Buena parte de Catalunya parece haber alzado un telón de acero entre los gobiernos de Pedro Sánchez y Rajoy, olvidando que si el socialista ahora se puede presentar como el garante del consenso y la regeneración de España es porque hace un año y medio dio apoyo a las medidas del PP que decapitaron el independentismo y lo dejaron en un estado de letargia. En esta época de distensión forzada por la represión, el rival parece que ya no está fuera de las fronteras catalanas. ERC y PDeCAT/Junts per Catalunya luchan por la hegemonía dentro del independentismo, con batallas en los medios y las redes sociales.

Si el independentismo no tiene rumbo no es sólo por la coyuntura y el renacimiento de las pueriles pulsiones autonomistas, sino por un defecto de fondo en los planteamientos. El pueblo catalán ―piense lo que piense―, como pueblo derrotado, renunció a luchar por el poder y se ha dedicado a cultivar la moral y la estética. Eso le ha llevado a creer que son las palabras y los ideales, y no las acciones y la filosofía que hay detrás, lo que hace el hecho. En consecuencia, el procés es una máquina de vaciar e incinerar conceptos, como república o proceso constituyente, y de agotar estrategias, como la vía eslovena o la huelga de hambre. Tan sólo la movilización ciudadana por el referéndum han podido romperlo.

Por todo eso, el debate sobre las acciones a emprender por el independentismo no tiene que radicar en el qué, sino en el cómo y en el porqué. La cuestión no es tanto si se hace un frente anti-Vox en virtud del eslogan republicanismo es antifascismo, sino si se hace siendo conscientes de que la respuesta que le tiene que dar el independentismo es la filosofía y práctica del 1 y el 3 de octubre, porque el Estado tendrá la tentación de instrumentalizar a los de Abascal para enterrar el procés y blanquear el españolismo del PP, Ciudadanos y PSOE y la equidistancia de Podemos, que han facilitado el ascenso de la extrema derecha.

Los presos se han convertido en mártires de una liturgia construida en torno a un dolor paralizante, más que no los catalizadores de una rabia liberadora

Lo mismo pasa con los presupuestos. Sabiendo que el sistema autonómico está hecho para que el Estado y los partidos que lo representan ganen, y que en este caso el PSOE tiene las cartas buenas, se hace difícil saber qué puede ganar el independentismo con una aprobación, porque no sabemos qué estrategia tiene. Si el PNV puede mercadear mejor con el Estado que el PDCAT y Bildu cae más simpático que ERC a pesar de votar lo mismo en el Congreso, es porque los partidos vascos transmiten la sensación de que saben lo que se hacen y no tratan a los electores con paternalismo. Bildu, además, está dispuesto a asumir acciones que le pueden generar contradicciones en el discurso, cosa que a la CUP le cuesta.

Josep-Lluís Carod-Rovira pedía hace unos días en El Mundo un mando único capaz de coordinar una estrategia compartida. Estoy de acuerdo, y añadiría que el independentismo tiene que ser capaz, ante el largo embate represivo, de idear un sistema de relieve de los líderes políticos y sociales. Los presos políticos no pueden seguir comandando el procés. Su situación ha acabado siendo utilizada para silenciar las voces independentistas críticas y hacer creer a los partidos que el votante independentista les daría un cheque en blanco para hacer lo que quisieran sin rendir cuentas. Los presos se han convertido en mártires de una liturgia construida en torno a un dolor paralizante, más que no los catalizadores de una rabia liberadora. La situación no hace justicia ni al carácter propositivo y emancipador del movimiento, ni a la lucha ciudadana, ni a los presos, que ven como su dolor y el de sus familias sirve a los intereses del Estado que los ha condenado a esta situación. La lucha anti-represiva, la injusticia que supone tener encerrada a gente inocente por puros intereses políticos, tiene que estar vinculada a la lucha por la emancipación nacional, no lo tiene que engullir.

Para que sea posible, sin embargo, hace falta que los tres partidos expliquen los errores cometidos después del 1 de octubre del 2017, abandonen el paternalismo hacia sus votantes, hagan una autocrítica que restaure la credibilidad al proyecto y se dejen de luchas absurdas entre capillitas para repartirse cuatro migajas. Ahora mismo, tanto da que alguno de ellos tuviera el Santo Grial para alcanzar la independencia; todo el mundo, con razón, desconfiaría.