En la gurdwara (local) de los sijs de la calle del Hospital de Barcelona ofrecen de comer a todo el mundo que tenga hambre, independientemente de su religión o no religión. No es un comedor social. Hay personas de alto poder adquisitivo que deciden ir a comer allí porque les gusta el ambiente sencillo y la atmósfera de quietud y acogida. Para entrar como es debido no se pueden llevar embutidos u otros tipos de carne en la mochila —son vegetarianos y no quieren tener animales muertos cerca— y te piden que te cubras la cabeza y entres descalzo. Debes dejar los zapatos en la entrada, lavarte los pies para purificarte y ponerte un turbante en la cabeza. Comes vegetarianamente y si quieres dejas la voluntad. La gente lo encuentra divertido y curioso, porque es desconocido. Las gurdwaras (casas de Dios) no tienen un diseño arquitectónico específico; pueden ser una habitación desnuda, limpia y simple o un edificio imponente como el Templo de Oro en Amritsar (India), con sus suelos de mármol, frescos en las paredes y cúpulas doradas. Entrar en una iglesia es algo más habitual y no despierta esta novedad ni excitación. Los sijs son una religión muy vistosa, sobre todo por los hombres con turbante, con el pelo que no se cortan, y por las mujeres con sus saris de estilo hindú, de colores llamativos y telas bonitas. También por su sable y por su amabilidad.

Es todo un signo para la sociedad y un indicador de calidad que una religión sea percibida por la bondad. Las religiones que no son generosas ni amables nos tendrían que hacer pensar. Porque las religiones deben servir para mejorar y no para empeorar nada. No les ocurre a todas, y quizás los monoteísmos estarían a la cola, por razones históricas, por guerras fratricidas y por otros motivos culturales. En el caso católico, el papa Francisco se ha opuesto a los creyentes que van por la vida malhumorados, con cara de palo o que son poco amables y estirados. Los sijs suelen tener siempre una sonrisa en la cara. Cuando hablamos de la contribución de las religiones a una vida social más armónica no tendríamos que pasar por alto estos aspectos. Una sociedad que huye de las crispaciones cotidianas, con más individuos amables, pausados y cordiales, ya hace una aportación positiva al bien común.

Los sijs son una comunidad que en Catalunya hace pocas décadas que tiene una presencia significativa. Para ellos, los rituales son muy importantes y comer y ofrecer comida al huésped es primordial. No solo es gratificante ir por la manduca, sencilla y de buen digerir, sino para ver todo el engranaje de la cadena de servicio. Porque te das cuenta de la importancia de la acogida, también característica, por ejemplo, de la orden de los benedictinos. Al templo sij vas, comes, ofreces la voluntad si quieres y te marchas. Te invitan a sentarte con ellos y asistir a sus plegarias, que no duran solo diez minutos y tienen un aspecto repetitivo que si no lo conoces te puede costar. Los sijs se prestan a hablar de su religión y te explican por ejemplo que los ha ayudado mucho la tecnología para rogar, porque para ellos el libro es sagrado y ahora lo pueden consultar sin riesgo de perderlo ni tener que mezclarlo con otros objetos dentro de una maleta cuando viajan. Tienen una solidaridad internacional enorme y, si un sij de Londres hoy está en Olot, se dirige a la gurdwara y sabe que lo acogerán. Los sijs pertenecen a una de las religiones más jóvenes del mundo; de hecho, el sijismo se fundó en el siglo XVI en el Punyab, en la India, y tiene 25 millones de fieles en el mundo. Se reconocen entre ellos, que es una frase muy bonita que también encontramos en el Evangelio, relacionada con los cristianos y la fraternidad.

Las religiones que se instalan en Catalunya no solo aportan color al panorama cultural, sino que ayudan a afinar qué es eso tan complejo de "nuestra cultura" y son un reto para redefinir nuestros valores o principios. Si nos llenamos la boca de que somos un pueblo que sabe acoger, las religiones que vienen para quedarse nos dan una oportunidad muy buena para practicarlo. Y empezando por la vida cotidiana y no por doctrinas o pensamientos que solo comparten algunos. Porque las ideas pueden separar, pero comer en la misma mesa suele ser una buena táctica para unir a las personas.