Sostiene el sabio mallorquín Amengual que hoy todo parece girar en torno al individuo: en muchos aspectos parece haberse convertido en el valor básico. Todo está a su servicio, desde la política a la lucha por la libertad, la dignidad, la igualdad. El individuo se recluye y este encierro lleva al individualismo, más basado en la independencia y no tanto en la autonomía, o incluso en el aislamiento y la soledad. Atomización, argumenta el filósofo Gabriel Amengual en La religión en tiempo de nihilismo (Ppc Editorial). Este catedrático vincula el individualismo con la falta de responsabilidad: la despersonalización tiene como consecuencia la irresponsabilidad. De la moral del camello, cargado de deberes y obligaciones, hemos pasado a la moral del camaleón (Adela Cortina), cuyo comportamiento consiste sólo en adaptarse al medio.

El individualismo ha pasado de ser una actitud vital que destaca la importancia del individuo frente al grupo o la sociedad a convertirse en un dogma: los derechos del individuo se erigen como valor supremo y el impulso del liberalismo ha empujado esta teoría hasta límites que anulan el valor de la colectividad, considerada como una rémora marxista o incluso eclesial, porque en la lucha contra el individualismo comunismo y religiones se encuentran muy cerca. Es el canto al "yo", la celebración del "self". Los "selfies" delante del retrato colectivo, el "yo" por encima del "nosotros". Un ejemplo radical es la gente que se casa con sigo misma. En su última acepción, el individualismo es la disolución de la persona, que queda atomizada y despersonalizada. El individuo se absolutiza y se reafirma como poder social en los poderosos o, advierte el canónigo mallorquín Amengual, se cae en el autocentramiento, el narcisismo, el hedonismo.

Los filósofos antiguos decían que las personas tenemos dos facultades, nous y orexis, inteligencia y deseo. Habla Josep Lluís Micó en su Absolut digital (Pamsa), cuando recuerda que la "inteligencia nos pone en contacto con la verdad; la segunda, con el bien. El entendimiento es receptivo, pero el anhelo es dinámico, y en la era digital, también impaciente".

Ni el individualismo solo nos salva ni la disolución en un colectivismo naïf nos redime

Igor Grossmann y Michael Varnum de la Universidad de Waterloo (Canadá) y de la Universidad Estatal de Arizona (EE.UU.), han publicado un estudio sobre individualismo donde concluyen que es un fenómeno creciente caracterizado por personas cada vez menos acondicionadas por los lazos familiares, el deber o el conformismo. Sostienen que lo que nos hace más individualistas es nuestro trabajo. Los nombres de las personas cada vez son más singulares y no compuestos (antes los niños y niñas tenían nombres compuestos, por ejemplo para recordar a alguien de la familia). Hay una voluntad de autonomía frente a la tradición y las raíces.

El Renacimiento trajo el individualismo, y el protestantismo lo potenció con la vivencia personal y sin mediaciones de la fe. Ni el individualismo solo nos salva ni la disolución en un colectivismo naïf nos redime.

El individuo es una maravilla, pero el individuo no es nada sin los otros. La máxima sartriana de "el infierno son los otros" olvida un pequeño detalle. Sin los otros, no estaríamos. Sin los otros, no somos. El exceso de individualismo empobrece a la sociedad, la hace más cerrada, rencorosa, desconfiada, gris. Brillamos gracias a la luz de los otros, no sólo por nuestra fuerza, por fabulosa que nos parezca. Nosotros no es un "no a los demás", en palabras de Francesc Torralba. Que así no sea.