La jornada del 27 de octubre culminó la primera fase del conflicto entre el independentismo (con la aparente proclamación de la independencia) y el Estado español (con la aprobación del 155 por parte del Senado y su concreción por parte del Consejo de Ministros). De repente, una extraña tranquilidad se ha instalado en la sociedad catalana. El miedo a los desórdenes y al corralito ha desaparecido, la DUI no ha tenido resultados prácticos y la aplicación del 155 no ha encontrado resistencia por parte de nadie. La Fiscalía y la Audiencia Nacional se han puesto en marcha, augurando inmediatas detenciones, y el presidente Puigdemont y parte de su gobierno se han atrincherado en Bélgica, donde resistirán previsiblemente durante mucho tiempo; a pesar de la celeridad de la maquinaria estatal, la batalla judicial será larga. Mientras tanto, los plazos para unas elecciones autonómicas que el unionismo -ahora sí- considera plebiscitarias, avanza implacable. En estas circunstancias, muchos independentistas se preguntan qué toca hacer ahora.

Creo que cuatro cosas: valorar lo que se ha hecho bien, hacer autocrítica de lo que hubiera tenido que hacerse mejor, evitar la división y ensanchar la base social.

Valorar lo que se ha hecho bien

En estos últimos años, el independentismo ha dado un paso de gigante. Lo que parecía una utopía ahora es no solo probable, sino casi inevitable.

Más de dos millones de personas en edad de votar han manifestado de manera consistente que su opción es la independencia, y, lo que es más importante, cientos de miles de personas pusieron de manifiesto el día 1-O que estaban dispuestas a arriesgar su integridad física para defender los símbolos de la democracia -los puntos de votación, las urnas y las papeletas- y, por tanto, su derecho a participar en la decisión de su futuro. Muy pocos países cuentan con este activo.

En todo momento, la acción independentista se ha caracterizado por tres valores: no violencia y civismo, amplia unidad (desde la izquierda "anticapitalista" hasta la centroderecha) y disciplina.

Finalmente, la causa catalana se ha internacionalizado. Todo el mundo en Europa y en todo el mundo sabe que en España hay un problema político colosal, y que el Estado español está dispuesto a reprimir la disidencia por la fuerza, y que si no lo hace se debe a la presión internacional, pero que una solución política le habrá de ser impuesta desde fuera, porque no la está construyendo.

Apoyo popular, simpatía internacional y organización son las bases de una eventual victoria. No tenemos ni suficiente apoyo popular (hablamos de un escaso 50%), ni suficiente simpatía internacional (solo hace un mes que el conflicto se ha internacionalizado), pero las bases están ahí.

Hacer autocrítica de lo que hubiera tenido que hacerse mejor

Es obvio que algunas cosas se hubieran podido hacer mejor. Entre otras cosas, no sé si la aprobación de la ley del referéndum hubiera podido hacerse con más respeto por las formas y por la oposición, pero seguro que nos hubiéramos podido ahorrar la ley de transitoriedad, que no ha tenido ninguna utilidad práctica y cuya aprobación añadió sal a la herida de la jornada del 6 de septiembre. Sin embargo, es inevitable cometer errores de este tipo y tampoco debemos perder muchas horas de sueño por ellos.

En cambio, sí creo que tenemos que hacer una profunda autocrítica de la fantasía de una independencia rápida y sin costes que entre todos hemos permitido que se instalara entre mucha gente; esta gente que se ha pasado el mes de octubre exigiendo la DUI y que después ha quedado sorprendida de su falta de efectos.

Durante dos años se ha construido una ficción, la de unas estructuras de estado que, llegado el momento, permitirían el control del territorio sin mayores dificultades. El sofisma ha sido Estructuras de estado + DUI = Independencia.

A la hora de la verdad, lo que ha fallado no han sido las estructuras de estado: nada significativo hubiera pasado el lunes si la Generalitat tuviera una agencia tributaria más robusta o una agencia de gestión de la Seguridad Social.

Ahora no se trata de señalar culpables, de lo que se trata es de hablar claro a la población: la independencia no llegará sino después de un proceso necesariamente largo en el que se demuestre -en las urnas- que la independencia es la opción mayoritaria y que lo es de una manera consistente -en una y otra contienda electoral. Ese día no será necesario disponer de estructuras de estado, porque la independencia será acordada y tutelada por la comunidad internacional.

La independencia no será el resultado de un sprint, sino un maratón. No de décadas, pero tampoco de meses.

Evitar la división

En este momento -y siempre- el mayor peligro es la fractura. Unidos lo podemos todo, separados, muy poco.

Alguna conversación telefónica interceptada por la policía y ahora hecha pública pone de manifiesto la desconfianza entre los miembros del Govern de diferentes partidos. Esto era inevitable pero, a la hora de la verdad, ha hecho poco daño, sobre todo el de justificar la mistificación de los mensajes que se dirigían a la población, puesto que nadie quería aparecer como derrotista.

Lo que sería gravísimo es la criminalización de los próximos. Lo hemos visto con los socialistas y ahora lo vemos con Santi Vila. Vale la pena que le dediquemos un poco de atención a este segundo.

Parece que Santi Vila ha quedado al margen de la petición de prisión preventiva por parte de la Fiscalía. Se trata de una maniobra que solo persigue aislar el independentismo del resto del espectro político, la misma que se había intentado exceptuando a Nuet de la querella contra los miembros de la Mesa del Parlament. En realidad, no hay ningún motivo para exceptuar a Santi Vila de las medidas que se pidan contra sus compañeros del Govern, puesto que ninguno de los supuestos delitos de que se les acusa fue cometido después de su dimisión. Esto se puede mirar de varias maneras, pero me parece que no podemos olvidar que Santi Vila -a diferencia de tantos independentistas que ahora lo denostan- es una persona que ha arriesgado ir a la cárcel una larga temporada por defender el derecho de los catalanes a expresarse en las urnas.

Políticamente, el independentismo tiene unos amigos naturales y tiene unos enemigos naturales. Con los segundos -los nacionalistas españoles- no tiene nada que hacer, pero con todos los que defiendan el derecho a decidir tiene mucho que hacer. Cuidemos, pues, a todos aquellos, como los comuns o como Santi Vila, que defienden este derecho. Sin ellos seremos muy puros, pero no llegaremos muy lejos.

Ensanchar la base social

A partir de ahora, todas las elecciones serán referendarias, y, para triunfar, el independentismo las debe ganar de manera consistente. Para ello, hace falta que bastante más de dos millones de personas le den apoyo.

La fórmula es sencilla: se trata de ocupar las instituciones y demostrar que los independentistas gobiernan de manera competente, inclusiva y honrada. No es fácil y no puede ser rápido, pero es posible.

A corto plazo, esto significa aparcar diferencias, olvidar fantasías, construir equipos y salir a ganar las elecciones del 21-D.