser parte de la educación, y la diferencia de religión parte de la educación más básica. No es un plus, ni un lujo, ni una excentricidad conocer la religión de los otros, o la no religión y sus motivos. Es una garantía de convivencia: y no vamos nada sobrados. Ni aquí, ni en China.