Tenemos miedo o bien estamos desencantados. Quizás es normal que sea así, porque después de una década de empujar para conseguir la independencia o, cuando menos, el ejercicio del derecho de autodeterminación, el 27-O resultó un fiasco. Desde entonces, los discursos autodestructivos, e incluso sádicos, se han atrincherado en las redes sociales para fustigar a todo lo que se mueve. Se mezcla todo, como si la acción política de Esquerra o de Junts fuera idéntica. Está claro que no lo es. De la CUP, ya ni hablo porque, sorprendentemente, ha dejado de tener ningún tipo de protagonismo. Es curioso el silencio de quienes más condicionaron el procés, de tal manera que se cargaron el liderazgo de Artur Mas, impusieron a Carles Puigdemont el referéndum a cambio de aprobarle los presupuestos y tumbaron la investidura de Jordi Turull el día antes de que reingresara en prisión. Todo ello una serie de “jugadas maestras”. Es uno de los casos más estrafalarios que se han visto jamás de gestión del capital político. Hay un tipo de izquierda alternativa que solo luce cuando el temporal de mar les da la oportunidad de aparentar ser un salvavidas. En tiempo de calma, la retórica se lo come todo, y entonces es cuando se sueltan pendejadas, como por ejemplo que la amnistía enterrará en cal viva el octubrismo.

Hay políticos que viven en el mundo de las mil maravillas, ninguneando un dato incontestable, que no se quiere asumir: que hoy los tres partidos independentistas solo representan el 28 % del cuerpo electoral, por lo menos después del 23-J. Traducido a las urnas esto quiere decir, incluyendo al PDeCAT, 985.998 votos, muy por debajo de los 2.044.038 de personas que votaron sí a la independencia el 1-O. Los errores se pagan caros electoralmente. La crisis de los partidos no significa que el movimiento independentista esté diezmado. En Escocia está ocurriendo un fenómeno parecido. El SNP acaba de perder una elección parcial (58,6 % de los votos para los laboristas y solo un 26,6 % para el SNP), a consecuencia de muchos factores, entre los que destacan la derrota del referéndum de 2014, la inviabilidad de convocar otro, un liderazgo débil (Humza Yousaf no tiene el carisma de Nicola Sturgeon, ni de lejos) y el desgaste de tantos años en el poder. Coincidiendo con esta derrota, un sondeo señala que un 45 % de los escoceses votaría que sí a la separación y un 41 % que no si se celebrase hoy un nuevo referéndum. Paradojas de la partidocracia. El abstencionismo independentista en Cataluña es también un síntoma de la crisis de los partidos, pero no tanto del movimiento.

Esquerra y Junts son partidos que tienen vocación de gobernar, cosa que la CUP solo ha demostrado en algunos ayuntamientos, y actúan diferente a los anticapitalistas. La lógica de republicanos y junteros es constructiva. Algunas personas reducen el espíritu “gubernamental” de los partidos, digamos, tradicionales o mayoritarios al ansia de poder de su grupo dirigente. Me parece un argumento tan simplista que no haría falta ni comentarlo. Pero hagámoslo. Es cierto que el poder se acumula en manos de una élite privilegiada, pero negar el idealismo de los dirigentes independentistas me parece populista. Un recurso retórico que se beneficia de la crisis de la representación política a escala mundial. Solo hay que echar un vistazo a lo que acaba de ocurrir en los EE. UU. con la destitución del speaker (presidente) de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy, a raíz de la moción presentada por el “camarada” de partido Matt Gaetz, adscrito al sector trumpista. Los partidarios del nacionalismo MAGA (Make America Great Again!), reciben el apoyo de un segmento de la población que se siente engañada por las élites. A pesar de las diferencias, porque el contexto es otro, y las razones, también, los que hoy dan como solución levantar la DUI como si nada, como si fuera pan comido, prescinden de la realidad que el PSC (34,49 %), Sumar (14,03 %) y el PP (13,34 %) ya han superado a Esquerra (13,16 %) y Junts (11,16 %). En boca de según quien, la DUI forma parte del populismo, tipo Sílvia Orriols, que da soluciones irreales a problemas muy reales. No intento descalificar a nadie. Solo apunto que el giro en contra del independentismo es constatable y que hay que saber aprovechar las oportunidades precisamente en los peores momentos.

A pesar de que es impensable volver a la situación de 2017, está claro que la DUI, la posibilidad de proclamarla, es irrenunciable para alguien que sea independentista de verdad. No comparto el parecer de quienes renuncian a la independencia porque no la consiguieron después de una década de perseguirla. No estamos ante una segunda “traición de los líderes”, como denunció Xirinacs refiriéndose a los de la transición de finales de los años setenta. Aun así, la acción política de ahora, cuando es evidente que el independentismo no está en las mejores condiciones, ni electorales, ni por la capacidad de movilización del pasado, no puede consistir en debatir si la solución es levantar la DUI o repetirla. En 2017, el estado pudo contener la oleada independentista con una represión implacable. Todavía sigue, a pesar de que estemos en una situación idónea para negociar una amnistía. Por lo tanto, hay que plantearse qué hacer, más allá de entretenerse a escribir tuits para atribuir a los unos o a los otros, pero nunca a nosotros mismos, la responsabilidad de por qué no se logró la victoria. Se puede hacer política y ser pragmático sin tener que renunciar a las convicciones. Lo que estaría bien sería no engañar a nadie con el pretexto que otros nos engañaron en 2017. Como tampoco debió engañar la actual presidenta de la ANC, Dolors Feliu, cuando dos años atrás apostaba por reformar la Constitución española a través del Parlamento de Cataluña en un artículo publicado en El Nacional. Entonces ella también era favorable a la amnistía, hasta el punto de participar en varias comisiones jurídicas que estudiaban cómo conseguirla. ¿Qué ha cambiado? Supongo que las ambiciones.

