"Esperar que los jóvenes lo hagan mejor en el futuro es resignarse a no hacer nada en el presente". Las palabras de Llucia Ramis me vienen a la cabeza ante el amor que el independentismo mayoritario en general, y los poderes políticos y mediáticos en particular, empieza a profesar a la juventud que se manifiesta estos días.

Por una parte, la oda a los jóvenes es una reacción al "No hay solución" que Hibai Arbide Aza sentenciaba esta semana al analizar el conflicto para la liberación nacional de Catalunya. Es la rendición a los cantos de sirena de la procrastinación: tenemos la satisfacción de ir tirando poco a poco en el presente mientras ya degustamos imaginariamente los éxitos de un hito que alcanzaremos mañana. O pasado.

Por otra parte, como también apunta Ramis, poner la esperanza en la gente joven es relegar responsabilidades a un colectivo que no tiene poder más allá de la manifestación. Los partidos y entidades que alaban el empeño y las ideas de los jóvenes alimentan un sistema autonomista que impide que los adultos que defienden esos mismos ideales y métodos tengan tanta poca voz y margen de maniobra como sea posible en los espacios de toma de decisiones.

Joan Burdeus recuerda que el independentismo no ha sido el primer movimiento en sacar a la juventud a la plaza para responder a las grandes incongruencias de nuestro tiempo. Eso ya lo hizo el 15-M y fracasó, porque se fio todo a la batalla de ideas y no se trazó ninguna estrategia material. "El límite era la pancarta", concluye. Es esta pancarta a la que Junts per Catalunya se aferra para capturar las demandas de los jóvenes. "Ni un voto atrás", brama el eslogan electoral, mientras los Mossos zurran a quien grita "ni un paso atrás" en la calle. En ERC, Gabriel Rufián, que hasta hace unos días criminalizaba las protestas, encarama la juventud proclamándola heredera del 15-M, mientras los protagonistas de la revuelta se declaran descendientes del 1 de octubre y del 14 de octubre de este año, día de la ocupación del aeropuerto.

La elección del 15-M por parte de Rufián responde al simbolismo al que hacía referencia Burdeus. Aquella movilización fue un suspiro de lo que podía ser una España más igualitaria. En cambio, el 1 de octubre, con el despliegue popular para llevar las urnas y con los cuerpos que plantaron cara a las fuerzas de ocupación para defenderlas, fue una muestra de estrategia material que marca la mentalidad de bastantes generaciones.

Ante la domesticación que los partidos quieren hacer de las ideas de los jóvenes, es necesario que todas las generaciones trabajemos juntas para crear marcos de pensamiento, alianzas e instrumentos que permitan la gestión democrática de los bienes comunes de la República catalana

La alusión al 15-M también refleja la creencia, entendida en ERC y la CUP, que ser de izquierdas te hace más sensible a la causa catalana. Da igual que la mano dura de Pedro Sánchez, que no tiene nada que envidiar a la de Vox; la equiparación de Alberto Garzón entre el partido de Abascal y la CUP, o el patriotismo democrático de Iñigo Errejón, donde las naciones subalternas españolas quedan reducidas a los coros y danzas, demuestren lo contrario. Los catalanes, en el fondo, sabemos qué es lo mejor para España a pesar de lo que quieran y deseen los españoles. La actitud sería una muestra de paternalismo colonial encomiable si no fuera porque los colonizados somos nosotros.

Un conflicto nacional como el catalán se tiene que analizar mediante el eje nacional. Tan sólo así se pueden entender las palabras de Garzón, Sánchez o Errejón. En el eje izquierda-derecha, Vox es una amenaza para la democracia española; en el eje nacional, la CUP (o el independentismo) es un peligro para España como estado. El eje izquierda-derecha plantea la pregunta sobre cómo gobernar una comunidad ya constituida; el nacional cuestiona la constitución de la comunidad.

Si una persona de izquierdas tiene más posibilidades que una de derechas de simpatizar con las demandas de autodeterminación de los pueblos es porque ciertas corrientes de izquierdas defienden que para liberar a una persona se tienen que tener en cuenta todas las situaciones que afectan a su vida. Por eso muchas feministas se han dado cuenta de que la etnia, la clase, la orientación sexual, la nacionalidad o la diversidad funcional son aspectos a tener en cuenta para alcanzar la emancipación de todas las mujeres. Ahora bien, como también demuestra el feminismo, las alianzas entre mujeres han fracasado en el momento en que, precisamente por razones de etnia, clase, orientación sexual, nacionalidad o diversidad funcional, unas aliadas se han considerado superiores a las otras.

Así pues, hasta que el independentismo mayoritario no entienda que el eje izquierda-derecha es una ventana de oportunidad para ofrecer un proyecto nacional emancipador para la población catalana en su conjunto, pero que no es el elemento definitorio del conflicto nacional y, sobre todo, del eje de actuación de las fuerzas políticas y sociales españolas, no podrá impulsar estrategias que sean más efectivas. Es más, existe la posibilidad de que, por culpa de eso, la revuelta de los jóvenes acabe en agua de borrajas a corto plazo. No es sólo que los partidos no estén tejiendo un relato e identidad nacionales soberanos y emancipadores, aprovechando que la estelada es vista como un símbolo de una respuesta local a una serie de problemas globales; sino que está abriendo la puerta a que la revuelta de los jóvenes, con sus demandas para una sociedad más justa económicamente, feminista y ecológica, sea instrumentalizada para diluir su componente nacional.

El riesgo es todavía mayor si tenemos en cuenta que el independentismo catalán todavía es una presa del mito de la Transición, que transmite la idea, precisamente, de que el problema que atraviesa la democracia española es de respuesta a una serie de desigualdades sociales ―derecha y izquierda― y de la incapacidad de deshacerse del franquismo ―fascismo versus antifascismo― y no que el régimen del 78 es la forma contemporánea que tiene España de mantener la centenaria ocupación de Catalunya.

Al contrario de lo que piensa Hibai Arbide, sí que hay solución. Lo que pasa es que es lenta y requiere una solidaridad intergeneracional imposible de materializar con los esquemas mentales y distributivos del autonomismo. Ante la domesticación que los partidos quieren hacer de las ideas de los jóvenes, es necesario que todas las generaciones trabajemos juntas para crear marcos de pensamiento, alianzas e instrumentos que permitan la gestión democrática de los bienes comunes de la República catalana y la garantía de los derechos y las libertades de todas las personas que viven allí.