Este jueves el Barça ha ganado la liga española. Felicitemos por ello a los barcelonistas. Alguien se preguntará: ¿tiene algún interés hablar, ahora, dos días después, en medio de las celebraciones, de los arbitrajes? Creo que sí. De hecho, es más oportuno que nunca: primero, porque, habiendo ganado, queda descartada la sospecha de que se están buscando excusas para justificar una derrota inexistente. Y segundo, lo más importante, porque si el próximo año el Barça disputa de nuevo la misma competición y su desenlace vuelve a ser incierto, podría —he dudado sobre si realmente había que utilizar el condicional, pero, bueno, dejémoslo así—, podría, como decía, volver a pasar lo mismo. ¿Lo volverán a hacer? Existe, debo confesar, un tercer motivo: creo que algunos arbitrajes perpetrados contra el Barça nos pueden ayudar —hablo muy seriamente— a analizar un tema que me interesa mucho desde hace tiempo, el de la imparcialidad —o, para ser más precisos, el de la falta de imparcialidad— en contextos sociales relevantes. Uno sería el del fútbol, claro. El otro, más político, sería este: cómo ha sido tratado por los ‘árbitros judiciales’ durante estos últimos años el intento de emancipación catalana, el llamado procés. En resumen, quiero poner, hoy, uno frente al otro, estos dos ámbitos, no tan alejados entre sí como pudiera parecer a simple vista.

“Menos mal”, dijo el VAR. Empecemos con un reconocimiento: no es tan fácil ser parcial cuando todo el mundo te está mirando. Quiero tener, aquí, cierta dosis de empatía para con todos estos jueces y árbitros que, en un espacio de tiempo amplio, han tenido que tomar, en contra de los principios más básicos de su profesión, decisiones claramente sesgadas y, a la vez, mantener un rictus y una compostura de rigor e imparcialidad. No tiene que ser nada fácil. Exige una atención y, sobre todo, una tensión permanente. Se lo tenemos que reconocer. Ellos son, no obstante, como todos nosotros, humanos y cometen errores. Hay momentos puntuales de debilidad en los que bajas la guardia y se te escapa un pequeño detalle, un gesto inadecuado, desconcertante y esclarecedor a la vez. Tienes un resbalón y, de repente, durante unas escasas décimas de segundo, todo queda desenmascarado. Se hace la luz. Para el VAR fue la ya mítica voz que pronuncia el “Menos mal”, cuando, mostrando un alivio que no debería experimentar ningún árbitro, localiza un argumento —ilegal, por cierto, como veremos— para anular el gol de Fermín que sentenciaba la liga ante el Madrid. En el caso del procés, esta misma función de desenmascaramiento la protagonizaron la expresión de sufrimiento que nos confesó el instructor cuando describía el procés como la “estrategia que sufrimos” o el comentario reflejo “correcto, mucho mejor” del magistrado que presidía el juicio por rebelión, cuando una defensa se vio obligada a asumir una de las múltiples restricciones a su derecho de defensa que les impuso el tribunal.

La delirante y desconcertante inaplicación de la amnistía por parte del mismo Supremo —contra legem, como decimos los juristas cuando una decisión judicial se pasa por el forro una ley— me recuerda, sin duda, de nuevo, el gol anulado a Fermín. Que Fermín toca, involuntariamente, la pelota está muy claro, pero también lo está que el reglamento establece que si, a continuación, el jugador supera la jugada, regatea a un contrincante y, superando el embate, después marca un gol, dicho gol no puede verse afectado por la mano anterior. Lo dice claramente el reglamento, pero —como la ley de amnistía— fue estratégicamente obviada su existencia.

Algunos arbitrajes perpetrados contra el Barça nos pueden ayudar a analizar un tema que me interesa mucho desde hace tiempo, el de la falta de imparcialidad en contextos sociales relevantes

El penalti primero pitado y más tarde olvidadoa Mbappé me recuerda la retirada de las euroórdenes de detención europeas del instructor. Pocas veces he visto un piscinazo tan claro como el de Mbappé. Aun así, el árbitro, en un nuevo acto reflejo que no pudo evitar —no hay que descartar la tesis de que, simplemente, no puedan evitarlo—, pitó penalti a favor del Madrid. Analizadas las imágenes, mantener la pena máxima devino inviable y la constatación del teatro del delantero —con la correspondiente tarjeta—, flagrante. Había que buscar una salida. Fue hallada —aquí no se escucha, eso es cierto, un “menos mal”— con un fuera de juego ‘salvador’ más que justito. Así se evitaban todas las vergüenzas. Algo similar le ocurrió al instructor cuando, viendo que Europa solo le admitía la euroorden respecto de delitos ‘menores’ y no por los que él quería, las retiró, en un gesto estratégico inconcebible en cualquier tribunal imparcial, que no debería dejar de perseguir ningún delito que considera que se ha podido cometer, sea más o menos grave.

El último paralelismo es, seguramente, el más esclarecedor. Hay que abordarlo con herramientas estadísticas: a menudo lo más relevante no es analizar con detalle y lujo argumentativo si una jugada es, o no, penalti, o si unos hechos tienen que ser calificados, o no, como delictivos —como rebelión, sedición, malversación, etc.—, o como incluidos en la amnistía. Al fin y al cabo, siempre habrá opiniones divergentes. Por el contrario, para abordar la falta de imparcialidad que pueda esconderse en las decisiones judiciales o arbitrales, nos puede ser de mucha mayor utilidad constatar, estadísticamente y de modo aséptico, de qué lado suelen caer. Si constatamos un patrón, entonces quizás algo extraño, no explicitado, está ocurriendo. Dicho de otro modo, ¿qué probabilidad habría, por ejemplo, de que el penalti no pitado por las manos clamorosas de Tchouameni —podemos discutir, es cierto, si son involuntarias, etc.— tampoco hubiera sido señalado en el área contraria? Personalmente, las veo muy próximas a 0. Aplicando este mismo espíritu estadístico al procés, preguntémonos ahora: ¿qué probabilidad hay de que a un juez español le surjan dudas sobre la validez de la amnistía —dudas que pueden provocar la demora en su aplicación, puesto que habilitan acudir antes a tribunales europeos— si quien debe beneficiarse de ellas es un independentista? ¿Y si es un policía? ¿Cambian mucho los porcentajes? ¿Existen argumentos de fondo que lo justifiquen? ¿Es necesario, en definitiva, que dibuje un mapa más detallado?

Hasta aquí el experimento comparativo. Su relevancia, creo, es doble: recordar lo que ya ha pasado y prevenirnos de lo que puede volver a pasar. Saber, por ejemplo, que el próximo año vuelves a empezar la liga con 8 o 10 puntos menos, o saber que si de nuevo te embarcas en un proceso de emancipación, no se te aplicará con igualdad ni asepsia la ley. Diría que son, ambas —cada una dentro de su ámbito propio, por supuesto— realidades importantes a tener presentes.