Hace tres semanas que vivimos confinados. Que hemos entendido de golpe la fragilidad de la vida y la debilidad del sistema. Unos días emocionalmente duros, sobre todo para los que se dedican a salvar vidas y para los que han visto, desde la distancia, como el coronavirus se llevaba a sus seres queridos. La crisis sanitaria ha dado paso a una crisis humanitaria que acabará siendo una nueva crisis económica y social, quizás, sin precedentes. En esta encrucijada pandémica, lo hemos tenido claro desde un primer momento: había que poner a las personas en el centro y proteger la vida, a costa, si era necesario (como se ha visto que sí lo era), de nuestra reclusión máxima y de un cambio drástico de nuestra cotidianidad.

Esta crisis global, todavía de alcance desconocido, y con demasiadas incertidumbres latentes, hay que afrontarla desde la máxima responsabilidad y cautela. De entrada, una responsabilidad que tiene que permitir la cooperación y colaboración entre administraciones e instituciones. Pero también la misma responsabilidad para poder ser críticos con aquellas decisiones que consideramos erróneas, o incluso contraproducentes. Y es eso lo que nos empuja a ser exigentes con el Gobierno del Estado. "El virus no entiende de fronteras", decían; sin embargo, sí que entiende de medidas acertadas: basadas en la prevención y la preparación. La Covid-19 no se puede superar con el despliegue del ejército y la militarización del poder, la comunicación y la calle, pero sí con el fortalecimiento del sistema sanitario y de protección social. No sirven las campañas publicitarias y casposas sobre la unidad nacional, sino medidas sociales que hagan de cojín a las personas y familias que están sufriendo las consecuencias de la paralización de la rutina. Es indecente colar una recentralización paternalista a través de la aplicación del estado de alarma, en lugar de fomentar la corresponsabilidad, la confianza, la cooperación y liderar desde la izquierda, como tendrían que hacer, la superación de una situación que alimenta desigualdades.

Y es decepcionante y desesperante, porque si una cosa ha quedado demostrada es la necesidad de que el estado, es decir, "lo público", en situaciones de emergencia, de parálisis y de inseguridad, sea el pilar que garantice el bienestar y pueda proporcionar progreso para todo el mundo sin dejar a nadie atrás. Desgraciadamente, estamos viendo como este estado, el estado español, no es útil para la ciudadanía, sólo se protege a sí mismo. No es útil para los catalanes y catalanas. La crisis del coronavirus ha demostrado de forma cruel que tenemos un estado que no nos sirve. Es en momentos de crisis como la actual que se pone de relieve hasta qué punto es imprescindible tener instituciones propias liderando el día a día y hasta qué punto es útil poder disponer de las herramientas de un estado para ponerlas al servicio de toda la ciudadanía.

La salida no está ni en el pasado ni dentro del Estado, la salida es mirar hacia el futuro, desde la propia singularidad, desde la proximidad y la autosuficiencia, en contacto y corresponsables con Europa y el mundo

A pesar de las limitaciones y el contexto, vemos como el Govern de Catalunya está gestionando diariamente la situación con las premisas de máxima prevención, refuerzo de la capacidad del sistema sanitario, obtención del material para todo el mundo que lo necesita, y medidas económicas y sociales para acompañar a las personas y familias. (Imaginad qué podríamos hacer con todas las herramientas de un estado). En todo caso, eso va e irá para largo. Y, por lo tanto, hay que encarar las próximas fases que vendrán. De entrada, el postcoronavirus pasa por tres prioridades: por conseguir tests masivos para poder controlar el contagio, detectar los positivos, negativos e inmunes y poder hacer confinamientos selectivos. Por trabajar la trazabilidad de los contagios a través de instrumentos digitales sin entrar en conflicto con los derechos y las libertades individuales. Y por una renta básica de confinamiento con fondos del Banco Central Europeo para combatir las desigualdades. Si ahora es imprescindible el oxígeno a través de respiradores para las personas con el virus, también habrá que dar oxígeno a las familias y a las empresas para poder subsistir con dignidad.

A posteriori, vendrá la postpandemia, con algunas amenazas que ya se avistan, como los recortes en derechos fundamentales, recentralizaciones del poder, retroceso de las libertades, crecimiento del individualismo y nuevos autoritarismos y populismos de recetas mágicas. Ya es, por lo tanto, imprescindible poner en práctica los aprendizajes de la última crisis (y que todavía están pendientes). Si entonces se rescató a los bancos, ahora (y ya llegamos tarde) hay que rescatar a las personas. Y eso pasa por aplicar los valores republicanos y por la redistribución de la riqueza, los derechos sociales y la sostenibilidad ambiental. En este cambio de paradigma global, tenemos una oportunidad: tenemos que poder participar en él aportando una salida catalana a la crisis. O lo que es lo mismo, tenemos que trazar una estrategia de país, soberana, a nivel nacional, social y económica. Si tantas veces hemos hablado de consensos, ahora más que nunca hará falta un nuevo contrato social para nuestro país. Que no se equivoquen los que alimentan a antiguos fantasmas en forma de Pactos de la Moncloa, que aquí no nos encontrarán. La salida no está ni en el pasado ni dentro del Estado, la salida es mirar hacia el futuro, desde la propia singularidad, desde la proximidad y la autosuficiencia, en contacto y corresponsables con Europa y el mundo. Y en el camino de la recuperación, o mejor dicho, de la reconstrucción, que nadie tenga tentaciones de querer aparcar el camino hacia la independencia, porque si en algún momento se ha hecho evidente la necesidad de ser un estado, es en momentos como los actuales, para poder ayudar a la ciudadanía como se merece, como necesitamos, sin depender de decisiones de terceros, ni tener que pedir permiso.

Confinados, de momento, pero confiados también en nosotros mismos. Cuidémonos hoy y preparémonos para mañana. Estamos aquí, porque estamos dispuestos a hacerlo. Porque sabemos a ciencia cierta que, como muchas veces hemos hecho a lo largo de nuestra historia, nos volveremos a levantar, recompondremos el país y construiremos la República.

 

Marta Vilalta es secretaria general adjunta y portavoz de Esquerra Republicana