El fin de semana pasado leí en este diario la preocupación de Jordi Galves por si las formas de muchas feministas actuales derivaban en prácticas fascistas basadas en perseguir a los machos de la tribu por lo que les cuelga entre las piernas. Como feminista, me gustaría decirte, Jordi, que puedes estar tranquilo.

Que buena parte de la teoría feminista haya distinguido el concepto de sexo del de género, y haya analizado las formas en que se entrelazan, hace que la idea de ser perseguido por el hecho de ser macho no tenga mucho sentido. Al fin y al cabo, hay machos que deciden ser mujeres, y hembras que deciden ser hombres. Así que tranquilo, Jordi. Ni tú, ni ningún macho, estáis marcados por un pecado original.

Lo que se pone de relieve es en qué condiciones nos hemos socializado a partir de nuestro sexo, y como esta socialización ha privilegiado a los hombres. Y sí, esta situación es repugnante, porque, sí, nos resta capacidad para decidir sobre nuestros cuerpos e identidades. Pero tranquilo, Jordi. Los estudios feministas también nos han avisado de la toxicidad de la masculinidad para muchos hombres. Y es aquí donde nacen las contradicciones.

La misma sociedad que os considera más aptos para liderar que las mujeres —y por eso los actos de una Thatcher, una Merkel o una Aung San Suu Kyi servirán para valorar mi capacidad para gobernar, mientras que a vosotros nunca se os cuestionará en base a cuántos Hitlers o Gandhis ha habido—, esgrime como certezas biológicas estudios que dicen que sois desastres emocionales, que estáis más preocupados por gestionar objetos que no personas, y que sois más competitivos y agresivos. La misma sociedad que os considera unos seres más racionales no sólo cree que sois incapaces de controlar los impulsos sexuales, sino que no os podéis interesar por un producto, una serie de televisión o un diario si no va acompañado de un buen par de tetas y un culo. O peor, que no sabéis racionalizar la diferencia de otra manera que no sea objetivándola y sometiéndola.

La misma sociedad que os considera más aptos para liderar que las mujeres, esgrime como certezas biológicas estudios que dicen que sois desastres emocionales, que estáis más preocupados por gestionar objetos que no personas, y que sois más competitivos y agresivos

La sociedad que os confía todos y cada uno de los asuntos públicos no sólo permite todo eso, sino que os infantiliza, y opina que no estáis preparados para asumir las consecuencias violentas de una sociedad que os privilegia. No en vano, ante la agresión a la miembro de la CUP Maria Rovira, nos preocupamos más de saber cómo se sentía el pobre mosso hombre que la atendía que del bienestar de la mujer que había sufrido la agresión. No en vano, urge saber cuántos hombres son agredidos o asesinados en el ámbito familiar, pero no quién lo comete y qué factores lo facilitan. Y lo mismo pasa con los incidentes y crímenes en el ámbito público.

Es por todo eso, Jordi, que si nunca quieres luchar para que se reconozca tu derecho a ser vulnerable, tal como reclamas, encontrarás a tu lado feministas como yo. Pero también te aviso de que tu liberación va de la mano de la mía. Si quieres hablar de cómo acabar con los asesinatos machistas o de cómo evitar la violencia sexual que sufrimos las mujeres, y a partir de aquí valorar cuáles son las acciones más idóneas para hacerlo, tienes todo el derecho, y te animo a hacerlo. Pero escúchanos.

La violencia de carácter sexual a la que yo, y muchas catalanas, estamos expuestas es un continuo. Es la canción infantil que explica como el gallo le puede dar un beso a la gallina sin su consentimiento. Son los hombres que te silban yendo en coche, como si fueras un perro, mientras caminas por la acera. Es la insistencia de los chicos que quieren salir contigo y que sólo desisten si te inventas que tienes pareja masculina, porque valoran más que el (los) agujero(s) esté(n) ocupado(s) que no la voluntad de su poseedora. Son los hombres que te magrean en fiestas populares, discotecas y bares. Es el profesor de clases particulares que te tira la caña insistentemente durante y fuera las horas de estudio. Es el amigo "cariñoso" a quien tienes que dejar de ver porque no para de tocarte las piernas a pesar de decirle que pare. Son las fotopollas y amenazas de violación múltiple que recibes en Twitter por expresar tu opinión, que se suman a los insultos estándar que caen a todo quisqui que opina. Es comprobar que tus familiares, amigas y conocidas han sufrido historias similares. Y sí, todo eso por el simple hecho de ser mujer. Ni Mujer femenina ni mujer sexual. Lleves minifalda, seas una mujer trans, te vistas como Hulk Hogan, te quieras tirar incluso al apuntador o quieras llegar virgen al matrimonio.

Ser agredida tanto en el ámbito público como en el privado te hace tener una noción de seguridad que determina cómo te mueves y cómo interactúas

Esta violencia es disciplinaria. Empequeñece la libertad de expresión: las amenazas de violación son el recordatorio que el problema de mi opinión es mi género. Condiciona la libertad de movimiento: ser agredida tanto en el ámbito público como en el privado te hace tener una noción de seguridad que determina cómo te mueves y cómo interactúas. Daña la salud mental: saber que para muchos eres un trozo de carne te destroza por dentro.

Esta violencia nos recuerda cuál es nuestra posición y quién tiene poder para definirla. Por eso hombres como Javier Marías conciben la sexualidad femenina en términos de sumisas sexualizadas y monjas. Son incapaces de imaginar otras formas no supeditadas al deseo masculino, que a su vez es pensado como una apisonadora. Por eso todavía consideramos aceptable, una forma de juerga, que un hombre, se ve, penetre en el ámbito territorial de un lavabo de mujeres. Por eso todavía definimos mujeres políticas, deportistas, académicas y profesionales en base a nuestra percepción de su belleza y su vida sexual.

Esta violencia contribuye a marcar un nosotros y un ellos, y qué espacios podemos ocupar y en qué condiciones. En el ámbito laboral, el acoso sexual es un recordatorio que todavía no podemos aspirar a muchas de las relaciones de afinidad y colaboración que permiten a los hombres (sobre)ocupar espacios estratégicos.

Dices que estás preocupado por asuntos como el cambio climático y el hambre en el mundo. Yo también. Y por eso te animo a que averigüemos cómo la violencia machista ha servido para minar el talento de la mitad de la población. Vista la magnitud de los retos a los cuales nos enfrentamos, vale la pena averiguar si hemos dedicado suficientes recursos.

Dices que estás preocupado por el auge del fascismo y la persecución de los individuos. Yo también. Y por eso te pido que juntos reflexionemos sobre si una sociedad como la que he descrito está preparada para combatirlo. Es más, si una sociedad así es una sociedad pacífica. Y siempre pensando, Jordi, que nosotros somos los afortunados. Ni se te ocurra no ser blanco.

Así que tranquilo, Jordi, tranquilo. Que si tantas mujeres podemos gestionar las consecuencias de las humillaciones que nos caen por el simple hecho de serlo, tú podrás aceptar el hecho de que este sistema que te limita está diseñado para el disfrute de una visión perversa de lo que es ser un Hombre masculino. Un hombre sexual.

Si juntos nos ponemos para cambiarlo, todo irá bien.