Schopenhauer lo expresó de manera insuperable: los primeros 40 años de la vida nos ofrecen el texto. El resto, el comentario. Es con los comentarios de texto cuando comprendemos las complejidades y las ambigüedades de la existencia. Y al mismo tiempo es el momento en que más nos podemos equivocar: preguntadlo a los estudiantes que se acaban de examinar de Selectividad. Un mal comentario se puede convertir en la ruina de un buen texto. Y de una vida.

La vejez es la etapa de los comentarios. Hacerse viejo de manera satisfactoria es pactar "honestamente" con la soledad. Lo reconoció Gabriel García Márquez y lo evoca una publicidad del metro de Barcelona, donde aparece esta frase al lado de una señora mayor: "Nunca habría pensado que lo peor de hacerse mayor fuera la soledad".

Parece que todo indica que no tratamos lo bastante bien a las personas mayores. Los descartamos. No forman parte de nuestro día, del día a día de los que todavía estamos en la franja postjoven. Viejo se ha convertido en un sinónimo de inservible, inútil, pasado. En vez de ser sinónimo de imprescindible, sabio, dotado de experiencia, culto, perspicaz. Tenemos vidas complicadas, agendas imposibles, y poco tiempo.

Hay sociedades como la japonesa o las tradicionales africanas que respetan y veneran a las personas mayores. La mayoría de religiones también suelen otorgar a la vejez una gran importancia. Los viejos como oráculos, como sabios, como puntos de referencia, como supremos conocedores de algunas verdades inaccesibles.

Los eméritos no tienen bastante voz en capítulo. Dejan de trabajar y entran en una dinámica de silencio que no les hace bien, pero que también nos perjudica como sociedad. Se retiran mientras pierden fuerzas, pero nos dejan sin su mirada amplia. Los jubilados, viejos, ancianos, eméritos... se han retirado de algún cargo o servicio, pero ciertamente no han renunciado a la vida.

En cargos políticos, universitarios, eclesiásticos, llegar a ser emérito permite mantener la potestad de participar en algunas tareas, a veces solo como consultor. A menudo tampoco osan intervenir. Aunque tengan el derecho, no quieren molestar.

Echo de menos a personas mayores en todas partes. Como invitados, tertulianos, profesores, consultores, escritores, personas que transmiten conocimiento. Las universidades y la Administración están obsesionadas con la transferencia de conocimiento, que todo lo que se cuece dentro de los muros de las facultades no quede en abstracciones. No se preocupan lo suficiente, en cambio, de todo lo que se cuece dentro de las cabezas de tantísimas personas mayores.

Los eméritos, que cada vez son más, no disponen de bastantes espacios ni se los tiene en cuenta. Hablo con muchos de ellos y percibo su decepción. Tienen mucho que ofrecer, y pocas ofertas. ¿Qué nos está pasando, como sociedad? No hay que recurrir a textos veterotestamentarios para encontrar la grandeza que comporta ser mayor. Hace falta potenciar encuentros intergeneracionales, y no delegarlo todo en consejos de las personas mayores, voluntariados o viajes ad hoc, por necesarios que sean. Reclamo la provocación de la mezcla. Personas mayores participando en un programa de jóvenes. Jóvenes incluidos en viajes con personas mayores, etc. Promiscuidad de ideas.

Se ha exaltado lo nuevo y se ha despreciado lo viejo. Envejecer, mientras los robots no se instalen, es la manera que tenemos de vivir un poco más, hasta que se acabe la historia. Porque se acabará, queridos. Si escuchárais a los viejos, os lo dirían en voz bajita.