El caso de Dalmases, que justo ahora ha empezado a verse en la comisión del estatuto de los diputados esta semana, colea desde ya hace demasiado tiempo y se ha convertido en una especie de McGuffin para tapar otros problemas, es decir, para crear una cortina de humo. En efecto, se llega a utilizar un miembro de un partido, aquí además diputado, para, haciendo ver que se lucha por él, utilizarlo como ariete en luchas de eficiencia democrática más que discutible, en las cuales la ciudadanía no resultará especialmente ganadora.

JuntsxCat sufre una debilidad que quiere convertir en fortaleza, pero no lo consigue. De donde ha salido, por voluntad propia, es del Govern. Ahora, si no fuera por una política de agitación que tiene los días contados, dado que no se traduce en efectos tangibles para la generalidad de las personas, su protagonismo sería de corto recorrido. Fuera del gobierno, como saben propios y extraños, teóricos y prácticos, y más sin un número crítico de diputados, el partido se acaba adentrando en las tinieblas de la irrelevancia y el frío de la impotencia. Ciudadanos lo sabe perfectamente, tanto en Catalunya, donde ganó inútilmente las elecciones de 2015, como en Madrid, por las chulerías de 2018, sin contar los desbarajustes de las diversas elecciones autonómicas, potenciados por una fuga sin límites de dirigentes.

El PSC-PSOE, en Catalunya, tiene relevancia, y para aprobar los presupuestos será necesario, dado que es la fuerza dominante en la Moncloa, no por sus propios méritos. Recordemos el cuento del gobierno en la sombra. Tiene una relevancia alquilada, no en propiedad.

Durante todo este tiempo el McGuffin habrá hecho su efecto: distraer del camino político que quiere emprender Junts en solitario hacia la independencia con ignotos mecanismos y medios

Junts, legítimamente, ha querido cambiar su propio curso político. Quiere reafirmarse —prácticamente, como único punto programático— en el hecho de que son los hijos del 1-O, sólo ellos, y que a ellos les toca conducir Catalunya hacia la república. Sin embargo, es el secreto mejor guardado, un tesoro de lo más preciado, cómo se hará este tránsito, cuándo se hará y con qué coste personal, económico y político se hará. Ahora bien, en el análisis que hacen los juntaires del estado de cosas, estos interrogantes ni figuran; estos interrogantes parecen ser más bien pura calderilla menospreciable. En este contexto, la unidad no tiene ningún valor, sólo la búsqueda sin fin de una hegemonía que nadie, por más que se quiera, ni siquiera avista.

Con todo, no es difícil adivinar que es poca alforja para declararse heredero del 1-O y llevar a cabo un viaje tan empinado y pesado. Un no permanente a todo —actitud, reitero, legítima— resulta, sin embargo, de áspero mantenimiento a medio y largo plazo. Con la política pasa como con el agua: los agujeros y espacios, por intersticiales que sean, siempre se acaban ocupando.

Dentro de la política-relato, no de la realpolitik, invertir los papeles, por ejemplo, hacerse la víctima, presentarse como el cabeza de turco, puede ayudar a trampear la situación, por lo menos durante un tiempo. Y ya sabemos que en política, no necesariamente la de mejor calidad, ofrecer un relato alternativo donde uno se presenta como víctima del resto —cuantos más, mejor— puede tener su efecto positivo para las finalidades de sobrevivir.

En el caso de Dalmases, si, como parece ahora, el interesado ha reconocido la intimidación en su actuación sobre una periodista de TV3 en julio de este año, no resulta exagerado sostener que la cuestión, y más con el verano por delante, habría quedado en un incidente desagradable, pero salvable con algo de mano izquierda. Ahora, sin embargo, cuatro meses después, con una tardía convocatoria de la comisión del estatuto de los diputados y con la pérdida del miedo por parte de compañeras de partido del señor Dalmases y de otras víctimas, que han grabado con sus voces, saltan a la luz graves incidentes de prepotencia machista o de simple prepotencia. La cosa cambia. Ahora la opinión pública, a pesar de los troles de guardia, está rebotada y harta de tanta gratuidad de una magnitud ya insostenible. Además, la situación no es comparable con otros precedentes: con los ingredientes actuales es la primera vez que pasa.

A pesar de todo esto, aprovechando lo que parece un desgraciado episodio de salud —que deseo que se supere con éxito lo antes posible—, ahora Junts se presenta como víctima de una persecución, incluso con consecuencias para la salud de Dalmases. Así se quieren intercambiar los roles por parte de quien los ha puesto en este mal lugar. Esto tendrá el recorrido que tendrá, causará el mal personal que causará, algún inocente pagará por pecados que no son suyos, especialmente los medios escrupulosos con el respeto a la verdad, pero durante todo este tiempo el McGuffin habrá hecho su efecto: distraer del camino político que quiere emprender Junts en solitario —reitero que muy legítimamente— hacia la independencia con ignotos mecanismos y medios. Mientras se habla de Dalmases, no se habla de la independencia ni de soledad, ni de cómo llegar a esta independencia por parte de quien centra en ella el cien por cien de sus afanes.