La acción política de ahora, cuando es evidente que el independentismo no está en las mejores condiciones, ni electorales, ni por la capacidad de movilización del pasado, no puede consistir en debatir si la solución es levantar la DUI o repetirla

Voy a contar algo que es evidente, pero lo expondré sin ánimo de ofender, sino porque me servirá para explicar las diferencias que se pueden observar entre la acción política de Esquerra y la de Junts. Clara Ponsatí volvió a Barcelona, y fue detenida, acogiéndose al mismo beneficio legal que había llevado a Meritxell Serret y a Anna Gabriel a presentarse ante el Tribunal Supremo de Madrid. La diferencia entre la eurodiputada de Junts y las militantes de Esquerra y de la CUP fue de método. De actitud, porque Ponsatí quiso demostrar algo y convertir su detención en un acto político. Es evidente que Ponsatí quería dar a su retorno el tono de desobediencia que es propio del octubrismo. Vino a decir: no vamos a rendirnos, y no os lo pondremos fácil, pero aprovecharemos cualquier rendija para continuar luchando. Ponsatí se enfrentó al relato de la derrota con un gesto que, vistas las reacciones unionistas, tuvo su efecto y animó a la tropa independentista. Serret y Gabriel transmitieron una sensación de sumisión y derrota que hirió muchas sensibilidades. A mí el gesto de Ponsatí me gustó, si bien habría opuesto más resistencia a la detención. Así pues, ¿por qué deberíamos planteárnoslo de otra manera ante la posibilidad de acordar ahora una amnistía con Pedro Sánchez? Cómo defendía Germà Bel en uno de los primeros artículos después de su regreso a los medios de comunicación, se tiene que garantizar que los acuerdos sean irreversibles. Y ponía el ejemplo de la amnistía, que aunque el Tribunal Constitucional la declarara inconstitucional al cabo de unos cuantos años, los efectos de la nulidad muy difícilmente podrían hacerse retroactivos. La oficialidad del catalán en la UE —por oposición al uso del catalán en las Cortes, que es un acuerdo más volátil—, también sería irreversible porque, una vez aprobada, la dificultad de reformar procedimientos administrativos en las instituciones de la UE es altísima.

Las diferencias entre las estrategias de Esquerra y de Junts también se pueden apreciar en esta lucha por la oficialidad del catalán en Europa. Por un lado, los republicanos reivindican el empleo del catalán en el Parlamento Europeo y, por el otro, desde Junts defienden la oficialidad global del catalán en la Unión Europea. No es una discrepancia que tenga poca importancia, puesto que la propuesta de Esquerra es reversible y, en cambio, la propuesta de Junts cae dentro de la irreversibilidad que pide Bel. El verano de 2022, Esquerra obtuvo el compromiso de la Moncloa de que España solicitaría que se pudiera usar el catalán en el Parlamento Europeo. La realidad es que la demanda está embarrancada en la mesa de la Eurocámara desde hace más de un año y ahora, dicen desde Junts, en el nuevo contexto político no tiene ningún sentido forzar una oficialidad restringida y reversible cuando se puede intentar cazar el pez gordo. Defienden que conformarse con utilizar el catalán en el Eurocámara abonará la posición de los estados reticentes a incorporar más lenguas y les servirá de argumento para afirmar que ya no hay necesidad de aprobar la oficialidad en el conjunto de la UE. Un argumento perverso, ciertamente, pero que emplean sin complejos. Los de Esquerra señalan que la petición de Junts es “demasiado ambiciosa” y ven que el hecho de que se pueda hablar catalán en el Parlamento Europeo es “mucho más factible”. El peor gen convergente se ha apoderado de los republicanos.

Cada cual se contenta con lo que quiere, pero al hacerlo, deja a cuerpo descubierto como piensa y actúa. Les vuelvo a recordar el caso de Ponsatí, Serret y Gabriel. No tengamos miedo. Tenemos una oportunidad. Aprovechémosla de lo lindo, sin otra concesión que votar la investidura de Sánchez si conviene al independentismo. Si el acuerdo comporta ventajas y es sólido, adelante. Tomar una decisión u otra dependerá de las condiciones acordadas, más allá de que para Junts pueda comportar romper la promesa electoral de no investir a Sánchez. Si el resultado es útil, este es el único sacrificio que habrá merecido la pena hacer.