Estar triste está poco reconocido. No se valora la tristeza, se intenta ahuyentar. Se huye de la tristeza. Los anuncios, las frases motivacionales, los deseos que nos intercambiamos. Nadie te desea "hasta ahora, que estés triste". Y, en cambio, la tristeza nos hace falta. Erradicarla es como expulsar a la noche porque sólo queremos el día. Sin sentirse triste, no se valoran otros momentos, como la alegría, el gozo auténtico, la paz, la creatividad, el bienestar, la complicidad, el estar acompañado. En la revista jesuita La Civiltà Cattolica, Giovanni Cucci, SJ, hace una apología de la tristeza. La tristeza, puntualiza, "no es ciertamente un sentimiento deseable o atractivo". No lo ha sido nunca, y sólo hay que dar un paseo por la literatura o la filosofía. Pero es a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando, después de tantos horrores, se infla la noción de alegría (happiness), y se expulsa a la tristeza del horizonte. Se procura llegar a una paz de espíritu, a la perfecta serenidad. Falso, y artificial, porque no es humano.

El año 2007 se publicó en los Estados Unidos un ensayo sobre La pérdida de la tristeza. Se distinguía entre la tristeza motivada (la tristeza con una causa) de la depresión (la tristeza sin causa). Esta última requiere terapia. La primera, en cambio, es necesaria para una vida "sana y rica", recomienda Cucci. Entre los jóvenes y más entre adolescentes se ha difundido últimamente la alexitimia, la incapacidad de reconocer y expresar la propia vivencia afectiva, una situación de frialdad y superficialidad crónica. Jóvenes que no saben ni si están tristes. Adolescentes que no tienen manera de expresar el tedio, la indiferencia o la frialdad interior. La tristeza pide reconocimiento, y expresividad. Para Ivo Andric, Premio Nobel de Literatura, la tristeza es una forma de defensa y protección. Shakespeare también veía en la tristeza la fuerza para un recomienzo y para construir el futuro.

Es a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando se infla la noción de alegría (happiness), y se expulsa a la tristeza del horizonte

En el mundo de las religiones, hay conceptos que se acercan a tristeza, como desolación, aislamiento, ruptura de la relación con el sagrado, desconsuelo, aflicción, tribulación, amargura, pena. El imaginario católico mismo nos suministra un catálogo de iconos empezando por la Virgen de los Dolores hasta varios momentos de la vida de Jesucristo. Las procesiones de Semana Santa son un catálogo de dolores y de penas. El rosario mismo, que este mes tanta gente reza (sí, existe el mes del rosario y es octubre), es cuantitativamente una plegaria con contenidos más próximos a la tristeza que a la gloria.

La tristeza, sin embargo, tiene que estar presente y no instalada. El Papa ha pedido que los cristianos no vayan por el mundo con cara de palo, y en su texto la Alegría del Evangelio sugiere hacer del gozo el motor de la existencia. Pero sin ser naïf.

Demos la bienvenida, por lo tanto, a un poco de tristeza, porque sin saberla soportar, como apunta el psiquiatra A. Frances, tampoco seremos capaces de ser felices.