Trump no debe tener tiempo ni ganas de leer a Carson McCullers, una escritora antirracista que sí que podemos imaginar en la mesita de noche de los Obama. Hoy hace 100 años, el 19 de febrero de 1917, que nacía esta escritora con el nombre de Lula Carson Smith, que murió 50 años después, en 1967, siempre enferma y aturdida por el alcohol.

Esta mujer de nombre ambiguo –que optó por el nombre del marido Reeves Carson y se desprendió del "Lula", demasiado femenino– se rodeó de personas como Marilyn Monroe, Karen Blixen, Truman Capote o Arthur Miller, mantuvo relaciones –mentales o no– también con otras mujeres, una de ellas con la enigmática Anne-Marie Schwarzenbach o la admirada profesora de piano Kathleen Woodruff.

McCullers fue una mujer difícil. La mezcla de la enfermedad, el alcohol, un carácter narcisista, una dependencia enfermiza de la madre y del marido y unas francas ansias de grandeza no dejaban demasiado espacio. Tenía un sentimiento religioso que explicita en alguna ocasión, y sobre todo tenía una visión antifascista de la realidad: hablaba con los negros y no aceptaba que en la biblioteca de su ciudad éstos no pudieran entrar ni coger libros. Esta narradora con voz poética fue una mujer problemática, un animalito arisco y egocéntrico que entró de manera directa en el alma humana. Observa y mejora la observación escribiendo frases espléndidas, duras, diáfanas.

Esta narradora con voz poética fue una mujer problemática, un animalito arisco y egocéntrico que entró de manera directa en el alma humana

Josyane Savigneau es una de las biógrafas que más ha sabido entrar dentro de la niña prodigio del padre relojero (los relojes pueblan su literatura) que cuantitativamente sólo escribió ocho libros. Poca producción, pero tampoco superó los 50 años de vida. Su padre le regaló una máquina de escribir a los 15 años, y esta fue su munición. Célebre por El corazón es un cazador solitario, también ha escrito La balada del café triste y Reflejos en un ojo dorado, que Houston llevó a la pantalla con Marlon Brando y Elizabeth Taylor.

Su vida, inestable, desordenada, con picos de mucha vida social y momentos de aislamiento intenso, pasa también por Europa, pero siempre tiene el universo del sur de los Estados Unidos en la cabeza y en el corazón. El alcohol, en varias variantes, obnubilaba muchos de los ratos de su vida. A pesar de las distracciones y el caos, cuando se ponía a escribir era muy metódica. Se la ha criticado mucho, y no se entiende el menosprecio literario que la ha acompañado. Carson McCullers ha sido blanco de quien incluso niega que ella fuera la que escribía, y atribuyen la obra a su marido. Cuando murió el marido, y ella seguía escribiendo, estas malas lenguas tuvieron que callar.

Carson es la mujer que ha sabido explicar de manera soberbia la soledad, el padecimiento del sur, la segregación, los tarados, los diferentes. En su obra maestra todo el relato confluye en la figura de una persona muda, a quien paradójicamente todo el mundo habla. Enferma y con mucho talento (y lo sabía perfectamente), esta niña que creció desorbitadamente –a los 12 años ya hacía 1'75 m– quería dedicarse a la música y tenía intención de ser una buena esposa. Después, la vida, que nos lleva a todos por meandros caprichosos, la condujo a una relación tumultuosa con su marido, con quien se casó dos veces, y con quien la unía una relación de admiración enorme. Un marido que también quería ser escritor, pero que vio como la que despuntaba era ella. Y dos escritores con el mismo apellido en casa no cabían. Reeves McCullers se pasó la vida entrando y saliendo de tratamientos de desintoxicación, pero no salió adelante. Se suicidó en París.

Carson es la mujer que ha sabido explicar de manera soberbia la soledad, el padecimiento del sur, la segregación, los tarados, los diferentes

McCullers daba mucha importancia a la presencia de la fe en la vida de sus personajes. A ella misma le gustaban algunos momentos religiosos, y fiestas como la Navidad. De los 9 a los 14 años acudía al templo y se sintió muy próxima a los baptistas de aquel entorno del sur de los Estados Unidos que engloba el cinturón bíblico, un escenario donde se repartían a partes iguales las zonas de las destilerías con las iglesias protestantes. Espíritus de todo tipo en un sur que ella, que tenía un alto poder autodestructivo, sabe retratar muy bien. Veía paralelismos entre los escenarios rusos y el sur norteamericano. A 13 años ya leía a Dostoievski, y estaba convencida de que los rusos habían aceptado y entendido muy bien nuestra condición vital. Las mujeres que describe Carson suelen ser mujeres fuertes, solas y locas. McCullers, en boca de su marido, era una mujer que sufría, pero al mismo tiempo una mujer indestructible. Muy joven ya escribió que "quien ama, sabe que el amor será siempre un amor solitario". Su madurez sorprendió a los críticos, que se quedaban fijados en la imagen de niña que tenía –incluso cuando murió tenía todavía aquel ademán infantil–. McCullers nos ofrece hoy una literatura necesaria. La segregación de los negros que ella sufrió hoy continúa. La soledad y el malestar, la angustia y la presión social, la fe que llena vidas, el alcohol que vacía copas. En su literatura siempre está la lucha de un ser aislado que va en busca de un "nosotros". Nos hace navegar por la necesidad de pertenecer a alguna cosa, y nos recuerda que existe, en algún lugar, un vínculo a veces absurdo que nos mantiene unidos a un alguien que nos acompaña en esta peripecia que es la vida.