En los países en guerra, los últimos en abandonar son dos estamentos: los periodistas y las comunidades religiosas. Los informadores ofrecen un impecable servicio hacia fuera, en el mundo. Se juegan intensamente la vida para que nosotros, desde el sofá, estemos puntualmente informados de las voluntades de los poderosos. El personal religioso, desde arzobispos, nuncios, curas, monjas, catequistas o voluntarios, se quedan con los que no tienen opción de escapar, y aparte de la plegaria, que no habría que subestimar, preparan salas parroquiales que convierten en bunkeres e intentan no abandonar los enfermos y vulnerables. Desde ofrecer agua y mantas a crear estructuras de protección y organizar plegarias, algunas online hasta que cae la línea. No abandonan las ovejas. Son ellos quienes, en servicio a la verdad, esta "Pradva" que sentimos tanto en ruso como en ucraniano estos días, no tiran la toalla. Hemos visto periodistas informando con los pocos medios de que tienen de una manera ejemplar. Hemos conocido más mujeres periodistas que en el pasado en esta guerra. Y no visualizamos tanto, pero están, los creyentes que acogen, acompañan y se quedan.

Religiosamente hablando, la mayoría de los ucranianos son cristianos ortodoxos y están bajo el patriarcado de Kiev (42,1%). Algunos se sienten vinculados al patriarcado de Moscú (29%). Atención a la nomenclatura. Los primeros son la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, y los segundos la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (la prorrusa).

El personal religioso, desde arzobispos, nuncios, curas, monjas, catequistas o voluntarios, se quedan con los que no tienen opción de escapar

Un 14% son católicos y pertenecen a la Iglesia Griega Ucraniana. Su arzobispo Sviatoslav Schevchuk es el rostro visible y es un líder católico mundial que ya hace 8 años que advertía de una posible invasión rusa y anunciaba que no abandonarían el pueblo. Para hacerlo cuenta con casi 5.000 sacerdotes y un millar de religiosas. Y si llega, la ayuda internacional de entidades que ya hace años que trabajan en el país intentando reconstruir. Kiev, en medio de este escenario, es una de las perlas del cristianismo. Un lugar de donde ha emanado la vida monástica oriental, un centro de peregrinaje, un punto de referencia. Es por eso que desde entidades como San Egidio se ha hecho un llamamiento para hacer de Kiev zona libre de guerra. Aturdido, el Papa ha ido a ver al embajador ruso en Roma. Francisco ha hablado de la "diabólica insensatez de la violencia" y propone plegaria y ayuno. Es por eso que el miércoles que viene, cuando empieza la austera etapa cuaresmal con el miércoles de ceniza, reclama a los católicos y gente de buena voluntad que hagan este gesto frugal. El Papa reclama que los responsables políticos hagan un examen de conciencia y entiendan que "se tienen que abstener de cualquier acción que pueda causar más daño a la población y desestabilice la convivencia entre naciones". El derecho internacional se desacredita, las poblaciones sufren las consecuencias de líderes con vocación expansiva y el grande se come al pequeño. Rusia, de mayoría cristiana ortodoxa, como Ucrania, envaina las armas pidiendo la protección de la virgen tal como nos llega de las fotos de las tropas con iconos e inciensos. También los soldados ucranianos apelan a la misma protección. Una de las últimas fotos de Putin relajado lo mostraba descamisado luciendo una cruz en el pecho. Que quede claro que soy ruso y ortodoxo. Y se llama Putin, reminiscencia que nos transporta a Ras-putin. Todo nos lleva hacia el siglo pasado donde un potentísimo imperio, aislado, controlaba mucho más que sus actuales límites. Cayó un imperio de zares. Cayó un imperio soviético. Ahora nos caemos ya también nosotros en un mundo desbocado, interdependiente y vengativo. Suerte de los íntegros y valientes periodistas que todavía creen en la fuerza de la verdad y en los religiosos que también hacen una coherente y heroica manera de vivir. Davids contra Goliats.