¿Es saludable, recomendable, deseable, para una chica de veinte o treinta años, acostarse con un señor de cuarenta, cincuenta o sesenta? Depende. Hay señores que parece que estén en la adolescencia de la vejez; los hay que son la mar de interesantes. Hay hombres que tienen las artes amatorias de una foca con guantes de cocina; los hay que vuelven un chichi pepsicola con un sutil movimiento de lengua. Como en todas las edades.

Si nunca he hecho aspavientos a un hombre que deseo por su edad, partiendo de la base de que esta sea legal, hay que decir que siento fascinación erótica por los señores. Valoro todas las formas de conocimiento y experiencia. Me excita, intelectual y sexualmente, el conocimiento y la experiencia. El cuerpo de un señor es un mapa en relieve. En una época de perfección corporal digitalizada –y cautiva– por los filtros fotográficos, el cuerpo de un señor es garantía de la imperfección que imprime el paso del tiempo no digitalizado sobre todas nosotras. Siempre habrá un pelo blanco, una arruga o una carne temblona que romperá la fantasía de la perfección filtrada y revelará la autenticidad. El cuerpo de un señor es la materialización de un cuerpo vivido y, por lo tanto, de un cuerpo que puede ser acariciado, agarrado, mordido, lamido y besado.

Esta decadencia es un privilegio, pues ellos pueden salir en las películas haciendo de héroes de acción hasta los ochenta años ―a veces estás más pendiente de que el señor no se rompa la cadera que de la escena―, acompañados de mujeres más jóvenes. Como futura señora que soy, reivindico el mismo trato para ellas. Mis referentes vitales de aspirante a señora son Caterina Albert, Maria Aurèlia Capmany, Avtar Brah, Audre Lorde y Ursula K. Le Guin, pero también lo es Brigitte Macron.

El problema principal de encamarse con señores es la mentalidad señora ―omnipresente, hay que decir, en pájaros de todas las edades―. La mentalidad señora convierte un acto placentero como es follar o mantener una relación con un hombre ostensiblemente mayor que tú en un acto perverso marcado por relaciones de poder y de intereses. Maria Aurèlia Capmany, en Cartes impertinents de dona a dona, imagina un diálogo entre una prostituta y Dona Teresa, la llir entre cards plena de seny de Ausiàs March. Capmany, por boca de la prostituta, le hace saber a Teresa que si su amado no correspondido la puede elevar a los cielos del amor puro e idealizado, el de cintura hacia arriba, es porque puede satisfacer con la prostituta las necesidades que nacen de cintura para abajo.

Audre Lorde explicaba que el erotismo era una de las fuentes de poder más importante de las mujeres, a causa del reconocimiento que hacía de su propio deseo

Esta dualidad simplificadora y excluyente es la base de la filosofía señora. Según este estilo de vida, las jovencitas somos lo que las señoras no son, y a la inversa. Ninguna de las dos salimos bien paradas. Allí donde ellas aparecen como mujeres independientes, con criterio propio y asertivas, nosotras somos representadas como animalitos frívolos y enloquecidos que nos dejamos arrastrar por la cartera. Allí donde nosotras somos elevadas a la categoría de ninfas de cuerpo firme y vulva jugosa, ellas son repudiadas por gorgonas de mamas péndulas e higo seco.

Tal como explicaba Capmany, el binarismo dice más de los hombres que trazan la línea que de las mujeres que nos encontramos, sin buscarlo, a ambos lados. Les permite transformar a unos individuos de espíritu libre, como ellos, en el receptáculo de sus miedos e inseguridades. Las mujeres jóvenes que alguna vez hemos disfrutado con señores no somos el equivalente a los viajes a la India para encontrarse a sí mismas que hacen las mujeres ricas divorciadas en las películas de Hollywood. Tampoco somos los maratones de running que empiezan a hacer muchas personas cuando llegan a los cuarenta, ni los libros sobre la trampa neoliberal de la diversidad que escriben los hombres de izquierdas para encontrar confort dentro de un mundo que ya no entienden. No somos un descapotable de los cincuenta para restaurar o cualquier cosa que dé prestigio al hombre. Eso le pasó a la especialista en relaciones internacionales con visión de género, la tuitera catalana Cloudechka, cuando fue a comer con un compañero de trabajo mayor que ella ―por trabajo, sin ninguna motivación porno― y tuvo que soportar las miradas y los comentarios que los otros hombres le dedicaban a su compañero de mesa, los de "¡vaya, campeón, si que te las buscas jovencitas!".

La mentalidad señora tuerce mi deseo hasta convertirlo en algo complaciente con el sistema, y eso me molesta. Audre Lorde explicaba que el erotismo era una de las fuentes de poder más importantes de las mujeres, a causa del reconocimiento que hacía de su propio deseo, tan reprimido por el machismo. Ahora que nos encaminamos a una tercera guerra mundial por el auge del autoritarismo y la contrarreforma machista, si el procés catalán no nos acaba matando antes a todas, seguiré practicando la filosofía (auto)erótica de Lorde con alegría. Follar con señores impúdicamente más mayores que yo, o más jóvenes, o de mi edad, porque quiero y punto ya no es tan sólo un acto placentero. También es político.