Una de las noticias de la semana ha sido la aparición de la iniciativa del Tsunami Democrátic. Se intuye que será una de las respuestas del movimiento independentista a las sentencias a los presos políticos. Tal como explicaba Joan Burdeus a Núvol, tiene pinta de ser una campaña de resistencia no violenta inspirada en las directrices de Gene Sharp, un señor que, perdonad la broma, no está por ostias cuando se trata de conseguir un objetivo. Puede resultar esperanzador, pero el independentismo mayoritario se caracteriza por reinventar la rueda cada solsticio.

Aunque de momento no sabemos quién hay detrás de la iniciativa, todo hace pensar que nace de la sociedad civil –los partidos meten mano pero ya me entendéis– y que cuenta con gente de todas las ideologías del espectro independentista. En el manifiesto no hablan de independencia y no queda claro por qué se movilizan, así que podemos sospechar que uno de los objetivos es sumar a los Comunes. Es una estrategia nunca adoptada hasta ahora. Ni con la campaña "Som el 80%", ni con el 1 de octubre, ni con el 9-N. No tenemos antecedentes para prever cómo acabará. También sabemos que todos los partidos independentistas dan apoyo al movimiento. No se había visto tanto consenso desde que desobedecieron las leyes de desconexión que ellos mismos aprobaron en el Parlamento.

La aparición de un movimiento civil, o una campaña, empujando el carro puede ser positiva si sirve para apropiarse de los recursos necesarios para mantenerse firmes ante un embate estatal, así como para organizar acciones que lleven los principios de la república catalana del discurso a los hechos. También si nos olvidamos que, en teoría, Òmnium y ANC están para hacer exactamente eso. Pero bien, no seré yo quien discutirá el afán del pueblo catalán de dar trabajo a pequeños empresarios con negocios de creación de páginas web, de impresión de camisetas o de creación de reproducciones de tazas hechas por Jordi Cuixart, mediante la organización de diez mil iniciativas iguales.

Un movimiento activo puede presionar a los partidos políticos, cosa que es bien necesaria, porque el problema del independentismo sigue siendo la dificultad para materializar sus demandas a la política institucional. Lisa y llanamente, que los partidos animen el Tsunami Democràtic mientras la Generalitat envía a los Mossos a pegar la ciudadanía cuando se manifiesta no es una gran idea. Que Rufián haga de Duran i Lleida; Bonvehí quiera ser Duran i Lleida; Tardà adopte el lenguaje de Ciudadanos; el presidente Torra se autoinmole a un juicio donde, por el mismo precio, tendría que haber desobedecido del todo; el presidente Puigdemont diga que hará cosas que al final no hace, y la CUP desaparezca en combate no es el mejor aliciente para estar dispuesta a romperte la cara por Catalunya.

El Tsunami Democràtic puede ser una buena idea si los partidos políticos hacen lo que tienen que hacer de una vez por todas, o el Tsunami es capaz de presionarlos para hacer lo que tienen que hacer

El apoyo de las formaciones no es una cosa buena en sí misma. Del 1 de octubre, los partidos aprendieron que cuando pronuncian un discurso emancipador corren el riesgo de que la gente se lo tome seriamente y utilice una revuelta para defender un objetivo más ambicioso que el que ellos tienen en el cap. El 21 de diciembre del año pasado, Òmnium y la ANC convocaron a Barcelona una retahíla de performances con fila de políticos famosillos para evitar manifestaciones delante la sede del Consejo de Ministros. Así pues, si el Tsunami Democràtic nace zombificado por el dirigismo partidista tendrá una existencia precaria. Como afirma Albert Lloreta, el movimiento civil independentista se volvió procesista cuando perdió la espontaneidad.

Teniendo en cuenta que Govern y Parlament son el primer eslabón de la represión, ya se supone que los partidos impulsarán –y participarán en– acciones fuera de allí. Ahora bien, a pesar del secretismo, se tiene que hablar claro de aquello que haga falta y se puede. La mejor respuesta que los partidos pueden dar a las sentencias es explicar qué pasó durante en septiembre y en diciembre del 2017 y qué piensan hacer a partir de ahora. Haría falta consensuar una estrategia y crear una cúpula que se coordine con el movimiento civil –no que lo parasite.

Eso serviría, primero, para cerrar el luto de una vez por todas. Todos los independentistas, TODOS, hemos pasado un luto merdoso. Unos, reinventando el autonomismo con la excusa de ampliar la base; otros, fundando la secta del jugadamestrisme y llenando las listas de estrellitas del procés; otros, yendo a Lledoners a cantar el Virolai con un gigante que parece Jordi Pujol en pañales; el resto, gritando "os lo dije, la única cosa que hacéis es cometer errores de pardillo" mientras dos personas forzudas se nos llevan con una camisa de fuerza hacia Sant Boi.

Segundo, el independentismo se vanagloria de ser democrático. No hay nada más democrático que la transparencia y la valoración de los representantes en función de su trabajo, no según la justicia colonial española. Eso último lo hace a quien dice "no les podemos reprochar nada porque pueden estar 40 años en la prisión". A menudo se acompaña de uno "(nos) los meten en la trena porque el Estado es débil y no podrá con tanta dignidad". Quien lo escucha acaba yendo cuatro veces a la semana al gimnasio para expulsar, a través de las glándulas sudoríparas, la desesperación que supone darse cuenta de que hay gente que se puede hacer vieja en chirona y ni entenderá por qué.

Así pues, el Tsunami Democràtic puede ser una buena idea si los partidos políticos hacen lo que tienen que hacer de una vez por todas, o el Tsunami es capaz de presionarlos para hacer lo que tienen que hacer. Cosa que, a estas alturas, no sabemos. Habrá que esperar. Con una sonrisa de oreja a oreja y un casco amarillo, claro está.