Reclutar es un verbo que parece obsoleto. De la mili: el cuerpo militar necesita soldados. Alistar, reunir gente para formar una tripulación, un grupo, un partido, es, en cambio, una actividad continua. No nos lo dicen así, pero las técnicas de marketing quieren que seamos "reclutas", consumidores, usuarios de algún producto, servicio. Que forman parte de alguna cosa. La socióloga británica Grace Davis tiene una expresión brillante, que ella utiliza cuando se refiere a la afiliación religiosa: believing without belonging. Es decir, creer sin pertenecer. Es aquello tan común de "soy creyente pero no practicante". Me he alistado, pero no vengo a las reuniones. Tengo el carné, pero no asisto a las asambleas. Pago el gimnasio, pero solo soy mecenas. Como si se pudiera ser vegetariano pero no comer lechuga. O ser partidario del deporte sin ponerse un chándal. Resulta que es una tendencia muy habitual: las ideas las compartimos, pero la práctica no nos gusta, o nos da pereza, o no la priorizamos. Queremos cambiar el mundo, pero el sofá nos gusta más. Creemos en la participación, pero no vamos a votar porque aquel día preferimos otra actividad.

Creer, tener convicciones, nos configura mentalmente. Pero a veces no se traduce en una praxis. A las religiones esta tendencia no las favorece. Faltan manos. Y cabezas, y almas. No hay bastante gente para hacer relevos, para alistarse, para poder reclutar para una grande causa. ¿Quién recluta, pues? ¿Las marcas de ropa, la tecnología, la música, los deportes? Madre mía, cómo reclutan. Pero son adhesiones a corto plazo, caducas. En política la situación no es mejor: si quieres hacer un partido nuevo, o reforzar una sectorial, en la primera reunión quizás conseguirás tener un buen puñado de gente joven (me refiero a personas de 18 a 25 años). En el caso militar, la connotación de reclutar tiene un añadido de obligatoriedad: en Ucrania hoy no te preguntan si te apetece alistarte. Te toca. En los partidos es libre.

Me ha contactado un ingeniero democristiano vinculado a la política desde que tenía 20 años, y ahora tiene más de 80. Se me ha sentado delante, con su silla de ruedas, y me ha pedido que lo ayude a encontrar gente joven, motivada, con alta volada espiritual y cívica, para crear un grupo interesado por los problemas del mundo. Qué los ofrecería, pregunto cándidamente. Nada, me responde diáfanamente. Lo he escuchado con atención, como se hace con todo el mundo y más con las personas mayores, que tienen además bastante profundidad y experiencia. Le he respondido con un elegante "ya lo pensaré". Pero en el clima fraternal y sincero del encuentro, también le he hecho saber que lo que me pide yo no sé dónde encontrarlo. Qué más querría yo que tener una centuria de gente joven entusiasmada, militando, con valores, con tiempo, con ganas de hacer cosas por el bien común y alistarse en alguna entidad de carácter político, religioso, cultural. Y que no se quemen si van a una primera reunión y ven como los mayores, los veteranos, los barones, los ignoran. Su respuesta no me la quito de la cabeza: "¿Si no se le pregunto a usted, dónde voy? Si desde un Observatorio sobre Religión, Comunicación y Cultura, instalado en una facultad con gente joven, en una universidad, no se dispone de este material humano, dónde lo busco?". Dos reflexiones. La primera, que sin propuesta puede no haber respuesta. Si no lo pides, explícitamente, nunca sabrás si aquella persona joven tiene interés o no en alguna causa. Hace falta ser claro, y preguntar. Por lo tanto, un brindis por el valor de saber ser explícito. Segunda, que se tienen que propiciar espacios de encuentro y reflexión y dejar que la gente se autogestione. Dentro de los partidos, en partidos de jóvenes, dentro de la Iglesia o en misas de jóvenes, pero lo que es evidente es que no podemos tener estructuras con personas mayores y ya. El ingeniero me ha dejado trabajo. Pensad también vosotros, sin embargo. Es una demanda social, no personal.