Ludovico Einaudi, el célebre compositor y pianista neoclásico, es capaz de crear como pocos contemporáneos una liturgia de comunión, belleza, silencio y memoria muy próxima a una experiencia religiosa. La religiosidad une, remueve y desvela. La música, también. Einaudi llena estadios, de Milán a Nueva York, y lo hace prácticamente solo. Esta vez, en Barcelona, con tres músicos en algunos momentos puntuales. Pero básicamente solo. Con el piano. Y en el Liceu, que no es un escenario cualquiera y también contribuye con su belleza a potenciar el efecto litúrgico.

Einaudi se me apareció como un austero monje benedictino, que delante de un piano nos transmite que la melodía es como una respiración, que los espacios con música son oportunidades facilitadoras para reflexionar libremente

Si la espiritualidad narcotiza o bloquea, es peligrosa. Puede crear seres disociados. La música, como la espiritualidad, tiene esta capacidad trascendente que rompe, recompone y cura. Para el pianista turinés, la música tiene que poder conducir a un mundo más pacificado: él no se dedica sólo a tocar el piano, sino que reivindica a través de los conciertos la solidaridad. A nosotros nos pidió, en un catalán perfecto, recursos para Ucrania. En el fondo, el artista actúa como un párroco, que después de la preciosa liturgia de la Palabra y del embriagador momento de la comunión, se mira a los fieles y los invita a pasar a la acción. A ser generosos. A poner en práctica aquella emoción indescriptible que han vivido sus corazones. A dar. A mojarse. A actuar. Dentro de la brillante interpretación de la noche del 27 de abril, día de la Virgen de Montserrat, Einaudi se me apareció como un austero monje benedictino, que delante de un piano nos transmite que la melodía es como una respiración, que los espacios con música son oportunidades facilitadoras para reflexionar libremente. El suyo es un llamamiento a desinstalarnos y dejar de vivir satisfechos y felices en la zona de confort (y ciertamente, un palco del Liceu lo es). La impactante imagen que Ludovico Einaudi protagonizó en el Ártico, él solo con un piano de cola sobre bloques de hielo que se deshacían, aquella imagen, señoras y señores, no era sólo un reclamo estético. Era un grito ético. O cuidamos la tierra, o nos la cargamos. Einaudi es un pianista de la Agenda 2030, que tanto nos preocupa a las instituciones y por la que todavía tan poco hacemos todos nosotros.

La música no es sólo combinar articuladamente sonidos en una secuencia temporal siguiendo leyes de armonía, melodía y ritmo. La música es también militancia. Y hace vibrar, y de las vibraciones pueden salir nuevas y sublimes melodías o catastróficos sonidos cacofónicos. Cada uno es responsable de qué hace con las emociones que alguien le desvela. Música como relajante o música como estimulante. La pregunta no es una trampa: hay un tiempo para cada cosa, leemos en el Eclesiastés 3, 1-15. Hay también un tiempo para la grandiosidad y uno para la simplicidad. Él se ha hecho famoso por las bandas sonoras de cine, y a pesar de la inmensidad hollywoodiense, ahora ha vuelto a la simplicidad: "Soy una persona un poco abstracta", reconoce este músico que vive lejos de la frenética vida que conducen los que le escuchan. El pianista italiano es hombre de pocas palabras, pero con habilidad para encender fuegos dentro de miles de almas.