Charlene Carruthers escribe que el cambio transformativo requiere el liderazgo de muchas personas. Añade que los líderes carismáticos que no consiguen construir relaciones y fomentar más líderes se construyen ellos el camino del martirio, y puede ser que el trabajo que han hecho hasta entonces se detenga al no haber nadie más que pueda desarrollarlo. Angela Davis, también partidaria del liderazgo colectivo, añade que las revoluciones son hechas por los jóvenes. Los que son mayores, continúa, tienen que dejarse liderar por ellos.

Leyendo las afirmaciones de dos referentes de las luchas afroamericanas, es suficiente para captar gran parte de los errores que ha cometido el independentismo. Cuando Soraya Sáenz de Santamaría dijo, con sonrisa de Joker, que habían decapitado al independentismo, tenía razón. Con el inicio de la represión, el Estado –PSOE incluido– puso en jaque el independentismo y todo indica que, con la aprobación de los presupuestos en Catalunya y Barcelona y el pacto PSOE-Podemos-ERC, se convertirá en mate.

La revolución de los jóvenes fue fácilmente amansada por los partidos independentistas con la intromisión de escudos humanos que contaban en sus filas con miembros de las formaciones políticas, y con acampadas en plaza Universitat donde la juventud pudiera ensayar una Catalunya utópica donde la cuestión nacional fuera secundaria. La ANC y Òmnium han continuado folklorizando las manifestaciones, aumentando la media de edad de las movilizaciones. De Tsunami Democràtic más vale no hablar, ahora que ERC ya ha conseguido lo que este movimiento quería: que el Gobierno se sentara a hablar. Sobre qué, lo descubriremos en el spin-off del procés.

El personalismo de la época procesista ha hecho que, una vez encarceladas o exiliadas las vacas sagradas, ni JxCat, ni ERC, ni siquiera la CUP, una organización más asamblearia, tengan líderes políticos carismáticos y a la altura del momento. Durante la represión, el independentismo lo ha jugado todo a la mitificación de los presos y exiliados y no ha cultivado liderazgos verdaderamente regeneradores. Ha encaramado gestores, hombres de partido y politólogos cortos de vista que hacen muy bien su trabajo: mantener los respectivos partidos en el poder, gestionar migajas y domesticar la base social parasitando cualquier proyecto cultural y asociativo que asoma la cabeza. Para construir un movimiento emancipador, sin embargo, el movimiento necesita líderes en una multitud de ámbitos que sepan aprovechar el embate, a la vez que lo dejan respirar, del asociacionismo catalán y de la nueva hornada de intelectualidad que emerge poco a poco. Cuando se apuesta por un proyecto como el independentismo, la voluntad de pervivir al frente de cualquier partido, institución u organización es secundaria. Tan sólo así se garantizan relevos múltiples y frescos.

Los presos se tienen que tratar como lo que son, activistas y políticos secuestrados por un estado represor y que, como el resto de humanos, cometen errores y aciertos

Otro de los problemas del martirologio de los presos es que subordina la lucha colectiva a la personal, haciendo que los intereses de los representantes se confundan con los del movimiento. No le debemos nada a Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Jordi Sànchez, Raül Romeva, Quim Forn, Jordi Turull y Josep Rull. A Carme Forcadell, sí: dejar de ignorar que es la presidenta del Parlament y tenerla más en cuenta cuando se habla de los presos. A Dolors Bassa, tres cuartos de lo mismo. Salvo eso, a Forcadell y a Bassa no les debemos nada más. A los exiliados, tampoco. Es más fácil verlo porque el exilio les otorga más libertad de movimientos para ser proactivos en la causa.

El independentismo madurará el día que lo entienda. Hay que denunciar la injusticia que supone que sean los tribunales españoles, y no la ciudadanía catalana, la que haya ajustado las cuentas a nuestros líderes. Han convertido un ejercicio de transparencia democrática en un acto de venganza destinada a disciplinar el independentismo. Los presos se tienen que tratar como lo que son, activistas y políticos secuestrados por un estado represor y que, como el resto de humanos, cometen errores y aciertos. Los primeros no tapan los segundos ni los segundos los primeros, sino que hay un espacio para valorar cada cosa. Sólo así saldremos del callejón sin salida que supone que, ahora mismo, la relación entre la libertad de los presos y la independencia de Catalunya sea un juego de suma cero.

Los presos no son dioses, ni mártires, ni mesías. Tampoco son profetas, no tenemos que esperar que uno de ellos salga de chirona para iluminarnos con la sabiduría de los textos escritos durante su cautiverio, transmitidos de momento por apóstoles que pontifican desde las tertulias y columnas de opinión. Los presos políticos son una parte del engranaje independentista y, como tales, tienen un papel dentro del movimiento. Tan sólo tenemos que entender que es diferente al que tenían cuando lideraban Òmnium y la ANC o tomaban decisiones en el ejecutivo, el legislativo y dentro de los partidos, y que este rol no está por encima del de nadie. La rabia por la situación de los presos, y su nuevo papel, tiene que ser la energía que impulsa el movimiento, no el lamento que lo ahoga.

JxCat, ERC y CUP han decidido que es el momento de frenar para que el Gobierno tenga clemencia y deje respirar la política parlamentaria y la gestión diaria. Para que no sea una legislatura perdida, es necesario que esta fase de claudicación postprocés sirva para que la base independentista madure. El trabajo de base, a nivel de liderazgos y de cultura verdaderamente republicana, marcará el rumbo del independentismo a partir del 2023. Para que sea posible, hacen falta acciones concretas y materializables a corto plazo pero con una estrategia a largo, que estén explicadas mediante un relato que apodere a la ciudadanía.

Viendo la moral rancia que predomina en el establishment político, y cómo tímidas fuerzas reaccionarias están aprovechando el vacío de liderazgo y de proyecto para crear un discurso que restablezca la dignidad del independentismo y su sentido de poder, pero que vienen bien cargadas de xenofobia, la tarea será muy difícil.