Hay muchas cosas injustas en el mundo y, por lo tanto, desde esta perspectiva esta es una más, pero acusar al movimiento independentista catalán de terrorismo es una de las más perversas y viles de entre las muchas que nos atañen actualmente.

Claro que ha habido una intención política muy clara —escondida detrás del concepto de justicia y de Estado de derecho—, en boca del españolismo, para colgar la etiqueta de violento a un movimiento que se ha definido precisamente por todo el contrario. A las evidencias contrastadas me remito, no a los relatos (mal)intencionados de los peones del sistema. El movimiento independentista ha sido acaparador, cuando menos, en su presencia en la calle, y eso ha dado mucho miedo; sin duda. Miedo además de uno o uno, más de los que se identifican a primera vista, más de los que pensamos y no necesariamente solo aquellos y aquellas que se declaraban contrarias.

Celebro que ahora tanta gente afirme que el movimiento independentista catalán no ha sido violento y menos todavía puede ser clasificado como terrorismo

Pero no es lo mismo tener miedo, o que alguien sienta miedo ante una cosa, alguien o un hecho, y utilizar la violencia. Y el terrorismo se define por esta segunda característica, no por la primera. Por lo tanto, que mucha gente haya sentido miedo o, cuando menos, así lo declaraban a diestro y siniestro para generar una imagen distorsionada de lo que pasaba, no es indicador de que el movimiento fuera violento. Tampoco hay que recordar que no es lo mismo tener miedo, que dar miedo; puede no haber una relación directa entre una cosa y la otra.

Y de miedo se puede tener por muchas razones diferentes y ante muchas cosas diferentes, también ante las mejores cosas. Más todavía si lo que ves venir es algo que no quieres, que no te gusta o que no quieres dejar que pase. Te puede suceder con una enfermedad, un divorcio o, incluso, cuando cambias de casa, de trabajo o de país. Tener miedo es legítimo, tiene que ver con quién eres, qué sientes y cómo pasas por la vida. Lo que no lo es, es utilizar este miedo para reprobar al otro; menos todavía si lo que estás haciendo es hacerte la víctima, con el objetivo de que el otro no se pueda salir con la suya, incluso cuando tiene derecho. ¡Juego sucio donde los haya! ¡Y una indignidad infame para las víctimas reales del terrorismo!

En el juicio por el Procés vimos relatos quiméricos de representantes de las fuerzas de seguridad del Estado para justificar el supuesto miedo que ellos habían sentido delante de la gente indefensa —mucha gente mayor y no pocos niños y niñas—, y así poder justificar la respuesta violenta que las evidencias muestran que tuvieron delante de las manos levantadas de la gente. Una de las peores páginas de la historia del siglo XXI español, y eso que todavía no sabemos que más tiene que venir.

Celebro que ahora tanta gente afirme que el movimiento independentista catalán no ha sido violento y menos todavía puede ser clasificado como terrorismo; ¿pero no puedo dejar de preguntarme donde estaban hasta ahora todos aquellos que, cuando menos, con su silencio, alimentaron, agrandaron e hicieron sólida la tesis de la violencia? ¿Y, lo que es más importante, cuánto les durará la lucidez, justo hasta que cambie el viento?