Vox es una hidra cuyas cabezas son todas esas miserias que España no ha sabido superar. El machismo, la xenofobia, el racismo, la LGTBIfobia y el españolismo. En consecuencia, hace falta extender la mirada más allá de los doce escaños andaluces de la formación ultraderechista y analizar cuál ha sido el papel del resto de partidos en el combate o fomento de todas estas ideologías del odio.

Vivimos tiempos en que se cuestiona la hegemonía del hombre (español) blanco, en que el nepotismo y la corrupción carcomen las instituciones del régimen del 78 y en que, como defiende la filósofa política Jule Goikoetxea, la globalización facilita la privatización de servicios básicos y lima el poder de los parlamentos. Ante la frustración e incertidumbre generadas, Vox ofrece unos enemigos, una forma de abatirlos —de abatirlos bien, pues acostumbran a pertenecer a los sectores más vulnerables—, una identidad definida y un relato emancipador basado en la glorificación de un pasado en que todas esas categorías que ahora se ponen en duda descansaban sobre firmes sistemas de dominación.

Por esta razón, ahora más que nunca, se debe poner en valía el pacifismo democrático y optimista de los valores, prácticas, afectos y redes de empoderamiento ciudadanos que hicieron posible el 1 de Octubre. Aquel debate de aspiraciones —decidir hacer lo de siempre o intentar algo nuevo— que resumía Paul B. Preciado en Catalunya trans: "O bien la independencia [de Catalunya] es el objetivo final de un trámite político que tiende a la fijación de una identidad nacional, a la cristalización de un mapa de poder, o bien se trata de un proceso de experimentación social y subjetiva que implica la puesta en cuestión de todas las identidades normativas (nacionales, de clase, género, sexuales, territoriales, lingüísticas, raciales, de diferencia social o cognitiva)".

Ahora que muchas voces catalanas e independentistas hablan de sumarse a un frente antifascista para frenar la extrema derecha española, hay que tener presente que la república catalana que ganó en la votación de octubre del 2017 no era solo el ejercicio de soberanía de un pueblo y el debate sobre qué quería ser de mayor. La república catalana también era —y es— una respuesta a un españolismo que ya estaba bien vivo antes de que el partido de Abascal fuera absolutamente nada. Es curioso, por decirlo de alguna manera, que entre el mar de reflexiones sobre qué hay que hacer ante el ascenso de Vox que se han publicado estos días en numerosos medios de izquierdas españoles no se haya hablado mucho de la lucha contra la catalanofobia y el españolismo.

Si Vox tiene recorrido es por la causa judicial contra el independentismo, porque el PP, el PSOE y Ciudadanos no han dudado en manifestarse a su lado cuando la unidad de España se ha puesto en riesgo; porque la violencia de la extrema derecha y policial es una herramienta de represión tolerada en Catalunya como lo fue —y lo sigue siendo— en el País Valencià y en Euskadi; porque Podemos no ha sabido plantear un modelo territorial creíble que superara el folclore, y porque la equidistancia de buena parte de la izquierda ha permitido equiparar a los que defienden la autodeterminación con los que se oponen a ella. Tal como concluía Ramon Grosfoguel, profesor de la Universidad de Berkeley, "la izquierda española ha participado en el racismo y la catalanofobia cómplices del ascenso del fascismo". Es lícito preguntarse, pues, hasta qué punto será efectiva una política antifascista que no tenga en cuenta la autodeterminación de las naciones y que no desmonte los imaginarios imperiales que las mantienen prisioneras dentro de España.

Además de la violencia que (aún más) puede generar el discurso de Vox, el independentismo catalán se arriesga a que su lucha quede engullida por el frente antifascista. Agitando el espantajo de Abascal y los suyos, nace la tentación de sumar fuerzas para emprender una segunda transición española que, atendiendo a la cronología, los discursos y actores, quedaría construida sobre la represión del independentismo y la sumisión cultural y política de Catalunya.