Mi abuela Maria del Tura siempre hablaba del color "negro negro" del pelo de la "niña Panikkar". Estudiaban juntas internas en las Teresianas de Ganduxer, y esta niña —Mercè— fascinaba a las internas por el brillo y el color de su trenza. El negro del pelo es un color que siempre he asociado, sin haberla conocido, con la hermana del gigante Raimon Panikkar, a quien empecé a admirar en Roma. Lo llamaban "il pensatore indo-catalano". A Raimon Panikkar (1918-2010) lo veo mentalmente siempre naranja, verde oscuro o blanco roto. Descubro a este gigante y su universo en Roma cuando los propios italianos, polacos, indios y americanos me hablan de él. Algunos amigos también me hablaban de él y se reunían en Garriguella empapados de sus ideas. A otros pensadores catalanes universales como el padre Batllori, Lluís Duch y el gran Ramon Llull también los he saboreado "desde fuera". Será que nadie es profeta en su casa, aunque definir "casa" en el caso de Panikkar es una temeridad. La suya es una identidad múltiple, porque él era simultáneamente muchas cosas, y porque tuvo la suerte de vivir más de 91 años y de tener la lucidez de saber que si escribía nos dejaría un legado fabuloso para entender que somos interdependientes, para captar que los dualismos nos han hecho mucho daño y para aclarar que el famoso "tercer ojo" de la contemplación no es una escapada del mundo, sino una toma de conciencia de la interioridad.

Ignasi Moreta, el comisario del Any Panikkar, ha dicho esta semana, en una Jornada sobre Religió, Mort i Espiritualitat promovida por la Direcció General d’Afers Religiosos, que "Panikkar opta por la interioridad" y que se va a vivir alejado del mundo a Tavertet, pero que no se trata de una huida. Interioridad no es lo contrario de exterioridad. Su opuesto sería la superficialidad. Panikkar contempla, medita y cultiva la vida interior, "como un monje", en el sentido de dar prioridad al ser y a la conciencia, pero eso no le impide coger aviones y viajar por el mundo para asistir a congresos o dar seminarios y conferencias. Moreta reivindica que en las instituciones públicas, como en la universidad, haya espacio también para la vida interior y no se destierre como si nada. La espiritualidad se confunde con estructuras religiosas, imposiciones y dogmas, y Panikkar precisamente dedica miles de páginas a intentar explicar que la vida interior es toda otra cosa. Tan múltiple era su vida que no reniega de nada, ni de su pertenencia al Opus Dei ni de su biografía india, porque tenía la clarividencia de los sabios. Dotado de una inteligencia descomunal, su capacidad de trabajar también era ingente. Moreta nos ha recordado uno de sus pensamientos más sencillos y más eficaces: cuando reza, reza. Y cuando duerme, duerme. Y cuando come, come. Porque lo hacía todo a fondo, con la conciencia del místico que, sabio e intuitivo, ve a tientas.

Existen más de 40 tesis doctorales por el mundo que han estudiado su legado, y son muchos los grupos de personas que lo leen y que se reúnen con otros para compartir su visión del mundo, que no olvida la naturaleza, la humanidad, pero tampoco la divinidad. Para él, no hay rangos de importancia, sino interdependencias. Por eso es vital que Panikkar se enseñe a los niños y niñas y que sea un recurso para el diálogo intercultural e interreligioso. Panikkar, discutido, estudiado, criticado y emulado, es un catalán universal que con una sonrisa desarticuló visiones anticuadas y ñoñas de qué quiere decir la espiritualidad. Lo hizo desde el saber, pero también desde el ser.