En mi defensa diré que era joven y alocada. Prepotentemente juvenil. Tuve un cómplice. Un profesor de instituto que fumaba mucho, vestía chaqueta de pana —o quizás es la memoria que lo ha vestido así— y se enraizaba en la silla dejando pasar las horas. Nos preguntaba: "¿Tenéis deberes? ¿Tenéis algún examen hoy?". Y la clase, con una picaresca inversamente proporcional a los conocimientos sobre la materia que el profesor se negaba a impartir, decía que uf, sí, muchísimos, que el Bachillerato era durísimo. Y que mañana será otro día.

La indolencia me reafirmó en mis prejuicios. La prueba de que aquella disciplina era un trasto, una carraca destartalada, era que ni el profesor que había dedicado la vida a estudiarla consideraba necesario explicárnosla. Al fin y al cabo, eran los balbuceos de señores rancios, que chupaban del bote, algunos de los cuales debían apestar a tabaco. Acabé pensando que la asignatura, toda ella, también era rancia y apestaba a tabaco. La Filosofía. Qué cosa más inútil. Engulliré con desgana falacias, silogismos y gente que piensa y existe y que no sabe nada —qué perdedores— y lo vomitaré el día del examen. Con la ciencia, la sociología, la antropología, el periodismo, y tantas otras disciplinas, ya no hace falta, la filo. Me decía. Datos y hechos. Eso es todo lo que importa. Me decía. Pobre de mí.

Ignoré a los señores rancios, pestilentes y poco productivos hasta que aparecieron como setas en los textos de señoras que molan, mujeres que hablaban de mi cuerpo, mi sexualidad, mi día a día, mis inquietudes intelectuales. Las pensadoras feministas no sólo citaban a otras pensadoras feministas, sino también a aquel grupo de hombres. A veces para criticar sus ideas, pero muchas otras para deshilarlas y construir sus argumentos. Hasta el punto que, sin conocer los balbuceos de algunos señores rancios, costaba seguir el discurso clarividente de las mujeres guais.

Nunca me había sentido tan ignorante. La constatación de que hasta ahora mi visión era limitada debió ser similar a la sorpresa de quien salía de la caverna platónica. Me parece. No es que me haya interesado mucho saberlo hasta ahora y lo haya buscado en la Wikipedia mientras escribía para estar segura. Las columnistas de diarios no hacemos estas cosas.

Ignorar la importancia de unas competencias que todos los estudiantes necesitan para entender el mundo en el que viven me parece un error

Mi pasado mirasombras, del cual me estoy desintoxicando poco a poco, me ha venido a la cabeza al saber que los alumnos que se examinen a partir de ahora de Selectividad sólo se encontrarán con la Filosofía, si ocurre, en la fase específica. No en la general si la escogen en lugar de Historia. El Consejo Interuniversitario de Catalunya argumenta que la Filosofía contará más para acceder a carreras vinculadas a las humanidades y las ciencias sociales, y que el objetivo de la medida es contribuir al proceso hacia un modelo competencial de las pruebas de acceso a la universidad (PAU).

Tal como apuntan varios filósofos, la decisión es bastante cínica: el razonamiento crítico y riguroso es una competencia básica y transversal. Yo añadiría que, en una época afectada por la epidemia de las noticias falsas; en la que las instituciones políticas, sociales, culturales y científicas se desnudan definitivamente para mostrar que nunca habían sido ni neutros ni universales —aquello que ya sabíamos, pero que ahora es difícil ignorar—, y en la que, tal como nos advertía Rosi Braidotti (una filósofa), los humanos tenemos la capacidad de alterar el planeta (y nosotros) y de subsumir todo aquello que vive en los designios de nuestro sistema productivo, nos urge tener las herramientas para cuestionarlo todo, mirar desde todos los ángulos posibles y construir nuevos acuerdos. Seas de ciencias o de letras.

Ignorar la importancia de unas competencias que todos los estudiantes necesitan para entender el mundo en el que viven me parece un error. Quizás el hecho de que la Filosofía ya no sea tan relevante para muchos estudiantes hará que la miren sin la angustia de saber que cada palabra es susceptible de ser examinada. Quizás los que la necesiten aún más para acceder a la carrera deseada se la tomarán más seriamente. No estoy segura. Mi profesor contribuyó a mi tontería, pero fue mala suerte: el otro docente del Departamento consiguió inocular el interés por la filosofía a los alumnos gracias a la pasión por la materia. Si queremos que los profesores apasionados se impongan a los pasotas, necesitamos que tengan el apoyo de las instituciones educativas. Y desconozco hasta qué punto una decisión como esta y, por lo que he leído, la forma con que se ha adoptado, contribuirá a que se sientan reforzados. Por lo que me dicen, hay otras comunidades autónomas que hace tiempo que optaron por la decisión que ha tomado el Consejo Interuniversitario. Sería cuestión de ir a echar un vistazo.

Así que permitidme, pues, la duda. Es porque esgrimo esta duda, y porque, sobre todo, disfruto teniéndola e intentando sacar el quid de la cuestión, que me sabría mal que las decisiones de nuestras instituciones acabaran por crear un ejército de alumnos jóvenes prepotentemente ignorantes y de profesores que pasan de todo. He sufrido esta fase y, creedme, no vale la pena.